C A P Í T U L O 3 2

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—Solo sube, por favor. La puerta estará abierta.

Tan pronto como el chasquido del cerrojo se activa, obedezco su orden y echo a correr por las escaleras. Conociendo a Lana, la urgencia podría ser que no le cierra la cremallera —por favor, que sea un problema de cremallera—: su exageración podría hacer llorar a una actriz de teatro argentina. Pero también podría tratarse de algo grave, y como ya sabréis, no creo que mi conciencia sea capaz de soportar otra tragedia más que, para colmo, podría haber evitado.

Tal y como ha dicho, la puerta del piso está abierta. Entro con el corazón latiéndome muy deprisa.

—¿Lana? ¿Dónde estás?

Su voz me llega entrecortada desde la sala en la que desemboca el pasillo.

—En el salón...

Echo a andar rápidamente. ¿No será que me he metido en una película de terror, y ni me he enterado? Porque me siento como el típico pardillo que se va adentrando en la casa encantada de su vecino —aquel que murió en circunstancias extrañas— con solo una vela en la mano.

—Ya estoy a...

Lana me recibe con la barbilla alta, sin las gafas puestas y sin estar preparada para salir. De hecho, no parece que esté por la labor de cumplir con su parte; más bien todo lo contrario. Yo, yendo a juego con su elección de atuendo, la saludo descolgando la mandíbula, a punto de sufrir un cortocircuito.

—He decidido que no voy a tener una cita contigo —me suelta, con un tono pausado y sexy que me pone la carne de gallina—. No eres nadie para obligarme a hacer algo que no quiero, chantajista emocional de mierda. ¿Quién te has creído que soy para darme órdenes o hacerme sentir mal por elegir con quién me apetece dar una vuelta? ¿Tu hija? —bufa—. Oh, no, lo siento muchísimo, bonito... Si necesitas recomponer tu orgullo porque prefiera a Eugene, ve al psicólogo, que seguro que te enseña a lidiar con tu pésima autoestima.

—Vale. ¿Y tenías que rechazarme estando medio desnuda? Porque podría aceptar toda esa lista de insultos con orgullo y casi sin inmutarme si no te estuviese viendo las tetas —señalo, carraspeando, balbuciendo y ese sinfín de sinónimos que vienen a significar que quedo como el culo—. ¿Tan perversa eres que te has vestido así para hacerme sufrir?

Ella cambia el peso de una pierna a otra. Es increíble cómo a pesar de tener un aspecto desvalido y estar nerviosa, no pierde ni un ápice de sex appeal. Aunque, ¿qué clase de sex appeal puede perder una mujer llevando ropa interior de encaje y satén... rojo?

Dios mío, es rojo. Mi jodida fantasía.

—No pretendo hacerte sufrir. Pretendo dejarte claro que si quieres salir conmigo, lo vamos a hacer a mi manera. Si tanto te interesa mi compañía, vas a hacer lo que yo quiera. Te he dejado caer mil veces que no quiero ser tu novia, ni quiero que me conozcas, ni quiero que tengas siquiera la oportunidad de estar a mi lado cuando no me encuentre bien, porque soy una persona independiente y no me interesan los tíos. Pero...

Estoy perdido. Estoy definitivamente perdido. ¿Ropa de encaje? Uno. ¿Alex? En las profundidades del Sena, ahogándose. ¿Que por qué digo esto? Porque me acaba de decir que soy un pesado y un acosador —cosa que por supuesto soy y de la que no estoy orgulloso— y no puedo borrar la sonrisa de la cara.

—¿Pero? ¿Cuál es el problema?

—Pero, en cambio... Quiero tener sexo decente por una vez —admite con un suspiro melancólico—. No sé si tú puedes ofrecérmelo... Pero estoy muy cachonda ahora mismo, tengo tiempo para invertirlo en un poco de ejercicio, y nada que perder para averiguar si podrías hacerlo bien. Así que... —Se lleva la mano al tirante del sujetador, y se lo baja con dolorosa lentitud—. Aprovéchate de mí.

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now