C A P Í T U L O 1 0

10.5K 1.8K 486
                                    

—¿Axel? —Leon me pone una mano en el hombro, que se vuelve una garra profunda cuando pierdo el equilibrio—. Cuidado... ¿Te encuentras bien?

—Claro que sí —contesto, ofuscado. ¿Qué otra respuesta cabe? Los Volney resistimos cualquier abuso. El alcohol nos corre por las venas...—. Quita. Tengo que volver a casa.

—¿Cómo? ¿A tu casa? Ni lo sueñes. No vas a hacer un trayecto de ocho horas en tu estado. Estás borracho.

—Y tú estás recién casado, así que vete a retozar con tu purasangre danesa y déjame a mí trotar hasta mi carro. —Aparto su brazo bruscamente y me tambaleo hacia la salida. La diferencia es brutal. Cuando estás sentado, hasta parece que no has bebido—. Me alegro de que me invitaras a tu boda... Sinceramente no me lo esperaba.

—¿Qué estás hablando? Pues claro que te iba a invitar a mi boda. Axel... Ven aquí. No estás en condiciones de conducir.

—Y tú no estás en condiciones de darme órdenes. Tengo los huevos más negros que tú, puedo tomar decisiones solo... ¡Mierda! —aúllo, retrocediendo. Voy a darle un puñetazo al pilar con el que me acabo de chocar, pero me lo pienso dos veces al ver que es de mármol. Lo que me faltaba, romperme la mano. Lana ciega y yo manco; la pareja ideal... «Joder, Lana»—. Deja de perseguirme, Leon.

—Estás siendo un crío... ¿Por qué estás a la defensiva? ¿Qué te pasa?

Antes de que eligiera entre su réplica de Charlize Theron y yo, éramos mejores amigos, y creo que ya podéis imaginar por qué: se preocupaba mucho por mí. Incluso medio moribundo, cuando pensábamos que no superaría el cáncer, tenía un momento para preguntarme qué diablos pasaba conmigo.

El problema es que, casi veinte años después de escupirle a nuestras palmas y sellar con un apretón nuestro acuerdo de amistad, empiezo a estar un poco harto de que me traten como si fuese un adolescente rebelde. Ni que me pasara algo, joder. Solo acabo de descubrir que mi casi ex novia no se acuerda de mí. Nada extremadamente traumático.

Ignoro a Leon después de darle dos o tres empujones más, y busco a mi alrededor un lugar donde desalojar el contenido de mi vejiga. El ron no es tan simpático cuando te pega mordiscos en la puñetera uretra, creedme, hablo con conocimiento de causa. Y tampoco viene bien cuando quieres ubicar un baño; ni siquiera cuando pretendes apuntar al interior de un ficus de plástico.

¿No mear en macetas? Oh, ya lo creo que sí.

Salgo del hotel medio tambaleante —de acuerdo, muy tambaleante— y con los ojos entornados. Lady Di aún no es un transformer, así que no acude a la llamada de mi silbido... Pero yo sigo siendo su marido y sé en todo momento dónde se encuentra mi bellísima chatarra. En esta ocasión, aparcada delante de la puerta.

No os he hablado de ella propiamente, y teniendo en cuenta que ahora mismo la conversación solo puede reducirse a las causas de la ceguera o a mi pasión por los motores, y ya hemos desgastado suficiente el primer tópico, ¿no es un excelente momento para describiros el picadero que jamás será picadero?

«Picadero que jamás será picadero», tal y como lo oís. Los hombres utilizan su coche para echar un casquete rápido, pero a mí ni se me ocurriría ir a la oficina de ombligos encima de Lady Di. Un poco de respeto, ¿no?, que estamos ante la princesa de Gales... Una preciosa princesa con la carrocería en azul marino brillante, descapotable, con dos gruesas rayas blancas subrayando el capó y un interior magnífico de asientos en cuero blanco. Repito: cuero blanco. Hay que ser cerdo para ponerse a procrear ahí, con lo que costaría quitarle las manchas.

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now