C A P Í T U L O 3 8

7.5K 1.5K 523
                                    

Los primeros segundos de la canción que elegí como tono de llamada penetran en mis sueños, sacándome del dulce abrazo de la inconsciencia. Estiro el brazo para alcanzarlo, palpando la mesilla cercana a la cama, pero no hay nada. Está vacía.

Abro un ojo y me fijo en que no estoy en mi habitación alquilada, ni en mi apartamento en Múnich. Es mi cama, y es Ding Dong Song, sonando una y otra vez, taladrándome las sienes hasta marearme... Pero el resto es bruma.

Entorno los párpados y me fijo en que a lo lejos de una interminable pasarela oscura, está mi teléfono. No pierdo tiempo. Me pongo en pie y camino, agobiado, hasta que un nudo se instala en mi garganta y tengo que echar a correr. Corro, corro y corro, deseando descolgar, necesitando descolgar..., y no avanzo. No avanzo ni un solo centímetro. Parece que estoy atrapado en una cinta mecánica que va en el sentido contrario, o en una caja de cristal.

Unas carcajadas crueles a mi derecha me distraen un instante.

—¡Mirad al bola de sebo de Volney, intentando hacer gimnasia! —se carcajea un muchacho de doce años, apuntándome con su finísimo dedo índice—. ¡Qué patético! ¿A dónde crees que vas? ¡No vas a llegar ni a la vuelta de la esquina!

—Tengo que coger el teléfono —contesto con un hilo de voz, al borde de la asfixia.

Insisto en poner a mis piernas a correr... Pero él tiene razón. No llego. No voy a conseguirlo.

—Pobrecito, mira cómo intenta huir de nosotros, ahora que no tiene a su amiguito para defenderle... Estás deseando llegar a casa para verlo, ¿no? ¿Qué vas a hacer, chuparle la polla? —se ríe otro chaval a mi derecha, este de unos diecisiete años—. Maricón de mierda...

—Eres ridículo —susurra uno más, colgándose de mis hombros—. Da igual cuántas veces lo intentes, da igual cuánto corras... Nunca vas a dejar de ser el asqueroso Axel Volney... Y siempre, siempre te encontraremos. ¿Oyes eso, gordo de mierda?

—Tengo que coger el teléfono —insisto, con la visión nublada—. El teléfono...

—Pero si nadie te está llamando. ¿Quién te llamaría a ti? ¿Quién confiaría en ti? ¿Quién perdería el tiempo contigo? ¿No ves que nadie te quiere? Tu propia madre te abandonó, pardillo. —Un coro de risas me perfora los oídos—. Le dabas tanto asco que te dejó solo...

—Por favor, Nicole —jadeo, sin aliento—. Resiste... Espera a que lo coja. No dejes de insistir...

—Mirad cómo se cansa, y no ha dado ni tres zancadas. —Una figura infantil se coloca delante de mí. Extiende los brazos, impidiéndome pasar. Me sonríe con maldad—. ¿A dónde pensabas que ibas? ¿A llamar a tu novio para que te protegiese? Entérate, pringado... —Me agarra de la camiseta y me tira al suelo. El impacto me roba el aliento. Tres chavales de dieciséis años se tiran sobre mí al mismo tiempo—. Ni siquiera a él le importas una mierda. Los cerdos obesos como tú están hechos para morir solos, ¿me entiendes?

El teléfono deja de sonar. Sin más. Todo se sume en el silencio, salvo por los crueles insultos de los niños. Y nada podría dolerme más que ladear la cabeza y ver cómo Nicole, con mi móvil en la mano, me mira con los ojos cargados de decepción.

—Lo siento —sollozo.

—¿Ves que todo lo que decíamos era verdad? —interviene uno de los adolescentes—. No eres más que un desecho humano. Por tu culpa ella está muerta. No sirves para nada.

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now