Creando amor de la nada

278 15 7
                                    

Marina no pudo asistir a la boda pero me mandó algunos libros de autores estadounidenses como Mark Twain o Scott Fitzgerald. Y digo me mandó porque las felicitaciones solo eran para mí.

Conforme pasaban los años, las cosas cambiaban también.

Alex decidió quedarse junto a su hijo para ver a sus nietos crecer y no solo conocerlos por fotografías. Al año de casados tuvieron a su primera hija a la que llamaron Bárbara como la madre de Rudy, a su segunda hija —que nació dos años más tarde— le pusieron Roxanne como la madre de Diane. Luego nació un pequeño tres años después llamado Robert, pero murió por complicaciones respiratorias con solo dos semanas de nacido. Por suerte la vida les regaló otro hijo al que le pusieron Jonathan.

Cuando nació el primer bebé, Diane decidió separarse de su padre para siempre y formó su propia editorial donde Rudy tenía un puesto seguro y yo también.

Y con respecto a nosotros, vivimos un tiempo en el pequeño cuarto que rentaba Max hasta que decidimos que era tiempo de compartir nuestro amor con un bebé aunque tardamos un tiempo en tenerlos. Empezaba a pensar que jamás podría ser madre cuando comencé a tener mareos y nauseas espantosas. Y siete meses después tuve a mi primer hijo al que decidí llamar Erik a pesar de que Max insistía en llamarlo Hans. Un año después llegaron las mellizas Rosemary y Paula. Parecía que el destino me mandaba de regreso a mis seres queridos en forma de bebés. Y tres años después nació un pequeño al que nombramos Hansel claramente en honor a mi padre. Y en cuanto al trabajo, seguí escribiendo libros, pero esta vez llenaba las hojas con historias para niños. Historias que les contaba a mis pequeños para dormir o que la pequeña Rosemary se imaginaba. Ella fue la única a la que le gustaban los libros. Max, junto con sus amigos —que prácticamente eran los tíos de mis pequeños— decidió abrir un nuevo periódico que, hasta la fecha es de los periódicos más importantes del país.

Conforme fueron creciendo los niños, empezaban a preguntar cosas: ¿Por qué los hijos de Rudy y Diane tenían un abuelo y ellos no? ¿Quién era Ilsa Hermann y por qué les mandaba regalos cada que podía? ¿Por qué nosotros hablamos diferente a las demás? ¿Por qué su padre tenía números que no borraban en el brazo?

Muy a mi manera decidimos que era hora de hablarles de esa etapa tan oscura de nuestras vidas. Tal vez apenas eran unos jóvenes niños, pero era preferible que lo supieran para que no repitieran la historia.

Más tarde, cuando Rosemary tuvo la edad suficiente para comprender lo que había escrito en mi primer libro, me preguntó sobre la historia de su padre y yo. Siempre era un placer contarles las inusuales sorpresas que te tiene la vida. Cuando comenzaron a casarse y a tener hijos, yo también empecé a cambiar detalles de nuestra historia, pero tenía a Max a mi lado para corregirme.

Mis seres queridos nunca me dejaron.

...

Estaba sentado en una butaca que para mi edad estaba demasiado incómoda. Me habían obligado a ponerme un tonto esmoquin, tal y como lo hizo Liesel el día de nuestra boda hace más de 50 años. Liesel. Ella es la razón por la que estamos aquí, en esta ceremonia, pero yo no tenía ánimos de venir a un evento como éste. Era demasiado para mí.

—Hay escritores que se dedican a llenar con palabras hojas en blanco y hay otros que se dedican a tocar almas con sus palabras— dijo una joven frente a un micrófono para todo el público a través del escenario.

Las luces del auditorio bajaron y en la pantalla que había al fondo del escenario comenzaron a pasar imágenes de mi bella esposa mientras una voz en off narraba su vida.

Lágrimas empezaron a rodar por mis arrugadas mejillas mientras mi hija Rosemary apretaba con fuerza mi mano.

Contaban desde su dura infancia en aquellas reducidas y austeras calles de Molching, su llegada a esta ciudad, como empezó a escribir libros gracias a su segundo padre y como logró convertirse en una de la escritoras de cuentos más importantes de la época. Su nombre estaba al lado del de otras mentes brillantes como los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen, entre otros.

—El día de hoy nos sentimos muy orgullosos de hacer entrega del reconocimiento a la trayectoria a la escritora que cambió la vida de muchos de los presentes: Liesel Meminger.

Todo el mundo ahí se puso de pie mientras aplaudían con emoción.

Sabía que había llegado la hora y con ayuda de Hansel subimos al escenario a recibir el premio.

La presentadora me hizo entrega del galardón donde podía leerse:

"Premio a la trayectoria".

Liesel Meminger.

Noviembre 2006.

Me reí sínicamente al ver su apellido. Habíamos tenido un pequeño pleito por eso. Ella quería que sus libros llevaran también su nombre de casada pero yo le dije que no hacía falta. Con que yo supiera que era mía bastaba.

Mi Liesel.

Dejaron el micrófono para que hablara, así que me aclaré la garganta y esperé los aplausos se acallaran.

—Es un honor para mí estar aquí el día de hoy. Mis hijos y yo— los miré y todos tenían los ojos llorosos a excepción de Erik, que siempre trataba de hacerse el fuerte —Estamos más que orgullosos de todo lo que Liesel logró. Ojalá ella estuviera aquí verlo con sus propios ojos— y la garganta se me cerró. Ella nos había dejado hacía un par de meses atrás, pero dolía como si apenas hubiese recibido la noticia en aquel hospital. Era como pisar el infierno —, pero hay una cosa que me consuela. Al fin está disfrutando de la compañía de su familia. Y eso, mi cielo, te lo merecías desde hace mucho tiempo.

...

Cuando llegamos a casa, Erik y Rosemary se despidieron y solo Hansel y Paula se quedaron para cuidarme, cosa que yo no necesitaba pero eran igual de necios que mi Liesel.

Paula me ayudó a quitarme los zapatos y el saco para que me metiera a la cama y darme la decena de pastillas que me tocaba a esta hora.

— ¿Quieres algo más?— me preguntó Paula con los ojos hinchados por haber llorado.

—Que me dejes dormir.

Paula sonrió y me arropó con la colcha.

—Si necesitas algo...

—Sí, sí. Ya sé. Les habló.

—Buenas noches, papá.

—Que descanses.

Paula apagó las luces y salió por la puerta pero pude escuchar un ligero gemido ahogado. Paula y Liesel siempre se la pasaban peleando. Ella era como la mezcla de mi juventud violenta y la impulsividad de Liesel, así que cuando ella nos dejó, Paula no pudo pedirle perdón. Pero lo que ella no entiende es que un padre nunca podría odiar a un hijo. Por supuesto que mi Liesel la perdonó.

Encendí la lámpara que había en la cabecera y del cajón de la mesita de noche saqué nuestro cuaderno ya desgastado por el tiempo y me fui a una de mis páginas favoritas; aquel poema que me había escrito Liesel cuando estaba enfermo en Himmelstrasse. Siempre amé ese poema, y aunque ahora me lo sepa de memoria, verlo escrito con su puño y letra me hace sentirla más cerca.

Apagué la luz y puse el cuaderno abierto en la última página en el lado donde dormía Liesel, como hacía cada noche desde que ella se fue. No, no era un viejo cursi que pensara que el libro tenía su esencia. En esa última página estaba escrito mi último deseo. Y no sabía si iba a regresar junto a mi esposa mañana, en un mes o dentro de dos años, pero quería que ese cuaderno se fuera conmigo para compartir nuestras palabras por el resto de la eternidad.

----

Hola, como deben de notar, este es el capítulo final.

Aunque no lo crean, se siente feo decir que esto está casi terminado, pero así es esto.

Tranquilas, que todavía falta el epilogo, así que esto no se acaba hasta que se acaba jaja (:

Saludos xx.

Tu cielo, mi destino. Fanfic de 'La ladrona de libros'.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora