XXI

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Llegué a mi casa más rápido de lo que hubiese preferido y allí, en la puerta, ya se encontraban un par de guardias a la espera de mi llegada.

Resoplé con cansancio a la vez que ambos realizaban una pequeña reverencia y me indicaban con un gesto de mano que les siguiese. Ellos me iban a guiar hacia la muerte.

Mi cerebro pedía a gritos que huyese de aquel lugar, que escapase, que me alejase de mi padre pero sabía que eso solo lo empeoraría.

Mis piernas se movían automáticamente y mis manos temblorosas se aferraron con fuerza al pomo de la puerta de la gran sala que presidía mi padre la mayor parte del tiempo.
Antes de cometer el error de abrirla, me di cuenta de que debía petar antes y así lo hice.

-Pasa pequeña- habló con autoridad desde el otro lado de la puerta. Sus palabras donaron calmadas pero, como siempre que se dirigía a mí, un tinte de desprecio y crueldad se mezcló en su tono.

Abrí con lentitud la única barrera que me protegía de su filoso veneno verbal y sus fuertes y premeritados golpes, entrando voluntariamente a mi pequeña tortura llamada vida.
Cerré con cuidado tras mío y me acerqué con paso firme hasta estar a escasos centímetros de él, clavando en ese justo instante mi rodilla derecha en el suelo y bajando mi rostro hacia la alfombra que tapizaba la antigua madera. Me tensé para evitar que mi cuerpo no se viese invadido por espasmos esporádicos. El aire entró con lentitud en mis pulmones y quemó mi interior.

-Padre- susurré temblorosa.

Él no respondió, simplemente escuché el crujir del suelo bajo sus pies y, en apenas un momento, una mano se situó en mi mentón, alzándolo con fuerza para que tuviese que mirarle a los ojos.
Sus uñas se clavaban en mi piel pero nunca me atrevería a quejarme por ello. La sangre comenzó a deslizarse por mi barbilla y goteó, manchando la alfombra.

-Sakura... Sakura...- soltó una carcajada burlona y me zarandeó con lentitud- ¡Levántate! - gritó con fuerza y me alzó por la barbilla con brusquedad haciendo que no tocase el suelo.

Solté un pequeño gruñido y agarré con ambas manos su brazo en un acto reflejo. Cerré los ojos con fuerza y clavé mis dedos en su piel.

-Sakura, ¿quién te crees para hablarme como lo hiciste? - negó con altanería sonriendo lentamente mientras que bajaba con lentitud su mano hasta posicionarla en mi cuello- Me llevas la contraria, es impresionante- susurró con furia- ¿Es que no te llega lo que te hago para aprender? Parece ser que estoy siendo demasiado blando. ¿Quién lo pensaría?

Apretó mi cuello con fuerza, haciendo que el aire no pudiese bajar por mi garganta. Mi garganta lanzó pequeños, patéticos quejidos tratando respirar.

-Además, tienes la inconsciencia de acercarte al jinchuriki- dijo incrédulo- Joder... ¿Sabes todo lo que puedo hacer gracias a ti? Con lo que parece apreciarte se acercará a mi trampa poco a poco y, cuando esté dentro, ya será demasiado tarde- comencé a golpear sin fuerza su brazo, llegando al límite que mis pulmones podían soportar. Abrí los ojos ampliamente y noté como un oar de cálidas lágrimas comenzaron a recorrer mis mejillas.

Dejó que mis pies tocasen el suelo y quitó el agarre de mi cuello.
Una pequeña marca violácea se comenzó a a presentar en mi pálida piel y una brusca tos salió de mi garganta al poder respirar de nuevo. Mis piernas fallaron abruptamente y el sonido seco de mis rodillas azotando el suelo fue el único sónido que acompañó las quejas que se escapaban de mi garganta. Agarré mi rostro entre las palmas y traté de tranquilizarme.

Tras un largo tiempo conseguí colocarme tambaleantemente de pie. Me erguí solemnemente y mis ojos se clavaron en sus pupilas.

-Padre... No les hagas nada, por favor- le pedí con voz rasposa.

Sola Où les histoires vivent. Découvrez maintenant