XXXIII

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Una roca cayendo a poco más de un metro a la derecha de la cabina de su helicóptero no era el mejor incentivo para Nico; no después de ver a su hijo tendido en el piso al lado de su sobrina. Apenas fue consciente de las voces preocupadas a su espalda. Eran solo él, su máquina y un hangar colapsando sobre sus cabezas.

Liz, con su gesto, tenía razón. Sin decir una palabra, le había mostrado sus prioridades. Morirían todos de no salir en los próximos segundos.

Volar a ciegas era algo que no le gustaba hacer, pero no había fallado tanto en los simuladores de vuelta en el campamento. Sin embargo, éste era uno de los momentos en que deseaba haber practicado más. Él y sus pensamientos de que nunca llegaría a suceder algo así.

Una alarma indicó la cercanía con la que otro fragmento cayó, del lado de la cola. Eso le indicó otro factor de la situación. El helicóptero era largo. Y perder la cola también les haría perder sus esperanzas de sobrevivir.

Respiró hondo.

El agujero por el que habían ingresado lo tenían justo arriba, a múltiples metros. Las paredes estaban colapsando, al igual que, suponía, lo estaba el suelo donde momentos antes había estado una casa. Y todo por una alteración que no alcanzaba a ubicar.

Volvió sus ojos al frente, a los mandos del aparato. La luz verde del medidor de potencia de los motores verticales le iluminó el rostro por un momento, denotando las arrugas en su frente. Con una rendija averiada, la potencia no superaba la mitad de su totalidad. Y no era suficiente.

-Nico...- alertó la voz de su hermana, con preocupación notable en su tono.

Antes que pudiese responderle otro estruendo resonó en el exterior, al tiempo que un golpe sacudía el aparato. Nico apenas oyó el grito de Camily, pues para entonces una idea se acababa de colar en su mente.

No podía decir que era la mejor idea, pero necesitaba tanta velocidad como pudiera conseguir.

-¡Todos sujétense a algo!- le gritó a los demás atrás, cediéndoles un par de segundos para que hiciesen lo dicho -¡Camy, advierte a los de arriba!-

No miró siquiera a la niña, a la espera de que asintiera.

Apretó con fuerza un botón al costado de su palanca de mando, y enseguida el zumbido a sus pies del motor vertical delantero se intensificó. La oscuridad frente a sí, un sólo pedazo apenas alumbrado por los faros que Camily había olvidado apagar comenzó a moverse, pronto siendo reemplazada por una luz adicional.

El hueco por el que habían ingresado. Ya estaban verticales. El único problema: en menos de un segundo la luz se vio cubierta una vez más.

-¡No!- gritó, accionando los propulsores que su aparato tendría normalmente.

El helicóptero se disparó hacia arriba, en vertical. Pudo oír los gritos de su grupo frente al cambio, los golpes de los objetos sin asegurarse impactando contra las paredes. Esperaba que Camily hubiera asegurado a su hijo. Ya no había vuelta atrás.

Viró, aplicando toda su energía en el viraje. Oyó el quejido de los motores, el chirrido de las rendijas al tener que esforzarse más allá de su potencial. Apretó los dientes, rezando en su mente para que aguantaran un poco más.

La roca que momentos antes había bloqueado su luz pasó rugiendo a su lado, apenas evitando las aspas del helicóptero.

Volvió a girar, evitando otra roca que se coló en su campo de visión. O era un pedazo de metal. No estuvo seguro, pues una sacudida le interrumpió. Una alarma le advirtió lo que ya sabía, la rendija dañada estaba superando su límite.

Noxus: El Linaje PerdidoWhere stories live. Discover now