C A P Í T U L O 2 8

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—Curioso. Una mujer que escucha tus chistes de mierda y no tiene el consuelo de tu físico para soportarte. Es una heroína... —Aparta los ojos de mí lentamente y los clava en la puerta—. Hora de irse, Oscar.

Desplazo la vista hacia el punto, topándome con un tío al que no he visto en mi vida y que por poco causa mi muerte súbita de un susto. Ocupa casi toda la puerta, pero tiene pinta de ser menor de edad.

—Es... —Aprieta los labios—. Es Olivier.

—Ah. Olivier. —Jer asiente. Aparta la mano para sacudir la ceniza dentro de un macetero de plástico—. ¿Algún motivo por el que sigas en mi cocina?

El tal Olivier lo mira como si esperase un milagro.

—Solo venía a... despedirme.

—Qué ricura. —Da una calada y expulsa el humo con la cabeza hacia atrás—. Ya sabes dónde está la puerta.

El tipo parpadea dos veces, impertérrito —sí, Remi sigue pasándose por casa, y se me siguen pegando sus muestras de buen vocabulario—. Es interesante presenciar cómo va poniéndose rojo, y cómo la duda de si gritar o retirarse va ganando terreno en su expresión. Al final se marcha, y hasta que no sella su salida de un portazo similar al de Mirelle, no me doy cuenta de lo que está pasando.

—¿Eres maricón?

Jerome gira la cabeza como una muñeca rota, clavando en mí sus inquietantes, molestos y ahora homosexuales ojos grises.

—Joder, eres maricón —repito, tragando saliva. Desplazo la mirada al plátano que me estaba comiendo delante suya, y lo suelto como si hubiera echado a arder. Eso le debe hacer gracia, porque se le escapa una ligerísima sonrisilla que a mí me da mal rollo—. ¿Cómo no me había dado cuenta?

—Debe ser porque no me he puesto aún el traje de maricón en tu presencia. Imagino que así, a simple vista, debe ser un poco difícil de averiguar.

—Y encima te haces el gracioso. —Lo miro con los ojos entornados—. Eso se avisa, tío.

Su cara pierde expresividad en el acto.

—¿Lo necesitabas por escrito, junto con los pagos mensuales y las dimensiones del baño? —pregunta, impulsándose desde la encimera para acercarse a mí—. ¿Quieres también un certificado expedido por el Papa que asegure que soy bienvenido en la comunidad, y no supongo un peligro para tu ano?

—No, pero estaría bien saber si existe la posibilidad de...

—¿De que te viole mientras duermes? —propone, ladeando la cabeza.

De acuerdo, sí, lo siento: iba a decir algo por el estilo... Pero dicho de sus labios suena horrible, como si fuera un homófobo, un intolerante, o...

—¿Todos esos gritos que he oído eran hombres? Joder, parecían... —Me paso la mano por el pelo, nervioso—. ¿Y qué edad tenía ese chaval? Seguro que no llegaba a los veinte, y...

—Seguro que también era hetero hasta que lo traje a mi casa con la intención de pervertirlo —culmina él—. Con una mamada lo he incluido en el grupo de aberraciones de la naturaleza.

—No hace falta que seas tan descriptivo.

—Oh, lo sé, pero me gusta demasiado tu incomodidad para renunciar al análisis. —Las curvas de sus labios se tuercen hacia arriba—. ¿Tienes miedo, pequeño Axel? ¿Te asusta que tu compañero maricón pueda asaltarte en medio de la noche...? —Alarga la mano y me toca la mejilla con los dedos. Lo aparto de un manotazo, extremadamente agobiado. Me separo tanto como me lo permite la cocina; él solo sonríe—. ¿Sabes? Remi y yo hablamos de esto. Él decía que no eres homófobo, y yo aposté cien pavos a que sí.

—¿Remi también es gay? —Frunzo el ceño. Bueno, no tiene nada de extraño; a él se le nota mucho más que a Jerome—. No soy homófobo. Claro que no lo soy. Solo me ha chocado, ¿vale...? Hace mucho tiempo que no estoy tan cerca de un gay, y...

—Oh, si quieres puedes tocarme —continúa, con un tono calmado y tan irónico como punzante—, así te aseguras de que no soy un mito urbano.

—Mira, no tengo nada en contra de ti —insisto, levantando las manos—. Puedes follarte a quien quieras, como y cuando quieras. Solo... No intentes nada conmigo, y súbete la cremallera...

—Sí, claro —asiente vehementemente—. Voy a subírmela, vaya que mi polla de maricón se escape y acabe perforándote, ¿no?

Joder, visto así suena hasta ridículo.

—No tengas miedo, Axel —se burla. Aunque sus músculos tensos no tienen mucho que ver con la despreocupación de su tono, igual que yo sigo a la defensiva—. No estoy interesado en follar tu culo blanquito.

¿Perdón? ¿Qué le pasa a mi culo blanquito, y por qué no estaría interesado en...?

Axel, céntrate.

—Perfecto, porque yo no soy maricón —aclaro—. Ni un poquito, ¿eh? Así que espero que no intentes nada raro conmigo. Ahora, quiero que dejes de pensar que soy un intolerante. Porque puede que a mí no me vayan los rabos, pero estoy de acuerdo con que a ti sí, y oye, me alegro por ti. Seguro que es la hostia metérsela a otro tío, o el sexo oral... ¿Quién sabe? A lo mejor en los próximos años, la población hetero acaba menguando hasta convertirse en una minoría... Yo no te deseo el mal, ni me das asco. De hecho, espero que seas muy feliz, y que encuentres al amor de tu vida... en un hombre, claro. Y que adoptéis hijos, por supuesto. Todo lo que hacen las parejas gays.

Hago un gesto rápido con la mano, sintiéndome francamente intimidado por su expresión. ¿Qué sentido tiene que un sarasa me intimide? ¿Y cómo puede ser un sarasa cuando no tiene pluma? Me han engañado, joder. Se supone que los maricones son fáciles de reconocer.

—¿Estamos bien? —pregunto, tendiéndole el brazo.

Él hace lo mismo que la primera vez: mira el codo y luego me mira a mí. Y nada, por mucho que lo observo, no encuentro nada gay en sus pintas.

—¿Estás seguro de que quieres que te estreche la mano? —replica con voz grave y los ojos entornados—. A ver si te voy a contagiar la homosexualidad.

—No seas imbécil... Eso no se contagia. —Hago una pausa para bromear—. No se contagia, ¿no?

Jerome no responde, ni me mira. Atrapa su cigarrillo de nuevo y se lo coloca entre los labios. Sale de la cocina tranquilamente, ignorando mi brazo extendido. Mi intento de sembrar la paz.

Magnífico... Ya es oficial. Estoy en su Death Note.


Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now