19. Adicciones.

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19 | Adicciones.

—¡Tyler, no! —exclamo retorcijándome de la risa bajo su cuerpo. Sus manos se mueven por los costados de mi torso haciendo que literalmente sea una tortura—. ¡Ba...Basta!

Empiezo a sacudirme e intento alejarlo golpeándolo. Segundos de forcejeo después, parece funcionar porque se detiene, dejando que por fin tome una profunda respiración e intente regular mis frenéticos latidos.

Entrecierro mis ojos en su dirección.

—Imbécil. —Es lo único que sale de mis labios. Sonríe y deja un corto beso en mis labios. Creo que, con ese beso, puedo perdonarlo.

Alguien toca la puerta de la habitación. Tyler quiere intensificar el beso sin importar quién está del otro lado de la puerta. Estoy en su casa por primera vez. No quiero causar malas impresiones. ¿Y encontrarnos así? Definitivamente una mala impresión. Pongo mis manos en su pecho y lo empujo hacia atrás. Tyler gruñe, fingiendo enojo pero aun así, habla.

—¡Pasa! —exclama.

La puerta inmediatamente se abre. Una señora aparece por ella. La reconozco. Estaba en la cocina cuando subí. A juzgar por su uniforme y la bandeja que trae, trabaja en la casa.

—¡Cindy! —suelta Tyler como un niño pequeño cuando la ve.

—Les traje algo para beber y sándwiches —avisa.

—Cindy, ella es Quinn; Quinn, ella es Cindy, la amable señora que me cuida desde... siempre —veo cómo observa a la ama de llaves que creo que ha pasado a ser algo más con el tiempo. No sé mucho sobre la relación que tiene Tyler con sus tíos, pero algo me hace decidir que ella es lo más cercano a una figura materna que Tyler puede tener. Mi corazón se estruja un poco. Sus padres murieron cuando Tyler era muy pequeño y quedó con sus tíos, que no parecen estar muy presentes en su vida.

—Te he dicho miles de veces que no me llames señora. Te encanta molestarme. —Desordena el cabello de el castaño—. Encantada, Quinn —me dedica una sonrisa cordial.

—El gusto es mío —sonrío.

No dice demasiado, deja la bandeja en la mesa de la sala de juegos y se va. No le hago muchas preguntas sobre Cindy, supongo que esa pequeña interrupción lo dijo todo. Me levanto del sofá, lista para recorrer toda la habitación, ya que apenas entramos Tyler empezó una guerra de cosquillas.

Es tan grande como podría ser todo mi departamento. Tiene mesa de ping pong, billar, pantalla plana —gigantesca, cabe destacar—, varios sofás color negro que combinaban con el aspecto sombrío del lugar. Tyler tiene pilas y pilas de juegos de Xbox que seguro nunca usa. Una pared está completa de estantes con libros y juegos de mesa. Todo es impresionante, contando hasta las lámparas que cuelgan por toda la habitación con muy poca iluminación y que le dan un aspecto acogedor y cálido.

—¿Sabes jugar? —pregunta acercándose a mí mientras observo la mesa de ping pong de cerca.

— Jugaba todo el tiempo con mi papá —le cuento y no puedo evitar que una punzada de nostalgia me ataque. Tyler percata mi expresión en un parpadeo.

—Nunca hablas de tus padres —resalta poniéndose frente a mí. Mi trasero choca contra el borde de la mesa.

—Supongo que no hay mucho para decir. —Me alzo de hombros. Debato entre juzgarlos de malos o quedarme con todo lo bueno de ellos—. Mi relación con mi mamá es complicada. Papá vive a su sombra. No me llevo exactamente bien. Menos en este último tiempo. —Carraspeo, queriendo cambiar el tema de conversación—. Tú tampoco hablas sobre tus padres.

The New Heartbreaker | DISPONIBLE EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now