43. Todos merecen ser felices

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Al cabo de unos momentos, terminamos en risas al recordar las cosas que los gemelos y yo hacíamos cuando era pequeña. Como esa vez que Rick y Nate jugaban conmigo cuando yo apenas tenía un año y me metieron en el refrigerador porque según ellos tenía mucho calor. Podría haber muerto. Varias veces, si me pongo a pensar en todo lo que mis hermanos hicieron pensando que era su nuevo juguete.

Cuando menos me doy cuenta, han pasado cuatro horas desde que llegué y son las ocho. Quiero una buena ducha y dormir, el viaje fue cansador. Subo las escaleras de mi antigua casa, sintiéndome como una extraña. Mis pies ya saben el camino hacia mi habitación, la cual se encuentra al final del pasillo. Abro la puerta, y todo está tal como lo dejé. Claramente, más ordenado, pero nada cambió.

Me recuesto en la cama y cierro mis ojos. Estoy en Portland. Lugar en donde vive Zack. Donde viven Harry y Scarlett, con quienes no tengo contacto hace como una eternidad. Estaba equivocada cuando parte de mí pensaba que sería como volver a casa. No se siente como si perteneciera aquí. Y sin embargo, tampoco siento que pertenezca a Miami. Hay un vacío inexplicable en mi pecho cada vez que pienso en eso.

Camino hasta mi baño. Mientras espero que el agua se caliente, observo mi aspecto en el espejo. Hablando de mi apariencia física, han cambiado muchas cosas desde que dejé Portland. Mi cabello rubio es más largo, mi rostro luce un poco más delgado y sin duda alguna, mis ojos tienen ese brillo que perdieron cuando Zack y yo terminamos. Es lo único bueno.

***

Despierto al día siguiente por el tono de llamada de mi teléfono. ¿Y ahora qué? Sin saber siquiera qué hora es y con los ojos entrecerrados, estiro mi mano hacia mi mesita de luz. El nombre de Liam aparece en la pantalla. ¿Qué quiere a las siete de la mañana? Deslizo para contestar y llevo el móvil hacia mi oreja.

—¿Hola? —pregunto en bostezos. Estiro mis brazos y parpadeó varias veces. Casi no hay luz de día.

—Buenos días, Gatita —saluda. A juzgar por el ruido a su alrededor, está en un lugar al aire libre. Y a juzgar por el horario, ha salido a correr. Deben ser las diez de la mañana en Miami.

—¿Qué quieres, Hamilton? ¿A esta hora? ¿De verdad? Estaba durmiendo —mascullo.

—¿No puedo llamar a mi mejor amiga? Solo estoy chequeando que estés bien.

Interpreto entre líneas que está chequeando que no esté llorando por los rincones de mi casa por el simple hecho de haber vuelto. No quería venir. Pero al final, bastó con una conversación con papá y oírlo decir cuánto me extrañaba para que empiece a hacer mis maletas.

—Liam, no soy una muñeca de porcelana —le recuerdo mientras salgo de la cama. Hace un frío terrible. Mejor vuelvo. Me cubro hasta la nariz—. No va a suceder nada —balbuceo.

—Pero... —intenta protestar. Se calla cuando se da cuenta de que no tiene sentido. El gran consejo de Liam fue que no venga. Todo por el simple hecho de que este lugar me trae demasiados recuerdos y él lo sabe perfectamente, más de una vez lo hemos hablado. Sin embargo, esperaba que él sea el último empujoncito que necesitaba para decirle que sí a papá.

Resulta que no lo fue. Aun así, no iba a impedirme que venga, así que se ofreció a venir conmigo. Mala idea. Necesito un momento a solas con papá. Además, ¿tenerlo en casa? Pff, mi querido padre va a permitir eso sobre su cadáver.

—Está bien —habla finalmente—. ¿Cómo está todo?

—Bien... Creo —respondo y apoyo mi espalda en el respaldo de la cama—. Natalie está en Boston, así que bien.

—¿Cómo está tu padre? —pregunta y oigo las inconfundibles risas de Nick de fondo—. Vete a la mierda, Nicholas —masculla algo alejado.

—No lo sé —respondo con honestidad. Tengo mucho sueño como para reírme—. Sigue peleando con Natalie, como sospeché. Dice que están intentando arreglarlo, pero no creo que sea así. Lo dice porque cree que va a hacerme sentir mejor.

The New Heartbreaker | DISPONIBLE EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now