C A P Í T U L O 1 5

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—¿Por qué Lana? —pregunto, siguiéndola muy de cerca—. ¿Por qué Lana Turner y no Marilyn Monroe, o Ava Gardner, o Hedy Lamarr?

Ella esboza una sonrisilla de lo más dulce... y también burlona. Yo la estudio con cuidado, resistiendo la tentación de cogerla de la mano pra guiarla en condiciones; o, ya puestos, de llevarla en brazos. El camino de tierrecita del parque no es el mejor para alguien que no puede ver los obstáculos, y no es algo sobre lo que el perro pueda avisar... Ni sobre lo que yo la vaya a advertir, siendo sinceros: me gusta que se tropiece porque así se agarra a mi brazo.

El caso es que me siento extraño, y es porque dos sentimientos contradictorios confluyen en hermandad: el júbilo de estar aquí, con ella, de respirarla y poder rozarla sin querer... y el mosqueo porque no debería sentirme así tratándose de Lana.

Pero es que el problema es justo la solución. La pregunta es la respuesta, y viceversa. Que sea Lana complica y facilita las cosas al mismo tiempo. No puedo simplemente darme la vuelta, porque se trata de ella. Y sí, no os voy a mentir; soy débil. Me gusta cómo ondulan sus caderas al caminar, no tan descaradamente como antes, pero aun así femenina; me gusta cómo se aparta el pelo de los hombros, y la vista de su coronilla junto con el relieve de su fina naricita que tengo al agachar un poco la cabeza.

—¿Cómo es posible que un hombre sepa los nombres de no una, sino varias viejas estrellas del cine en blanco y negro?

—Mi madre era actriz —contesto, metiéndome una mano en el bolsillo. No aparto la mirada de ella. La ceguera tiene sus beneficios del lado del observador: puedo acosarla con los ojos todo lo que quiera, no se va a enfadar—. Teníamos en casa toda una colección de obras de las mejores actrices —o al menos de los iconos femeninos del cine— en la estantería del comedor. Eran vídeos con un dibujo muy llamativo en el lomo. Me llamaban la atención porque no llegaba a por ellos, y a un crío como yo, los colores fuertes le atraían demasiado para dejarlo correr. Así que un día, mi madre me pilló colgándome de la estantería para agarrarlos, y me contó a lo que se dedicaba, cómo se sentía al actuar, y admitió que quería ser como esas grandes fieras del cine.

Me fijo en que sus párpados aletean suavemente. Imagino que debe ser un poco incómodo ir con los ojos cerrados por la calle; que sea ciega no significa que deba llevarlos entornados, ¿no?

De no ser porque se le ocurre intervenir, le habría preguntado por qué no los abre.

—¿Alguna en concreto?

—Le gustaba Elizabeth Taylor. Decía que era la más guapa con diferencia, y que podía hacer cualquier tipo de papel. Pero no has contestado a mi pregunta. ¿Por qué Lana?

—Porque cuando nací, mi padre dijo: «Ha nacido una estrella» —entona, haciendo una mueca—. No te creas que mi padre me importa una mierda... Era un cabrón bígamo, y aunque no le quito lo de adulador, sus adorables mensajes sobre cuánto me quería no lograban hacerme olvidar que tenía varias esposas repartidas por el mundo. Pero le reconozco que la frase le quedó bien, y cuando supe que dijo el título de la primera película de Lana Turner... Decidí ponérmelo. Fue la última señal: antes de eso, llevaba un tiempo sintiéndome identificada con la actriz. Tuvo tres maridos en un año, igual que yo tres novios en nueve meses; ella salió con un capo de la mafia, y yo con el que pasaba la marihuana en mi instituto... ¡Ah!, y en una lectura de manos con una gitana, al leerme el futuro, me dijeron que tendría que besar ocho sapos hasta dar con el príncipe azul. Ella se casó ese mismo número de veces.

Esto me está pillando por sorpresa, aunque parezca extraño. Se supone que después de haber pasado casi un año juntos, debería haberlo sabido todo sobre ella, pero no es cierto. Admito que Lana quería constantemente introducirme en su pasado, pero yo luchaba contra cualquier planteamiento que pudiera conducirme a la verdadera complicidad... Vamos, que cuando me contaba su vida, me hacía el loco o cambiaba de tema. Y ella, como es lógico, tampoco sabía nada de mí. Pero Alex no es Axel; hasta yo sé que tengo que tener un comportamiento distinto para que cuele la mentirijilla.

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now