Epílogo.

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| EPÍLOGO |

Cuatro meses después.

Cierro mis ojos.

La música es capaz de hacer cosas mágicas, igual que los libros. Logra transportarme a un mundo en donde está todo bien, logra hacerme olvidar por unos minutos dónde estoy y quizás hasta quién soy.

No me he dado tiempo de pensar en mí misma. Siempre tuve claro que el amor propio es la primera tarea a la hora de enumerar. Desde que soy pequeña, papá me ha dicho que debo aprender a amarme a mí misma antes de correr a amar a otras personas. No le he hecho mucho caso, la verdad.

Zack llegó a mi vida hace dos años y logró trastocar mi mundo tan rápido. Me tenía como quería. No era bueno que sea así. Antes de él, era débil, vulnerable. Estaba tan perdidamente enamorada que era capaz de seguirlo hasta el fin del mundo si él me lo pedía. Mira a dónde me ha llevado.

Los errores amorosos en mi vida fueron, mayormente, mi culpa. Si bien Zack lo jodió toda esa noche fría que logró cambiarme, fui yo la que debió alejarse antes. Él y yo no éramos una buena pareja. ¿Nos queríamos? Tal vez sí, pero al final del día, nos hacíamos más daño que nadie.

Y luego Tyler, y más tarde Liam.

Dejo escapar un suspiro de frustración. No hay día que no piense en ellos. En ese momento tan íntimo antes de cerrar mis ojos y dormirme, pienso en lo que sucedió. Al principio, me dejaba sin poder dormir por horas. La culpa y el odio me llenaban el corazón. Sentía ese gusto horrible en la boca que lograba formar un nudo en mi garganta y que las lágrimas comenzaran a salir sin control. Romperles el corazón a ambos también me rompió a mí.

Ahora tengo esos sentimientos más controlados, o me digo para sentirme mejor.

—Quinn —me llama Nate. Me mueve con su mano, haciendo señas para que me quite mis auriculares.

—¿Mhm? —musitó quitándomelos.

—Estamos por aterrizar, no te olvides de nada —me dice él mientras guarda su sudadera en su mochila.

Pongo mi asiento derecho y me doy cuenta de que en las dos horas que estuve en el avión, solo he sacado mi teléfono. Mi lista de reproducción es eterna. El avión aterriza y en eso me inclino a ver a Rick. Duerme plácidamente en la fila del frente, al lado de papá, quien se encuentra cerrando un libro.

—Mierda, no extrañaba Portland —suelta Nate apenas pisamos el aeropuerto. Arruga su nariz y niega con la cabeza.

—Luego de pasar tres meses en San Francisco disfrutando de la buena vida, es difícil volver aquí —habla Rick y palmea a su hermano en la espalda, como si eso le sirviera de consuelo. Asiento. El contraste entre San Francisco y Portland es grande.

—No comprendo por qué se quejan ustedes, soy yo la que se quedará estancada en esta ciudad mientras ustedes vuelven a la universidad —me quejo mientras espero de brazos cruzados a que la cinta que carga nuestro equipaje comience a moverse.

Tan solo pensarlo hacía que la sangre me hirviera de ira. Quedarme a vivir en Portland con Natalie o como la llamo cuando me siento de humor, mamá, no es solo una mala idea. No, es una idea desastrosa y horrible de la cual solo saldrán malas cosas. Pero un acuerdo es un acuerdo.

Papá y ella por fin firmaron los papeles del divorcio hace tres meses. No fue complicado, no fue traumático. Fue lo que se tenía que haber hecho hace mucho tiempo. Ambos estaban sumergidos en una relación tóxica que, si bien tuvo sus momentos felices, esos tiempos se extinguieron como el agua apaga un fuego. Intentaron encender las cenizas hasta finalmente darse cuenta de que no se podía sostener y decidieron dejarlo. Al menos esa es la historia que me gusta contar y no la historia en la que Natalie le fue infiel durante todo un año. Honestamente, sigo sin entender por qué papá le tuvo tanta paciencia y no la dejó antes.

The New Heartbreaker | DISPONIBLE EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora