Capítulo 1

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Estibar era un país más de aquel extraño mundo, su gobierno, muy parecido a otros, era por demás estricto para los menos afortunados.

El país era regido por un faraón, los habitantes lo consideraban un dios y eso no estaba muy lejos de la realidad. Después, se otorgaba el poder a emperadores que gobernaban en cada división, o ciudad, pertenecientes a Estibar. Tanto el faraón como sus subsecuentes, los emperadores, tenían a su mandato a un grupo de sacerdotes y asesores que eran nombrados por ellos mismos. El faraón solo heredaba su poder por "mandamiento divino", y, al ser él la mayor muestra de divinidad y poder, en pocas palabras, él podía elegir a quién designar su puesto antes de morir. Por otro lado, un emperador debía tener descendencia para que sus vástagos tomaran su puesto al llegar el momento indicado.

Sin embargo, un faraón no era precisamente cualquier persona, había características indispensables y únicas que le hacían merecedor de tan alta estirpe, no solo por nacimiento o por elección del anterior faraón. Siempre se trataba de un hombre, desde su nacimiento era detectado, el futuro de todos se plasmaba en su piel, una marca de nacimiento.

La marca solía ser clara y se encontraba en el torso del recién nacido. Podía provenir de cualquier cuna, así fuese la más baja, aunque por lo general, tendía a aparecer más en hijos de familias de clase alta, de emperadores, por ejemplo. En cuanto dicha seña tan particular era detectada, se le daba aviso al faraón en turno y el niño debía ser separado de su familia para vivir en el palacio, siendo vigilado y atendido día y noche, hasta su adolescencia.

Si la marca era real y verdadera, el joven en cuestión de tiempo comenzaría a presentar cambios que validarían su legitimidad, por ello eran considerados dioses, pues había un poder dentro de ellos que ningún otro humano tenía. Su capacidad mental iba más allá de lo común, escuchaban los pensamientos de quienes les rodeaban, manipulaban su entorno como si de poderes místicos se tratase, incluso algunos llegaban a desarrollar control sobre otros o manipulación de los elementos naturales.

Un bebé había nacido años atrás, y precisamente él tenía aquella marca tan bien definida que sorprendió a muchos en su momento. Al crecer sus habilidades surgieron antes de lo previsto, eran mayores a lo que jamás se vio con otros. El faraón que regía en aquellos días murió sorpresivamente, dejando estipulado que aquel joven de entonces quince años tomaría su lugar.

Para ese momento, aquel muchacho había sido educado por cientos de personas, día con día, para convertirlo en el faraón que el país necesitaba. Sin embargo, al ser superior a sus antecesores en aquel puesto, fue imposible controlarle como los involucrados deseaban.

No solo se trataba de un chico con aquellos poderes que le hacían diferente, sino de alguien que nunca desarrolló ninguna emoción positiva hacia los seres humanos, y nadie lo notó, hasta un año después de ser nombrado faraón de Estibar, cuando ya era demasiado tarde para detener aquello en lo que se convirtió.

Su nombre era Admes, a sus veinticinco años era temido por cada persona del país. Los emperadores hacían lo posible por complacerlo, pues tiempo atrás había dejado claro lo que sucedía cuando le hacían enfadar.

Había ocurrido al inicio de su toma de poder, fue informado de algunos disturbios ocasionados en las ciudades fronterizas, un altercado con otro país. Era un adolescente en ese entonces, no encontró mejor manera de demostrar su desagrado que causando inundaciones, enfermedades, incendios, y tanto caos dentro y fuera de Estibar. Los otros faraones se aterraron por su fuerza, nadie había visto algo así, ellos no eran capaces de contrarrestar lo que Admes provocaba, así que evitaron desde entonces cualquier malentendido con el país.

Cuando el alma es quebrantada.Where stories live. Discover now