42. Efectos colaterales

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42 | Efectos colaterales.

—¡Lagarto, si no sales ahora mismo, juro que me voy sin ti! —vocifera la inconfundible voz de Seth afuera de mi habitación. Termino de abotonarme la camisa lo más rápido que puedo sin perderme algunos botones.

—¡Ya voy!

Siempre tenemos quejas de los vecinos por nuestros gritos. No me sorprendería que un día de estos nos llegue una orden de desalojo. Tomo mi blazer y mi bolso. Ni siquiera tengo tiempo de verme en el espejo. Lamentablemente, ya pasé por veces en las que Seth decidió dejar de esperar e irse por su cuenta. Aprendí que tomar un Uber hasta Everdeen es demasiado costoso. Salgo corriendo de mi habitación y lo encuentro sentado en su «Silla Huevo» mientras termina de escribir unas cosas en su cuaderno.

—¿Lista? —pregunta sin alzar la mirada.

—Sí, vamos.

Seth guarda sus cosas y se quita las gafas. Grita un «Adiós, Rick» que me juro hace temblar el suelo. Repito, van a corrernos del edificio. Cierra la puerta y yo me adelanto a presionar el botón del elevador. Una vez adentro, tengo tiempo de revisar mi moribundo aspecto en la cámara frontal de mi celular. Es el primer día de clases después de las vacaciones de Navidad Olvidé lo que es despertarme tan temprano.

—¿Vas a viajar a Portland? —pregunta Seth una vez que las puertas se abren y entramos en el estacionamiento.

Suspiro al recordarlo. Papá me llamó hace tres días, invitándome a pasar un fin de semana en Portland. Suena como una locura dado a mi fuerte y enfermiza relación con Natalie, pero me prometió que ella va a estar en un supuesto viaje de trabajo en Boston, así que podría ir y pasar tiempo con él sin tener que preocuparme por mamá.

Hoy es lunes y tengo hasta el jueves para pensarlo. No quiero presiones como esta.

—No lo sé —suspiro. ¿Quiero ver a papá? Por supuesto. Desde que me dijo que él y Natalie no están bien, estoy preocupada por cómo estará. Sé que ella se la pasa viajando y estar solo en casa no debe hacerle bien. La parte que me está tirando a decir no es fácil: tengo miedo de volver.

—Deberías ir, Lagarto —sugiere Seth. Presiona un botón en sus llaves y el auto hace un tintineo de luces. Abro la puerta del asiento delantero.

—No lo sé —repito.

—Tus neuronas no están funcionando ahora mismo; si estuvieras pensándolo bien, irías sin dudar. Es tu padre —sentencia. Hace rugir el motor y en nada estamos en la calle.

No respondo y Seth no agrega nada más, sino que sube el volumen de la música para ahogar la conversación. Tenemos el mismo gusto musical, por lo que no hay ningún problema. Me despierta escuchar a Seth cantar a todo pulmón las canciones que se sabe de memoria mientras golpea el volante. Cuando llegamos, se detiene en la puerta y frena bruscamente a propósito. Seguro para asustar al Porsche de atrás.

—Que tengas un lindo día —me saluda y me bajo del auto. Una brisa fresca me golpea apenas pongo un pie afuera. Ajusto mi blazer y la coleta que me hice hace unos minutos en el auto. Al menos, disimula un poco el nido de pájaros que llevo hoy. No está tan mal.

Camino hacia la entrada, mientras mentalmente voy maldiciendo que es momento de volver a la realidad.

—¡Buenos días! —exclama una voz animada, interrumpiendo mis pensamientos. Volteo y encuentro a Aggie. Saluda con su mano a su chofer y se acerca a mí.

—Buenos días—respondo.

Luego de Nueva York, Aggie acompañó a sus padres a París por una cosa de negocios. No nos hemos visto desde la despedida en el aeropuerto cuando yo volvía a Miami y ella se iba al otro lado del mundo.

The New Heartbreaker | DISPONIBLE EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora