C A P Í T U L O F I N A L - no hay epílogo -

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»Tranquila, no escribí poemas. Lo intenté una vez y salió fatal... Y dudo que fuera a hacerlo de nuevo, a no ser que estuviese entre la espada y la pared. Pero sí tuve presente que adorabas y adoras las flores, así que preparé una sorpresa para el día de tu regreso.

Hago una pausa para recuperar el aliento.

—No lo dije antes porque fue un episodio bastante deprimente y patético para mí. Un tío con un ramo de flores, esperando en un coche lleno de flores, a que apareciese una mujer que nunca llegó... Pero no creas que me dolió que me señalaran o me mirasen con lástima. Solo me dolió que no estuvieras allí.

»Ahora lo entiendo, y no te preocupes por mis sentimientos heridos de entonces, ni creas que lo saco ahora para meter el dedo en la llaga. Pretendía que lo supieras porque... Sí, tiré ese ramo a la basura, el que portaba en persona. Y cuando llegué a casa y aparqué en la cochera, estuve sacando flores a tirones, a gritos y a maldiciones durante minutos que se hicieron eternos.

»Pero cuando llegué a la última rosa, no pude hacerlo. No pude arrugarla en mi puño y pisarla.

»En su lugar, la cogí y la miré durante horas, pensando en Lana Douves y en que quizá había sido demasiado tarde.

La cojo de la mano, que le tiembla como el resto del cuerpo, y voy separando sus dedos uno a uno para dejar la flor disecada en su palma.

—Mi vecina Alberta secaba rosas en su tiempo libre para meterlas dentro de los libros. Me pareció justo que esa última superviviente se quedara ahí para siempre, conmigo. Aunque no sabía por qué...

Lana se gira hacia mí, conteniendo el aliento y sin mover un solo músculo. Sus dedos vibran suavemente, como si quisiera cerrar el puño y no se atreviera, aunque por su cara, sé que siente el peso suave de la rosa sobre ella.

—...Hasta ahora. Es ahora cuando me doy cuenta de que la guardé porque algún día te la daría en persona, y te diría: «esto es lo que ha pasado con mi amor por ti». O quizá eso en concreto no, porque no es para nada mi estilo, pero esa iba a ser mi demostración de que ni siquiera el dolor era eterno.

»Sin embargo, tiene otro significado en este momento. También te la tengo que devolver, porque esta rosa fue tuya cuando era bonita, y lo es ahora al perder sus propiedades. Porque te pertenece, tanto si quieres tomarlo como una representación de cuánto te quiero, como si prefieres que sea una alegoría a todo lo que llevo haciéndolo. Esta es mi demostración de que siempre has estado en mi pensamiento.

»Pero tiene otro significado. —Pongo la mano sobre la suya y entrelazo los dedos con los de ella—. Y es que no quiero seguir guardando algo que me hizo sentir miserable. Tampoco quiero, en este momento, estar con alguien que me hizo sentir miserable.

El pecho de Lana se hunde, y por un segundo, por un solo pero larguísimo segundo, me planteo parar aquí. Callarme ahora. Cogerla de la mano e irnos a casa. Pero no siempre es tan sencillo. Y en mi caso, aún menos.

—Sabes perfectamente cómo me siento por ti. Sabes que no te odio, y que nunca podría hacer tal cosa. Y espero que sepas, o puedas entender, que este no es nuestro mejor momento y tenemos que dejarlo aquí. Yo puedo perdonarte, y puedo besarte, y puedo hacer todo lo que hemos hecho desde que coincidimos la primera vez... Pero no va a ser lo mismo, igual que tu rosa. Una parte de mí se marchitó cuando supe la verdad, y soy el primero que siente que sea así. No lo pude controlar, Lana. Simplemente cambié —murmuro—. Por favor, no llores.

Sin embargo, ella ya está llorando. Aprieta mi mano con fuerza, sin mover otra parte del cuerpo, mientras que el perro trata de consolarla empujándole el hombro con el hocico.

—Compremos flores nuevas, entonces —solloza—. Y las ponemos en un jarrón bien grande y bonito, a la entrada de la casa...

Me inclino hacia delante para abrazarla. Ella tarda unos segundos en responder torpemente, envolviéndome la cintura con un brazo tenso. Ahí es cuando llora de verdad, con hipidos y convulsiones, y tendría que haber sido jodidamente fuerte para no derramar unas lágrimas con ella. Cosa que no soy.

—Sabía que harías esto, no creas que no —gimotea—. Pero que lo hayas hecho no lo hace menos doloroso. Axel... Sé que no he sido la mejor. Solo tienes que darme una oportunidad. Una sola, y te demostraré que puedo merecerte.

—No tienes que demostrarme nada. Para mí ya eres increíble. Es un problema personal mío, ¿entiendes? —Le froto la espalda con la palma, notando la garganta encogida y los ojos escocidos—. Te quiero, Marianna. A Marianna y a Lana. A las dos, o a todas las que haya dentro de ti...

—Y yo. A Axel, a Alex, a todos...

—...Pero hoy día no es suficiente. Quién sabe si dentro de un tiempo... Si a la tercera será la vencida...

Lana me aprieta más fuerte. Siento su pecho vibrando bajo el mío.

—¿Y cuándo será esa tercera? ¿Cuánto tiempo vas a tenerme esperando...?

—No me esperes —respondo muy a mi pesar—. Así todo pasará rápido, y antes de que puedas pensarlo, ya estaré aquí.

Ella se separa de mí con todo el dolor del mundo, y agacha la cabeza, porque sabe tan bien como yo que no lo digo en serio, y que si nos separamos otra vez, tal vez nunca volvamos a juntarnos. Y aunque espero por su parte alguna recriminación, algún intento por convencerme de lo contrario, este no llega. Lana aparta su mano de la mía, con cuidado de que no se caiga la rosa, y la abraza con los dedos lentamente.

Es una imagen que no voy a olvidar nunca. Lana haciendo un esfuerzo inhumano para dejar de llorar, apretando con fuerza el puño y con la espalda encogida, guardando silencio por el luto que acaba de comenzar. No querré entrar en este parque nunca más, no querré hacer rebotar las piedrecitas en el lago nunca más, y no querré enamorarme de alguien nunca más. Quizá porque mi corazón siempre será de esta mujer, y en realidad, poco tengo que decir ahí.

Muy despacio, como si estuviera recordando para sí todos los motivos que tiene para seguir sufriendo, sonríe sin mostrar los dientes. Se lleva la mano cerrada al pecho, y dice:

—Eso es imposible. Mientras pueda sentirte aquí dentro, te estaré esperando. Y mi corazón no es una cárcel de la que hayas podido escapar una sola vez.

La acerco por la nuca para darle un beso en la frente. Asegurada ya mi marca, apoyo la mía en la suya un instante y solo cierto los ojos cuando me duele demasiado que tenga que morderse los labios para no llorar.

—Dame la libertad que necesito y volveré sin miedo a encadenarme de nuevo —susurro.

Ella tarda en encontrar la voz para contestar.

—¿Y cuál es el resguardo de que volverás conmigo?

Agradezco que no pueda ver mi sonrisa. No me habría gustado que ese fuera su último recuerdo; un gesto que certifica mi decisión irrevocable.

—Que la víctima y el asesino siempre vuelven al lugar del crimen.


Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now