C A P Í T U L O 8 0

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—Vas a tener que decidir qué pesa más, si el amor o el rencor... Estás de suerte, porque conozco a Lana y sé que es una buena persona. Es cierto que tiene sus momentos de inmadurez, pero, ¿no los tenemos todos? —pregunta, encogiendo un hombro—. Ella sufrió mucho. Tú también. La cuestión no creo que tenga mucho que ver con quién de los dos lo ha pasado peor. No hay que competir por tener la razón, o eso creo yo. Hay que llegar a un acuerdo, y hay que sentarse a hablar sin echarse las cosas en cara...

—Lo sé, y quiero hacerlo, pero por ahora me cuesta hablar con ella... Me costaría hablar con ella sin hacer mención directa o indirecta a ese tema. En fin... —suspiro—. ¿Tú qué crees? ¿Crees que estoy siendo demasiado irracional, y que me estoy comportando como un imbécil?

—En absoluto. Creo que estás siendo justo contigo mismo y fiel a ti. Antes que nadie, Axel, estás tú. Antes que nadie en mi vida, estoy yo. Ya sabes... —Vuelve a encogerse de hombros—. Naces y mueres solo, ¿no? Lo mínimo que puedes hacer es aprender a tolerarte, y saber dónde están tus límites. No es justo sacrificar el amor que te tienes para amar a otra persona. Ni sano, a la larga.

—¿Cómo debo tomarme eso? ¿Como que debo dejarlo correr...? —Niego la cabeza antes de acabar la oración—. No. No quiero dejarla atrás. Joder, esto es más difícil de lo que imaginaba. ¿No tienes ningún ejemplo que ponerme? ¿Algo que pueda ayudarme?

—Solo tú sabes la respuesta.

—No te pongas en plan Dumbledore, que no tenemos tiempo.

Leon suelta una alegre carcajada.

—Cada persona es un mundo, Axel, no puedes compararme contigo. Creo que no hay dos tíos más distintos —añade, con toda la razón—. Pero en mi caso... Digamos que hay cosas que no perdonaría bajo ningún concepto, sin importar quién cometiese el error.

—¿Como matar a tu madre?

—Ese es un buen ejemplo —apunta, sonriendo—. Lo demás está por ver. Nunca sabes cuándo te van a hacer daño, no vienes preparado para ese tipo de situaciones. Tienes que aprender sobre la marcha. Meditar para acabar improvisando.

—Suena a que eso de perdonar es una auténtica pérdida de tiempo.

—No creas. Aprendes durante el ejercicio. Los frutos que da son otro tema.

Asiento con la cabeza y dejo que el silencio se asiente entre lo dos. Con suerte sus consejos, o intentos de consejo, traspasan mi mentalidad de cavernícola y tomo una decisión de una vez por todas. No vamos a estar así eternamente, ¿verdad? Necesito un jodido respiro.

—Oye... —Me giro hacia él—. ¿Cómo me has encontrado? No me digas que me has seguido.

—Soy un hombre ocupado. No tengo tiempo para seguirte. —Y tiene toda la razón. Tonto de mí—. Digamos que tenía la corazonada de que vendrías aquí si no estabas en la ferretería, o en tu casa, o en la casa de Alberta.

—Así que soy un tipo predecible...

—Algo así.

De nuevo silencio, hasta que el tono de llamada de un móvil interrumpe mis pensamientos. Leon se pelea con el vaquero un buen rato —sí, he dicho vaquero. Se le habrá pegado de la señora Levi's con la que vive— antes de sacar esa gloria de smartphone que tiene. No contesta, sino que deja que suene hasta que se extingue.

—¿Quién era?

—Adrienne.

—¿Eh? ¿Y por qué no se lo has cogido?

—El asunto de Lana me tiene un poco mosca —admite, sin vergüenza. Se pone de pie y hace un gesto para que nos vayamos—. Venga, te invito a comer. Y juro que no es porque quiera pagarte nada, ni porque pretenda asegurarme de que comes.

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now