—¿Cuál es tu problema? — la observé levantarse y caminar hacia mi puesto. Me puse de pie.

—Tú, tú eres mi problema — a mi lado ella parecía una hormiga, era alta, pero su delgado cuerpo no dejaba mucho que decir.

—¿Si? ¡Pues déjame te muestro lo mucho que me importa! — después de eso sentí una patada en mi parte más sensible mientras escuchaba una exclamación de parte del resto de personas presentes. Me doblé del dolor mientras la insultaba a susurros y ella salía furiosa de la habitación. Iba a vengarme.

Después de unos segundos dejando que el dolor pasara, salí en su búsqueda mientras le daba una larga mirada al profesor, suspiré molesto y me acerqué a su escritorio.

-Si no le dice nada de esto al director, prometo conseguirle una cita con la profesora de física - sabía que el pobre hombre soñaba con ella y viceversa, no sería difícil. Cuando aceptó mi trato salí en busca del demonio en persona,

Después de quince minutos buscándola, todos se habían ido a sus casas y era hora de limpiar los baños, por fin la encontraría. Aún no tengo en claro lo que voy a hacerle, pero quiero que tenga su merecido.
La encontré entrando a los baños.

—Así que saliste huyendo después de nuestra pequeña conversación — dije tratando de ponerla nerviosa. Sin embargo, me ignoró y empezó a limpiar los lavabos. —¿Piensas hacer como que no existo? — suspiró con molestia. — ¡Oye! — dije un poco más alto de lo que pretendía.

—No me molestes, Witmore. — parecía cansada, sin embargo, no me importó. Ya vería la forma de fastidiarla.

Luego de diez minutos, nos tocaba limpiar los inodoros, nadie había mencionado una palabra después de nuestro último diálogo y eso era desesperante. La observé entrar a un cubículo. No me detuve a pensar y cerré la puerta detrás de ella.

—¡¿Pero qué diablos?! — atranqué la puerta con un palo para evitar que saliera mientras reía un poco — ¡Ábreme Homer! Esto no es gracioso! — la ignoré completamente y salí por la puerta escuchando sus gritos. Regresaría después de un rato.

Ada.

Sentía las paredes cerrarse a mi alrededor. Sufría claustrofobia desde los 13 años.

*Flashback*

—¡Déjenme salir! — gritaba con todas mis fuerzas mientras escuchaba la música en el exterior.

Nunca fui de muchos amigos, a las personas les resultaba odioso el hecho de que me esforzara mucho en mis trabajos y tareas. Nunca presumía mis notas, pero aún así no me dejaban en paz.

Era el baile de primavera, me había puesto un vestido rojo que mi madre compró para mí. Creí que sería divertido ir y bailar un poco, pero estaba tan, tan equivocada.
Me encerraron en una habitación llena de globos en donde apenas podía respirar. Les parecía gracioso oírme gritar. Sentía que las paredes cada vez se unían más. Mi vista estaba nublada debido a las lágrimas que amenazaban con salir, mientras mis manos golpeaban la puerta y las uñas de mis dedos rasgaban las paredes derramando pequeños hilos de sangre por la desesperación.

—¡Fuego! — escucho a alguien gritar a lo lejos. Me quedo quieta procesando las palabras que acabo de escuchar. No es cierto, no lo es, me están jugando una broma.
Pero entonces, empiezo a escuchar gritos y personas corriendo por todos lados. Mi desesperación hace que azote más la puerta sin obtener alguna respuesta.
Después de cinco minutos detecto un olor a humor y el respirar se hace más difícil.

—¡Que alguien me ayude! — grito con mis últimas fuerzas. Mi garganta duele. Mis ojos se cierran. Y cuando creo que ya no podré aguantar más, veo la puerta abrirse mientras caigo desmayada.

*Fin del flashback*

Esa noche fue la peor de mi vida, me asusta estar en espacios cerrados, me aterra pensar en lo que podría pasar de nuevo. Luego de aquel episodio me sacaron de ese colegio y traté de hacer una nueva vida aquí. Pero me era imposible.

—¡Esto no es gracioso Homer! — estaba empezando a sudar, mientras intentaba a ciegas abrir la puerta. — ¡Es suficiente! Sácame — grité cuando empecé a sentir lágrimas rodar por mis mejillas. Empecé a marearme, sentía asfixia y pánico.
Me senté en la tapa del baño y agarré mi cabello tratando de calmar mi ansiedad. Pero no funcionaba. Empecé a gritar con todas las fuerzas que tenía. No me importaba cuán ridícula me escuchaba. Necesitaba salir de ahí. Necesitaba aire, espacio, libertad.

Después de veinte minutos mis lágrimas no cesaban, ya no me quedaba fuerzas para gritar, simplemente quería que terminara, me había movido a la esquina del cubículo, mi cabeza estaba enterrada entre mis brazos y rodillas, no veía nada, y aunque pensé que eso me ayudaría a imaginar que estaba afuera, no había funcionado.

Homer.

Se me había pasado el tiempo respecto a Ada, la dejé encerrada media hora. Era tiempo de volver.
Caminé a paso normal por los pasillos hasta llegar al baño en donde estaba ella. Escuché sollozos dentro del cubículo. No puede ser, ¿Ada Nichols llorando? Tenía que ver eso.

Quité el palo de escoba que atoraba la puerta y esta se abrió lentamente. Me preparé mentalmente para reírme, pero no fue así.

¿Qué estaba pasando?

Ada parecía estar a punto de desmayarse, las uñas de sus manos eran un desastre y pequeñas gotas de sangre se derramaban de ellas, sus ojos estaban medio cerrados pero rojos a simple vista, su cabello era un desastre. Y ella se mecía una y otra vez en la pequeña esquina del baño.

—¿Ada? ¿Estás bien? — ella sollozó y me agaché hasta tomarla en brazos. La saqué de ahí cuidando que no se golpeara la cabeza y la dejé suavemente sobre el lavamanos. Tomé un poco de agua y le aparté el cabello de la cara.

—No sabía que sufrías claustrofobia, lo siento tanto — mencioné en verdad arrepentido. Si hubiera sabido no le habría hecho tal cosa. Se sentía horrible saber que estaba así por mi culpa. No pensé en lo que diría, simplemente la acerqué a mi pecho y la abracé fuerte.
Sentí sus delicados brazos rodearme y la apreté.

—Perdóname — la llevé en brazos hasta la enfermería y la dejé en una camilla. Le dí un vaso con agua para que se calmara un poco mientras buscaba tiritas para cubrir los daños que se había hecho. No era doctor, pero algo había visto en la televisión.

Me acerqué y lentamente me aseguré de limpiar sus lágrimas. Ella había dejado de llorar, sin embargo aún no pronunciaba ninguna palabra respecto a lo que había pasado. No la culpaba si me odiaba, me lo tenía merecido.

—Yo...tengo que irme — dijo con voz ronca, bajó de la camilla y cuando estaba a punto de cruzar la puerta, la detuve.

—Ada, yo...

—No, Homer, por favor.. — susurró cansada. Asentí resignado y la dejé pasar. Al fin y al cabo, no éramos amigos. ¿Cierto?

Esto es un desastre. ¿Qué pasaría ahora?

A falta de amorWhere stories live. Discover now