32: Terribles lecciones de vida

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Era de noche, muy noche. Izuku no podía dormir.

Hace rato que ya se había dormido, pero de la nada despertó y todo estaba en completo silencio y oscuridad. Inicialmente se asustó un poco al no saber dónde estaba, pero recordó que estaba de campamento con los Bakugō.

Se sentía bastante extraño, parecía que le atacó un repentino nerviosismo que no le dejaba volver a dormir. Acostumbrando su mirada a la oscuridad, miró al hombre que tenía a un lado. El señor Bakugō era bastante tranquilo para dormir, ni siquiera hacía ruido al respirar.

Al contrario que el padre, el hijo era un completo desastre. Izuku, sin poder moverse, se limitó a observar la mata de pelos erizos y rubios que descansaba en su abdomen.

Maldición... Katsuki terminó encima de ambos, con la mitad del cuerpo encima de su padre, y su cabeza usando de almohada a Izuku. En cuanto el menor se percató de su situación, su corazón corrió a la velocidad del viento por tercera vez en su viaje.

Tenía que encontrar una forma de liberarse de eso. Pero antes...

Su mano, sin forma de poder detenerla, se acercó lentamente a la bola de pelos que era Katsuki. Tembloroso y con miedo de despertarlo, hundió sus dedos en el rubio cabello, que para su sorpresa no era para nada suave. Agitó un poco su mano para despeinarlo más de lo que ya estaba, y después comenzó a peinarlo para un solo lado divirtiéndose con los mechones que regresaban a su anterior lugar.

Jamás creyó tener la oportunidad de acariciar la cabeza de Katsuki, se sentía como un perro callejero que jamás se ha bañado, era hermoso.

—Mmm Katsuki —la ronca voz masculina lo asustó tanto que vomitó su corazón. Se hizo el dormido, a pesar de que su cuerpo estaba agitado por la repentina intervención del padre de Katsuki. El señor había despertado en el momento más inoportuno—. Quítate, no me dejas respirar —decía el señor Bakugō mientras intentaba quitar a su hijo, que de muy mal humor se despertó.

—¡Agh! Maldito viejo, qué molesto eres —se quejó el rubio entre balbuceos, se levantó y se acomodó en su lugar con una cara del demonio. Odiaba que lo despertaran mientras tenía un buen sueño reparador de entrecejo. Aunque a veces aún dormido tenía el ceño fruncido.

Después de un ratito, cuando ya no sintió más movimientos ni escuchó otro ruido que no fuera la respiración de los dos Bakugō, Izuku se levantó levemente recargándose en sus codos. ¿Qué rayos había sido eso? ¿Por qué lo acarició de esa manera?

Su corazón latía desenfrenado y su estómago estaba todo raro, sentía incluso náuseas... ¿Los amigos hacen ese tipo de cosas con otros amigos? Creía que cada vez más hacía cosas que no eran normales de amigos, cada evento, cada pensamiento, todo parecía señalarle que tal vez realmente tenía sentimientos románticos por Katsuki, incluso sus impulsos, esos que hace sin pensar.

Aún no quería admitirlo para sí mismo, mucho menos decir nada en voz alta. Era más seguro simplemente seguir como iba y no arruinar más nada.

La noche pasaba más lenta que sus viejas horas de escuela, y no logró dormir hasta casi al amanecer. Podría decir que tuvo una mala noche, y también una mala revelación.

Cuando el sol salió por completo, y los pájaros ruidosos comenzaron a cantar con sus lindas melodías, los Bakugō y los Midoriya despertaron, un pecoso despertó con ojeras. Recogieron lentamente las cosas para meterlas al auto.

—¿Y bien? Izuku, ¿Qué tal la pasaste? —preguntó la mujer rubia que se sentó a descansar junto a los peliverdes, viendo como su esposo e hijo guardaban todo, uno de ellos con cara de pocos amigos.

—Me la pasé muy bien, en realidad. Hacía años que no salíamos a acampar, y hacer todas esas cosas me sube mucho el ánimo.

—Sí, aunque es una lastima no haber hecho la fogata, era mi parte favorita —la verdad es que todos los presentes extrañaron la fogata, pero el lugar en donde estaban habían prohibido las fogatas por precaución. Si el ayuntamiento se enteraba que Katsuki tumbó un gran árbol probablemente los vetarían de aquel lugar.

Cuando los hombres varoniles y fuertes terminaron de guardar todo, las mujeres e Izuku subieron al auto, todos listos para irse. Claro, unos más bronceados que antes y otros llenos de ronchas y picaduras, era la única desventaja de acampar.

Izuku la había pasado genial, más que otras veces, pero Katsuki no opinaba lo mismo. Si fuera por él, ni siquiera habría salido de su cuarto todo ese tiempo.

Aunque ninguno de los dos podía negar el hecho de que se llevaron un aprendizaje importante, Izuku con terribles experiencias vergonzosas con su desnudes y su propia mente traicionándolo pero entendiendo un poco mejor sus emociones, y Katsuki con la frustrante lección impartida por Izuku de hacer lo correcto y crecer como persona en lo que él mismo terminó llamando como "el camino de All Might".

...

Katsuki estaba siendo atormentado por sus pensamientos los días posteriores. Estaba tan agobiado, que su humor estaba peor que lo habitual.

En Yūei Aizawa tuvo que lidiar con sus groserías, y ni siquiera el despreocupado de Kaminari se atrevía a meterse con él, porque Katsuki estaba que iba a explotar por cualquier cosa.

Y cómo no estarlo, si un mocoso sin Quirk, débil y llorón, le había dicho algo que se metió tanto en su corazón como una daga hasta el punto de no poder dejar de pensar en lo que pasó.

Estaba enojado porque no era importante, Izuku no debía importarle, y ahí estaba, intentando negarse que el pecoso le movió el piso donde su orgullo estaba bien parado.

Sabía que tenía razón, pero odiaba absolutamente ese hecho. Lo hacía sentir tan inestable.

Mientras disfrutaba su almuerzo en la cafetería, sin siquiera tocarlo, se forzó a sí mismo a pedir ayuda. Jamás admitiría estar buscando ayuda, pero no podía ocultar ese hecho a sí mismo, y eso lo enojaba el doble de lo que estaba.

La única manera de comprender lo que siente y cómo sobrellevarlo era ante el punto de vista de un hombre experto, uno que no le iba a cuestionar ni juzgar, o eso esperaba.

No tenía idea de cómo actuar ante las circunstancias, y no podía descifrar sus propios sentimientos e ideas. Ya había acudido a All Might una vez por un problema similar, ahora no sería diferente.

Se levantó de su asiento y caminó a paso rápido con furia, ignorando las preguntas de sus compañeros que solo le veían partir fuera de la cafetería.

—Maldición... —murmuraba para sí mismo mientras pasaba el laberinto de pasillos a un solo destino.

Sin tocar, abrió la puerta del salón de maestros, entrando como si fuera uno.

—¿Joven Bakugō? —preguntó el simpático hombre rubio, que no estaba solo.

Varios maestros dirigieron su mirada al estudiante, y Aizawa fingió seguir dormido para no tener que lidiar con el mocoso aunque era su tutor.

—All Might, necesito hablar con usted —con el rostro serio, estaba decidido a encontrar respuestas.

—Oh, ya veo. ¿Qué sucede? —All Might estaba en su estado moribundo, delgado y con las mejillas hundidas. Al inicio, si fuera cualquier otro alumno habría estado en problemas por entrar sin avisar, pero tuvo la suerte de ser uno de los que sabían su situación.

—En privado... —por nada en el mundo hablaría de sus sentimientos frente a otros maestros, eso sería una humillación indescriptible. Con trabajo y le decía a su mamá cuando estaba feliz o triste.

All Might no lo negó. Tomó su café y de pronto se hizo a la vista su apariencia musculosa. Acompañó al joven a salir de ese lugar guiándole al salón de clases. En ese momento no había nadie, y aún quedaba mucho para que la hora del almuerzo terminara, dándoles el suficiente tiempo y privacidad para hablar.

Estúpido QuirklessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora