Bienvenida a la relidad

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Pasaron las semanas y ya no tenía ganas de nada. Ni siquiera de leer. Tampoco de escribir ya que no había nada que valiera la pena contarle a esas hojas.

Me la pasaba en la casa ayudando a mi madre. En las Juventudes Hitlerianas sólo me recibían porque debían hacerlo. Después de mi historial tan deplorable, apenas y reparaban en mi presencia. Estaba totalmente segura que solo esperaban a que cometiera otra tontería para mandarme fusilar.

Estaba harta de esta situación. Sabía que tenía que hacer algo para sacar el coraje que me estaba carcomiendo por dentro. Un día de esos supe como lo lograría.

Me dirigí al sótano, exactamente al lugar donde estaban mis libros y tomé uno. El objetivo.

Lo puse debajo de mi brazo y, aunque el frio viento de noviembre azotaba la ciudad, no me iba a impedir salir. Tenía que aprovechar que mi madre no estaba en casa.

Me dirigí a toda prisa al puente del rio Amper. Cuando llegué, saqué con cuidado el 'Mein Kampf' de mi abrigo y lo puse en la barandilla.

Tal vez no podía matar al culpable de todo esto, pero por lo menos iba a destruir algo que era suyo. Algo que él amaba.

Abrí el libro y arranqué lentamente la primera página para después romperla en pedacitos que fueron meciéndose de un lado al otro hasta tocar el agua del rio. Las palabras. Ellas habían causado todo este alboroto. Por eso iba a destruirlas. Hermosas y malditas palabras. ¿Cómo podía ser eso posible?

Mientras deshacía el libro pensaba en todo lo que el Führer me había arrebatado de las manos; a mis padres, a mi hermano, a Hans Hubermann, a Max, a Rudy. Todo lo que yo quería se lo había llevado el hombre que adoré por tantos años. Debí de haber estado muy mal para caer en sus garras.

En realidad, este era el momento perfecto para aceptar una cosa: mi vida no es más que una maraña de engaños. Desde que llegué a Molching he tratado de actuar como se supone que un ciudadano alemán debe hacerlo. He apoyado al Führer cuando debí haber apoyado a mi padre, a mis padres, pero sobre todo, a Max.

Me vendieron un concepto equivocado de lo que significaba pertenecer a una sociedad y lo peor de todo es que lo acepté sin poner resistencia alguna.

Ya no rompía las hojas con suavidad, lo estaba haciendo con rabia y sin premura.

Empecé a llorar pensando en cómo sería todo si esto jamás hubiera pasado. Era algo que nunca descubriría a ciencia cierta. Jamás sabría qué hubiera pasado si mis padres no hubieran sido comunistas, si Werner no hubiera muerto, si jamás hubiera llegado a casa de los Hubermann, si Max no hubiera sido judío, si Hitler no hubiera llegado al poder.

Cuando sólo me quedó la pasta dura, la arrojé al rio con todas mis fuerzas.

-Quiero que esto acabe- dije mientras veía los papeles avanzar por el rio de manera borrosa por las lágrimas que inundaban mis ojos.

Pensar en que nunca volvería a ver a todas esas personas también era un infierno. No entendía porque a mí me había tocado vivir una vida tan injusta. No creo que haya hecho algo tan malo como para merecerlo. Mentira, era una persona horrible por el simple hecho de si quiera plantearme apoyar al Führer.

Cuando volví a casa, preferí quedarme sentada en la acera. No quería entrar a pesar del horrendo frio que hacía.

Escuché el sonido de un camión, pero no levanté la vista. No me apetecía ponerle atención a cosas sin importancia en estos momentos. El camión se detuvo cerca y escuché unos pasos luego del que camión se pusiera en marcha otra vez. Los pasos se acercaban más y más a mí.

-Señorita, creo que no debería estar en la calle y menos con este frio.

Esa voz. Era lo que necesitaba en esos momentos.

Me levanté y corrí a los brazos de ese hombre.

-Papá.

No podía creerlo.

-Mi niña.

-Te extrañé.

Mi padre me limpió las lágrimas de la cara y me llevó a adentro porque estaba temblando de frio.

-Espera- le dije antes de entrar.

Mi madre ya había llegado y estaba en su habitación.

- ¿Creí que estabas en tu habitación?, ¿Dónde estabas?- no se veía enojada, pero sabía que si lo estaba.

-Eso que importa. Mira quien volvió.

Abrí la puerta por completo y mi padre apareció. Para cuando me di cuenta, mi madre ya lo estaba abrazando.

Mi padre extendió un brazo para que me sumara al abrazo.

-Yo también las extrañé.

Cuando nos separamos, mi madre le dio un golpe en la cabeza. Lo cual me dejó confundida.

- ¿Por qué nunca nos escribiste, Saukerl? ¿Ni para eso eres bueno?- dijo mirando la férula que traía en la pierna izquierda.

-No tenía nada bueno que contarles. No había nada bueno de aquel lado- se defendió-, pero cuando venía de regreso, un oficial me dijo que Hans estaba en Rusia. Nuestro hijo sigue con vida, Rosa.

Se volvieron a abrazar. Sin duda este era de los mejores momentos de mi vida.

Nos sentamos a la mesa y nos contó un poco de lo que le tocó hacer. Lo asignaron a la Unidad Especial de Bombardeo. Prácticamente tenía que salir a salvar vidas cuando aún estaban cayendo las bombas. Nos contó poco de las cosas horribles que veía y de los lamentos y llantos que escuchaba cada vez que salían ayudar. Ese fue el castigo que le tocó por mi culpa. La razón por la que volvió -y de porque traía el pie enyesado- era porque un sujeto llamado Reinhold Zucker no se llevaba bien con él, le quitó su asiento en el camión cuando estaban rumbo a un sitio bombardeado y, por desgracia tuvieron un accidente. Ahí, ese hombre murió y mi padre salió casi ileso. Nunca lo dijo, pero yo sabía que en el fondo él sentía que debió ser el que debía haber muerto. Era su asiento.

Al final del día, mi padre me pidió que fuera por su acordeón para que cumpliera su promesa de tocarnos algo.

-Extrañaba oírte tocar- dijo mi madre al final de la tercera canción.

-Disculpa, pero estoy un poco sordo. No te escuché- le respondió mi padre.

-Me voy a acostar. No se acuesten tarde- se paró y se fue a su habitación con una casi imperceptible sonrisa en su cara.

Asentimos con la cabeza. Una vez solos, mi padre empezó a interrogarme.

- ¿Por qué tienes cicatrices en la cara? ¿Te volviste a pelear?- me preguntó mientras se recargaba en la mesa para estar más cerca de mí.

Tardé un poco en contestar a su pregunta.

-Ojalá y me hubiera peleado- le dije con melancolía.

Le conté absolutamente todo lo que había hecho durante su ausencia; desde el cuaderno, hasta la partida de Rudy.

-Todo por mis actos de impulsividad- le dije mientras reprimía las ganas de llorar.

-Liesel, yo sé que de nada servirán estas palabras, pero tú no le dijiste que fuera. Él tomó su decisión- se quedó un rato en silencio -Y sobre Max... no dejes que nada trunque lo que deseas.

Me volteé para mirar a mi padre a la cara. Sus ojos color plata. Ellos me decían que mi padre tenía razón.

-Hiciste lo que tenías que hacer. Así estaba escrito.

Me levanté de la silla y lo abracé. No sabría qué hacer si mi padre llegara a morir. Él era el único que podía mantenerme a flote ahora.


Tu cielo, mi destino. Fanfic de 'La ladrona de libros'.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora