Amaba a Mason de la manera más linda que puedes querer a un amigo.

Después de cinco minutos, él venía a la mesa con dos bandejas de comida y mi estómago rugió el hambre.

—Cuidado, parece que alguien tiene ganas de comer un Mason con salsa — lo miré con los ojos entrecerrados y cogí mi plato con gusto.
Comimos un rato en silencio hasta que empezó a hablar.

—¿Cómo es que Homer aceptó quedarse en casa? — preguntó con diversión.

—Le dije que pasaría mañana todo el día con él — me encogí de hombros —Pero fue bastante difícil llegar a un acuerdo, aún no supera sus celos — rió un poco.

—Bueno, tendrá que aceptar que no siempre voy a estar con él, me cela demasiado — se levantó, dió una vuelta indicando su trabajado cuerpo, y volvió a sentarse.

—Así que....¿Homer y tú tienen algo especial? — mencioné a modo broma.

—Exacto, hasta que llegaste tú y lo enamoraste — le tiré una papa a la cara y él hizo lo mismo.

—No seguiré esta guerra porque sé que nunca te rindes, así que lleguemos a un acuerdo de paz, Mason — estiré mi mano para que la estrechara y él la miró como si no pudiera confiar en mí.

—¿Te lavaste las manos? — preguntó haciendo una mueca.

—¿Lavaste las tuyas? — alcé una ceja con gracia.

—Buen punto — estrechó mi mano y soltamos una risa —Después de comer, podemos ir a hacer eso que hacen las chicas en los centros comerciales.

—¿Mirar todo y no comprar nada? — pregunté antes de tomar un sorbo de jugo.

—Exacto, pero suele funcionar para las personas que tienen dinero.

—Toda la verdad, Mase, toda la verdad — chocamos nuestras manos y después de veinte minutos, ya estábamos recorriendo las tiendas.

—Creo que voy a regalarme un nuevo bolso a mí misma — le dije observando una cartera negra que me gustó mucho.

—¿Un auto-regalo de cumpleaños? — miró el precio del objeto en mis manos.

—Exactamente, está a buen precio — murmuré.

—Cómpralo si vas a usarlo, algunas personas gastan su dinero en cosas que dejan en sus armarios olvidadas — lo pensé durante un momento y finalmente decidí llevarlo a casa.

—¿Vas a comprar algo? — cuestioné recorriendo el pasillo de artículos para hombres.

—Creo que no, ya tendré tiempo cuando sea mi cumpleaños comiendo dulces— me codeó.

—¿Qué insinúas? — se paró al frente mío y me lanzó una mirada que decía "¿A caso no es obvio?"

—Insinúo que para mí cumpleaños, quiero que me lleves a un parque de diversiones y me compres un algodón de azúcar — se puso nuevamente a mi lado y pasó un brazo por mis hombros.

—Faltan dos meses todavía — le dije pensando en lo que podía regalarle.

—El tiempo es cuestión de segundos, Ada, ya verás que cuando menos lo pienses vas a estar comiendo manzanas chocolatadas conmigo y Homer dentro de una montaña rusa, alucinante — miró al techo del local soñador.

Después de pagar mi bolso, decidimos que era hora de regresar, ya eran casi las 8 y mañana sería un día largo.

Caminamos por el parqueadero y finalmente encontramos el carro de Mason.

—Sube, linda, es hora de dejar a la princesa en el palacio. Y por si no lo notaste, yo soy la princesa — alisó su cabello.

—Enciende el corcel, Mase — insertó la llave y trató de prender. Frunció el ceño confundido.

—¿Qué sucede? — pregunté acercándome.

—Creo que olvidé poner gasolina en la mañana — llevó una mano a su cuello y me envió una mirada de disculpa.

—¿Es seguro dejar tu coche aquí hasta mañana? ¿O quieres ir a una gasolinera por un tanque ahora? — lo pensó durante un momento y finalmente contestó.

—Creo que es mejor dejarlo aquí, no tengo ganas de ir a buscar gasolina — salió del auto y yo lo seguí dejando el regalo que me dió adentro, pero llevando el bolso conmigo, pues ahí tenía llaves y mi celular.

Después de asegurarlo, caminamos a la salida y Mason suspiró frustrado.

—En este centro sólo hay taxis hasta las siete, ¿Qué hacemos? — preguntó mirando a los lados.

—Podríamos llamar a alguien, o tal vez caminar hasta encontrar otro taxi — sugerí.

—Supongo que la segunda opción me gusta más, no quiero molestar a alguien ahora mismo.

Caminamos y el ambiente se aligeró cuando Mase empezó a contarme anécdotas de cuando era niño, muchas veces mencionó que no era para nada tranquilo, pero era gracioso imaginar a un mini Mason haciendo cosas como apagar fogatas que hacían sus vecinos cuando ellos no se daban cuenta, o incluso escuchar actos tan humanos como darle las sobras de su almuerzo a perritos callejeros, era sorprendente.

—¿Ada? — preguntó de repente cambiando el tono de su voz.

—¿Qué pasa? — respondí mientras él me apegaba más a su cuerpo.

—No quiero asustarte, pero creo que el tipo de atrás nos lleva siguiendo durante un buen rato, no creo que tenga buenas intenciones — miré de reojo disimuladamente y ví a un hombre vestido de negro, su cara no se veía por la sombra que daban oas luces de los postes.

—¿Qué hacemos? — susurré con miedo.

—Acelera el paso y no sueltes mi mano, ¿Entendido? — asentí y aceleré mis movimientos.

Cuando noté que el hombre de atrás hacía exactamente lo mismo, Mason frenó un poco y rápidamente noté sus intenciones; hacer que la persona de atrás no rebasara y perderlo en cuestión de minutos. Sin embargo, nada salió según lo esperado.

El hombre que nos seguía, empezó a correr y arrancó el bolso que tenía en mi mano derecha dispuesto a golpearme, grité por el susto y Mason quiso lanzar un puño a la cara del ladrón tratando de defenderme, me hice un poco para atrás asustada, y aunque pude ver que Mason no llegó a golpearlo mis ojos captaron algo que parecía ser un arma en su chaqueta, la voz no salió, y en menos de un segundo escuché el sonido del gatillo.

Me quedé en shock durante unos segundos sin saber reaccionar mientras lo veía huir a toda prisa. Miré a mi lado y Mason se encontraba con la boca abierta y la mirada perdida.

—¿Mase? — susurré entre lágrimas. Su cuerpo cayó al piso y yo me agaché con él.

—A-Ada — susurró e inmediatamente noté una mancha roja extenderse a lo largo de su cuerpo. Puse mis manos en su pecho tratando de no lastimarlo pero a la vez salvarlo, no, no, no, no, no.

—¿Mason? ¡Mase quédate conmigo, no te vayas, no cierres los ojos! no te vayas, por favor no lo hagas — dije desesperada. Busqué su teléfono dentro del bolsillo de su pantalón y lo encontré.

—T-te quiero — susurró antes de cerrar los ojos por completo.

Llamé al 911 angustiada sin poder dejar de llorar.

—¡Una ambulancia, por favor, una ambulancia! — grité en el teléfono — ¡le dispararon a mi amigo, estamos en la calle Vermont, en un pasaje, por favor, vengan rápido, por favor! — lloré sin poder controlarme y me saqué la chaqueta tratando de hacer un torniquete y detener la hemorragia que causó la bala como si eso fuera a funcionar.

El tiempo se hizo lento y los minutos parecieron eternos hasta que escuché las sirenas de la ambulancia y entonces...no fui consciente de nada más.

A falta de amorWhere stories live. Discover now