Por la noche, los corazones suelen estar vacíos.

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Después de nuestra primera sesión de lectura después de hace tiempo, de haber cenado y de que Max se hubiera dormido, tuve una pequeña charla con mi padre.

— ¿Estás segura?—  me preguntó en un susurro.

—Sí, papá. No creo que se le ocurra atacarme en la noche. Eso sería muy estúpido de su parte. Además si se le ofrece algo, yo veré como le ayudo.

Papá me miró con desconfianza por la última oración. Y tenía razón en hacerlo.

—Además— dije cuando él estaba a punto de contraatacar mi argumento —, tú ya no estás en edad de dormir en esa silla. Te va a desviar la columna.

— ¿Qué te pasa? Si estoy en los mejores años de mi vida— levanté una ceja y me reí.

—Sí, claro, joven Hubermann, ve a dormir en una cama de verdad— giré su cuerpo hacia las escaleras.

—Está bien, cualquier cosa que se ofrezca...

—Te voy a buscar. Entendido— le dije.

—Que descanses.

—Buenas noches.

Cerré la puerta y me fui a mi cama no sin antes poner un libro en la mesita de noche por si alguien era sonámbulo y se le ocurría atacar.

Me despertaron unos murmullos que provenían de la cama de al lado. Los susurros no eran entendibles, pero por la forma en la que lo decía y por sus expresiones físicas —sudor, movimientos rápidos y bruscos— supe que estaba teniendo una pesadilla.

—Max.

Nada. Seguía igual.

Me levanté de la cama y lo moví ligeramente.

—Max, despierta— le dije más fuerte pero no despertó.

Lo estuve moviendo, pero no servía de nada. Así que no me quedó de otra. Me acomodé en la posición correcta, calculé mis movimientos y le di una gran bofetada en la mejilla izquierda.

Se levantó de golpe que tuve que hacerme hacia atrás ya que me asustó un poco.

— ¿Qué pasó?— dijo agitado mientras se frotaba la mejilla.

Agité mi mano para que pasara el dolor y volví a mi cama.

—Estabas teniendo una pesadilla y como no despertabas, te tuve que golpear— le dije muy calmada.

Asintió lentamente y me miró confundido.

— ¿Quieres agua?— le pregunté de mala manera.

—No, gracias— se veía desorientado.

— ¿Te puedo ayudar en algo?— su actitud me preocupaba.

—No, vuelve a dormir.

No me lo tuvo que repetir dos veces para que yo lo hiciera.

Los siguientes días seguimos con las lecturas en el sótano. A veces invitábamos a mamá, pero siempre tenía cosas mejores e importantes que hacer.

Siempre leía un capítulo del libro y a veces, cuando mi padre no tenía que salir a trabajar temprano, se quedaba tocando el acordeón para nosotros.

— ¿Nunca aprendiste a tocar el acordeón?— le pregunté un día Max sin poder contener mi boca.

—Si— se me quedó viendo. Sí, yo también estaba sorprendida por mi acto —Hasta los nueve años— siguió después de un largo silencio —Mi madre tuvo que vender el estudio de música junto con todos los instrumentos. Después yo me negué a seguir aprendiendo. Fui un tonto.

—Claro que no— protestó Hans —Sólo eras un niño.

Por las noches también se creó una rutina. A partir de la primera pesadilla, Max las tuvo todos los días, alrededor de las tres de la madrugada. Yo no solía tener el sueño tan ligero, pero siempre me despertaba.

Las primeras noches sólo me dedicaba a despertarlo y ofrecerle un vaso de agua. Pero conforme pasaban los días, me iba acordando de las noches de terror y angustia que yo también viví cuando llegué a esta casa. Por esta razón estuve tentada en varias ocasiones en contarle acerca de mis pesadillas, pero él ya sabía demasiado de mi vida.

— ¿Seguro de que no quieres agua?— le pregunté por enésima vez.

—No, gracias.

—No te vuelvo a ofrecer nada, ¿me entendiste?

—Lo siento— me respondió todavía sobresaltado.

— ¿Por qué siempre que hablas es para decir "lo siento"?— le dije haciendo ademanes.

—Lo siento. Yo...

Puse los ojos en blanco.

—Mejor olvídalo— me senté y me recargué sobre la cabecera de la cama, imitando las acciones de Max.

— ¿Qué es lo que sueñas?— le pregunté después de un corto silencio.

Max me miró asombrado de que le estuviera hablando.

—Cuando salí huyendo de Stuttgart, sólo yo podía salvarme. Sueño que vuelvo a casa y que me despido de mi familia. Y a veces con el Führer.

No podía creer que fuéramos tan parecidos en ese aspecto. Así que me animé a contarle lo que no había querido.

—Cuando yo llegué a aquí también tenía pesadillas. Tardé mucho en superarlo, incluso a veces aun las tengo.

— ¿No eres hija de los Hubermann?— me preguntó sorprendido.

—No— me gire un poco para verlo mejor —Llegué cuando iba a cumplir diez años. Mi madre tuvo que huir. Era comunista— hice una breve pausa —En el camino a acá, en el tren, mi hermano Werner murió. Mis pesadillas constaban en un camino cubierto de nieve, un tren y mi hermano muerto.

—Lo lamento.

—Hazme un favor, ¿quieres? No vuelvas a hablar si lo que vas a decir es "lo siento." Es en serio.

—Trataré— me sonrió tímidamente —, pero ¿por qué me cuentas esto?

Me volví a sentar y me llevé las manos a la cabeza.

—No lo sé. Creí que al sufrir los dos de pesadillas sería más fácil que me comprendieras, pero, ¿sabes qué? Sólo olvídalo— Me acomodé y apagué la lámpara.

—Buenas noches— me dijo segundos después.

Tu cielo, mi destino. Fanfic de 'La ladrona de libros'.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora