C A P Í T U L O 3 0

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Suspiro dramáticamente y me tiro al suelo de mi habitación, donde la han dejado sus padres mientras van a no sé qué congreso de ciencia. ¿Sorprendidos por la clase de eventos a los que acuden en su tiempo libre? Por supuesto que no, para ellos jugar a las cartas o ir a la bolera es un pasatiempo de retrasados.

—También he pensado que podría hablarle de mí —añado, tumbándome a su lado—. Solo un poco. Cuando nos conocimos, siempre me las apañaba para que fuera Lana la que hablase de sí misma. Ahora siento que lo sé todo de ella, y ella, en cambio, no tiene ni idea de quién soy. Lo que es un poco frustrante, porque en el fondo me gustaría que me conociera. A mí, no a un personaje inventado. A no ser que fusione los dos... ¿Tú qué crees? —Dau me mira con el ceño fruncido—. Ya, tienes razón. Debería limitarme a pagar la cena e intentar tocarle el culo cuando parezca interesada en recibir un azote.

—Si quieres ser su amigo, podrías preguntarle cómo se siente. Y cogerla de la mano. A la tita Lana le gusta que la cojan de la mano —me cuenta, sentándose encima de mi estómago y poniéndome las manitas en la cara—. Ella siempre me lo recuerda... Dice que la hace sentir protegida.

—¿Es que se siente desprotegida? —Dau asiente, con la frente aún arrugada. Cojo una de sus manos, tomándola por el meñique, y le doy un beso en la palma—. De acuerdo, gracias por el consejo. Haré lo que me dices. Tengo que aprovechar que ahora no tiene las uñas largas para arriesgar un acercamiento, así no me arranca los ojos.

—Seguro que eso la pondría muy contenta —contesta, muy convencida—. Si te arranca los ojos tendría unos para ella.

—¿Debería darle mis ojos a Lana?

Nooooooooooo... Pero no es justo que no me pueda ver. Yo quiero que me vea.

Se muerde el labio inferior con fuerza, dudosa. Me parece un gesto tan tierno el que tiene, unido a la inocencia de los niños, que me incorporo para abrazarla.

—Aunque no te vea, sabe que eres la niña más guapa del mundo. Esas cosas se sienten aquí. —Presiono un punto en su pecho, que a ella le hace cosquillas—. Y claro que no es justo. Nadie se merece que le pase algo así.

—Pero ella lo hizo queriendo. Dice que fue su culpa.

Me separo lentamente de ella.

—¿Cómo dices? —Hago una pausa en la que millones de ideas me van perforando las sienes—. ¿Sabes qué le pasó?

Dau asiente con un puchero, y os juro que yo puedo sentir cómo caigo por un octavo piso. Lo sabe; la niña lo sabe... ¿Cómo no iba a saberlo? Es su tía Lana, seguro que ha tratado con la cría desde el instante de su nacimiento. Ese nacimiento al que yo no pude asistir y en el que, si me hubiera sido posible ir, quizá habría visto a la Lana de los cinco sentidos por última vez. Pero ese es otro tema. Lo importante es que Dachau es una niña demasiado curiosa; se habría preguntado por los problemas de su tía.

—¿Qué fue? —pregunto, con un nudo en la garganta—. ¿Qué ocurrió?

—Me dijo que se encontró a David Beckham por la calle, y que era tan guapo que se quedó deslumbrada —me cuenta, tan seria que parece que ha dicho algo coherente—. Y dice que no está triste por eso, porque por lo menos vio a David Beckham una vez. Dice que mereció la pena.

Y una mierda.

Debería haberlo sabido... Leon nunca habla en vano, y yo jamás me hago el tonto cuando me da un sermón. «Lana es tan celosa de su falta de visión que cada vez que le preguntan, se inventa una historia distinta, así que imagino que será porque no quiere que nadie sepa qué fue lo que ocurrió exactamente».

Se lo ha tomado muy a pecho, parece... Y ni siquiera parece interesada en darle credibilidad a su historia.

—Gracias por contármelo. —Sonrío y extiendo los brazos para que me abrace. Ella no pone resistencia, y me besuquea la cara como tiene acostumbrado—. En fin, va siendo hora de irnos. Pero antes, prométeme que guardarás el secreto. Nadie puede saber lo que me propongo. Solo confío en ti, compañera de crímenes.

¡Sííííííí! —exclama, con esa risa burbujeante que me contagia enseguida el buen humor—. ¿Me vas a llevar contigo a bailar el mambo con la tita?

—Eh... —carraspeo, separándome un poco—. No, hoy no. Y, por favor..., no digas esa frase delante de tus padres.

Dau me dedica una sonrisa que le sentaría mejor a una adolescente descarnada, y es entonces cuando empiezo a temer por mi vida. ¿Y yo qué le hago si la niña es tan lista que parece que estás hablando con un adulto? Luego pasa lo que pasa, que suelto una de mis perlas y no hay marcha atrás. Ya os puedo asegurar que hay algo que todos los niños tienen en común sin importar su coeficiente intelectual, y es que repiten en casa cualquier cosa que oigan de fuera. En este caso, mis eufemismos.


Ojos que no ven... ¡van y me mienten! [AUTOCONCLUSIVA]Där berättelser lever. Upptäck nu