C A P Í T U L O 5 9

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Lana no se mueve, pero se pone tan rígida que es imposible no notar lo contraria que sigue siendo a la idea de abrir los ojos. Espero a que diga algo, cualquier cosa..., y nada. Tengo que volver a ir a la carga.

—Lana, ¿por qué no los quieres abrir?

—Porque no quiero que nadie los vea, y nadie los ha visto desde hace años —responde después de un rato—. Sería incómodo.

—¿Por qué? —Al ver que no contesta, suspiro—. Si no quieres, estoy de acuerdo... Pero me gustaría saber a qué viene ese rechazo.

—Y a mí me gustaría saber por qué coño quieres verlos —replica, brusca. Se separa un poco, aunque no lo suficiente para que nuestros cuerpos dejen de estar en contacto—. Axel, no creo que sepas lo que estás diciendo. Podrían... Podrían no estar como siempre, y prefiero que no tuvieras una visión desagradable de lo que hay detrás de mis gafas.

—Te refieres... ¿Te refieres a que ya no son verdes?

Lana se cubre con los brazos y permanece en silencio un rato. Y no es un silencio incómodo, aunque pueda parecerlo, sino más bien meditabundo.

—No lo sé. Ya te he dicho que nadie los ha visto desde lo que me pasó, solamente el oftalmólogo. Y nunca he querido preguntarle cómo están. ¿Alguna vez has estado en la casa del terror de Disneyland? Porque yo sí, muchas veces, cuando era aún pequeña... Me acuerdo perfectamente de que uno de los tipos que se tiraban encima para asustarte, tenía unas lentillas blancas. Eso yo no lo sabía, claro. Pensaba que era real, que sus ojos eran así... Pero entonces mi madre me dijo que no lo eran, que solo los ciegos podían tenerlos de ese color. —Hace una pausa—. Estuve teniendo pesadillas con él durante casi toda mi infancia. De pensar que pueda parecerme, aunque sea un poco, a todas esas imágenes que vi en su momento de ciegos...

Bueno, ese es un miedo completamente justificado. La casa del terror hizo que Leon se meara en los pantalones, en particular gracias a ese tío.

—Solo hay una manera de saberlo, morena —señalo, pasándole el brazo por la cintura—. A mí me encantaba la casa del terror, así que en caso de que lo sean, podré soportarlo. Puede que incluso me gusten más. No todo el mundo tiene los ojos blancos, ¿sabes? Serías como el unicornio de las mujeres...

Lana suelta una carcajada amarga.

—Eres único. —No sé si lo dice de broma, o si lo dice en serio, o si era un halago, o si está recalcando que soy un rarito... Pero no puedo contener una sonrisilla, y menos cuando lo alarga añadiendo—: Lo pensaba mucho cuando estaba sola. Si hay una persona en este mundo capaz de tomarse a risa que sea ciega y ponerse a hacer chistes, ese es Axel.

—Oye, que si no te gustan los chistes, no los hago.

—Tranquilo, me encanta hacer chistes con esto. Una vez lo asumes, lo mejor es reírte de ello. En fin... —Su voz se extingue y pasan unos segundos hasta que pregunta, en voz baja—: ¿Sigues queriendo verlos, espejito mío?

El corazón se me acelera.

—Claro.

—De acuerdo... Pero vas a tener que decirme exactamente lo que ves —deletrea—. No me mientas, Alexander.

—¿Quién es Alexander? —pregunto en tono inocente—. Tranquila, seré tan sincero como el oráculo.

Lana suspira, no sé si dándome por perdido o para liberar la tensión acumulada. Poco a poco, se va acomodando mejor en la cama, separándose de mí lo suficiente para que tenga una vista perfecta de su cara. Utiliza un par de dedos para presionarse los párpados, frotarlos suavemente.

Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Where stories live. Discover now