...pero hay cosas que no puedo controlar (parte 2)

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Me sentía extraña de estar bajando al sótano, después de tanto tiempo que no lo hacía.

Mi padre estaba sentado en el mismo lugar donde lo hacía Max. De hecho, si te quedabas mirando por un largo rato, parecía que era Max, sólo el largo de las piernas hacia la diferencia. Max era bastante más pequeño. Si, Max me traía loca. Lo reconozco.

— ¿Papá?

A pesar de que llevaba buen rato ahí parada, imaginando que era Max, él aún no se percataba de mi presencia.

Mi padre levantó la mirada del suelo y me miró sin mucho interés. O tal vez con mucha tristeza.

— ¿Qué fue lo que hiciste para que mi madre se pusiera así?— señalé a la cocina.

—Arreglé tu problema.

Eso me confundió un poco. ¿Mi madre estaba así porque no iba a ir a la guerra? Pero lejos de eso, había otra cosa.

— ¿Qué fue lo que hiciste?

Mi padre se llevó las manos a la nuca. Ay no, esto no era buena señal.

— ¡¿Qué fue lo que hiciste?!— le pregunté alterada.

Él no me respondió.

Me acerqué a él.

— ¡Dime lo que hiciste, papá!

Por dios, que no sea lo que estoy pensando.

—No me digas que...— mi padre asintió lentamente.

— ¿Por qué?— le pregunté en un susurro exaltado.

Me puse en cuclillas frente a él y le acaricié la mejilla sin nada de tacto. Estaba a nada de volverme histérica.

—Tu no mereces ver esas cosas... tu no mereces morir.

— ¿Y tú sí?

Hizo un ligero movimiento de cabeza.

—No se debe ocultar a un judío en la casa. No se debe ser tan amable con ellos.

—Estás mal si crees que voy a dejar que pagues por algo que yo hice— le dije enojada.

Me levanté y salí corriendo de la casa. Tal vez Hans y Rosa Hubermann me quisieran mucho, como a una hija y tal vez yo los amara más que a nada. Era Precisamente por eso que nunca me perdonaría si algo llegara a pasarles.

Corrí hasta llegar a las oficinas del partido en el centro de Molching.

—Quiero hablar con Jürgen Faust— le dije a la primera mujer que estaba cerca.

En realidad, no sabía a ciencia cierta si él era el hombre con el que tenía que hablar, pero las cartas que recibíamos del partido siempre estaban firmadas por él.

— ¿Tienes cita?

—No, pero...

—Entonces espera un momento. Está a punto de salir— me respondió de mala gana.

Me quedé parada esperando a que se dignara a salir de su oficina. Cuando por fin lo hizo, no esperé a que se acercara. Fui yo la que lo encaró.

—Quiero hablar con usted— exigí. La maldita secretaria había logrado que mi coraje aumentara bastante.

— ¿Y tú quién eres?— me miró con rechazo.

—Soy Liesel Meminger. Va a enviar a mi padre a la guerra cuando debe enviarme a mí.

Tu cielo, mi destino. Fanfic de 'La ladrona de libros'.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora