Gracias por actuar como si te importara (Parte 1)

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Cuatro semanas han pasado ya desde que, como bien dicen, no me calienta ni el sol. He estado yendo a trabajar y me dedico enteramente a eso, a pesar de que no he ido muy presentable. Hace como dos semanas recogimos el traje de Rudy en la sastrería e inmediatamente lo acompañé a su cita de trabajo. Se puso nervioso como nunca pero obtuvo el empleo. Ahora trabaja medio turno todos los días, excepto los domingos y descansa por las tardes.

Yo estoy intentando limar las perezas con Marina y Diane, aunque a veces me dan los bajones y prefiero estar sola.

Con respecto a donde vivo y a mis cosas, Diane no dejó que nos fuéramos —Rudy duerme en una habitación en la azotea y yo duermo en la sala— y yo tuve que comprar ropa nueva porque no quería pararme en el departamento de Max. Rudy también aprovechó para gastarse su sueldo en ropa y en la invitación a un restaurante que no pude rechazar.

Por cierto, hoy que mi cara empezaba a recomponerse estaba decidida a regresar por mis cosas y aprovecharía que seguramente Max estaba en el trabajo para no tener que topármelo.

— ¿Quieres que suba contigo?

Rudy acababa de estacionar el coche de Diane en la entrada del edificio y me miraba sin estar muy seguro de lo que yo iba a hacer mientras me entregaba la llave del departamento que yo le había dado cuando llegó.

Negué con la cabeza mientras la tomaba.

—No tengo muchas cosas— abrí la puerta del coche y me bajé —Regreso en un segundo— le dije antes de cerrar la puerta.

Vaya, ahora que veía el teléfono recordé que hace bastante tiempo que no hablo con Ilsa. Tenía que hablarle lo más pronto posible antes de que piense que me olvidé de ella.

Subí hasta el quinto piso y abrí la puerta. Nada de nerviosismo ni lentitud. Mientras más rápido me fuera de este lugar, mejor.

Ignoré todos los recuerdos que me vinieron a la cabeza y entré directamente a mi habitación.

—Hola, Liesel.

Scheisse— musité.

Volteé hacia la encimera de la cocina. Max tenía la mano sobre una taza.

—Creí que estabas trabajando. Por eso vine— le dije totalmente tensa.

—Ah, ¿vienes por tus cosas?— él tampoco disfrutaba estar en la misma habitación que yo.

—Sí. Descuida, que lo hago rápido— bajé la mirada con la intensión de empezar a caminar pero un carraspeo por parte de Max me detuvo.

—Antes de que lo hagas, ¿podemos hablar?

Lo miré y él se acercó sin la taza.

—Se te va a enfriar— la señalé con la cabeza.

—De hecho no tengo muchas ganas de café ahorita.

—Ah— me rasqué la nuca. Esto era demasiado incómodo.

— ¿Quieres sentarte?— me señaló el sillón.

Nada más de acordarme lo que había pasado ahí la última vez que estuve aquí se me revolvió el estómago.

Rodeé ese sillón y me senté en el individual. Max hizo lo mismo: evitó ese sillón.

—Primero, perdón por el golpe. Te juro que no fue intencional.

—No pasa nada— me toqué la mejilla del golpe —A veces no son los golpes lo que más duele— e instintivamente recordé aquel golpe que Hans Hubermann me había dado frente a la iglesia, el día del cumpleaños del Führer. Ese golpe sí que había dolido.

Como él se quedó callado —estaba pensando— y yo no quería seguir así, empecé a hablar otra vez.

— ¿Recuerdas cuando estábamos en la biblioteca de Ilsa Hermann el día de mi cumpleaños?

—Sí, te regalé un cuaderno— medio sonrió ante el recuerdo. Uno de los pocos recuerdos bonitos que compartíamos.

—Yo te dije que... que me dijeras todo lo que pensabas sobre mí— Max entendió a donde quería llegar —Bueno, pues todo eso me lo dijiste hasta ahora.

—Lamento habértelo dicho tan enojado.

—No te creas— hice una mueca —Cuando se está enojado es cuando se dice la verdad.

—Lo último que quería era lastimarte— me dijo muy serio —Ojala te lo hubiera dicho antes.

—Ya no te preocupes. Ya no vale la pena porque el daño ya está hecho— me removí —, pero si quiero preguntarte una cosa.

—Dime— me miró confundido.

— ¿Desde cuándo empezaste a sentir algo por Marian?

Me dolía preguntarle eso sobre todo porque siempre que alguien me encontraba llorando les decía que era porque me sentía una estúpida por haberme enamorada de un tonto infiel, pero la realidad era que lo amaba con toda mi alma y no soportaba que todo lo que me decía Marian se haya cumplido.

— ¿La verdad?— me preguntó.

—Obviamente— le respondí incrédula.

—Yo no siento nada por ella.

— ¿Entonces?

—Liesel, no te estoy echando la culpa a ti, pero tú y yo prácticamente ya no estábamos juntos. Solo vivíamos juntos y no sé— se removió —Marian estaba siempre conmigo y...

—Ya entendí, Max. Después de todo yo siempre tuve razón, ¿no? Esa tipa se metió entre nosotros hasta que acabó con lo que teníamos.

—No— Max negó con la cabeza —Creo que todos tuvimos la culpa. Pero en una cosa si tuviste razón— ahora fui yo quien estaba confundida —Una relación es de dos, no de todos los que se quieran meter.

—Sí, ya nos quedó de experiencia.

—Sí.

Max empezó a frotarse la rodilla y yo solo miraba sus movimientos. No quería decir lo que estaba pensando, pero en estos momentos era lo mejor para los dos.

—Espero que ahora que nos separamos hagamos las cosas bien.

Max se me quedó viendo por un momento y tuvo que tragar varias veces antes de poder hablar.

—Tienes razón. Siempre tienes razón, Liesel.

Le sonreí con tristeza y me levanté del sofá para ir a la recamara. Otro minuto más viéndolo así y probablemente me quedo a consolarlo.

Tomé las mismas maletas que había traído de Molching llenas de ilusión y que ahora solo las volvía a llenar de simple ropa. No importaba como cayera, yo quería irme de aquí antes de que mi sentido común se esfumara por completo.

Saqué todo del closet y me fui al tocador. Ahí estaba el cuaderno que Max me había regalado con una única página usada.

Cerré el cuaderno y lo aventé sin miramientos a la maleta, luego saqué el otro cuaderno. Lo sujeté entre mis manos por un buen rato hasta que me animé a escribir el epitafio para el cadáver de nuestra relación.

Tu cielo, mi destino. Fanfic de 'La ladrona de libros'.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora