XVII

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Respiré con lentitud, el aire llegó a mí cargado con un característico olor a medicinas y pulcritud, estaba casi segura que me encontraba en una habitación de hospital.

No solía ir a esta clase de lugares, ya que mi padre me mandaba curarme en mi propia casa, la mayoría de heridas que surgían en mi cuerpo eran por culpa de sus supuestos entrenamientos, los que yo llamaba torturas, y las verdaderas torturas, a las que no podía encontrar nombre adecuado para describirlas.
No podía ir con esas heridas al hospital y tratar que no sospechasen nada. Danzo no se arriesgaría a formar un revuelo en Konoha ante la noticia de que su hija llegó moribunda al hospital por su culpa. Aunque, realmente, no creo que nadie fuese capaz de encararle por ello, posee demasiado poder sobre la aldea como para que alguien ose llevarle la contraria o juzgar sus actos.

A mi cabeza llegaron pequeñas imágenes aleatorias, eran los recuerdos de lo que había pasado anteriormente. Apreté los dientes con fuerza al recordar la debilidad que me había invadido. No podía permitir que ocurriese de nuevo.

Tras un rato pude recordar que me habían llevado al hospital y, cuando me encontraba en la camilla, intenté escapar de allí desesperadamente, lo que provocó que me sedasen a la fuerza.

Ahora entiendo que mis sentidos estén adormecidos, la anestesia aún está afectando a mi sistema.

Agudicé mis oídos y pude notar pequeños susurros, mi plan de escape acababa de quedar completamente frustrado. No podría escapar de quien quiera que esté en la habitación en mi estado actual, hasta un simple enfermero podría detenerme.

Unos minutos después me encontré con la suficiente fuerza para abrir los ojos, mis párpados pesaban debido a una mezcla entre la anestesia y el haber llorado. Pestañeé un par de veces y observé al frente sin moverme ni un ápice, uno de mis brazos se encontraba postrado fuera de las sábanas y un pequeño cable se conectaba a través de una aguja a mis venas.
Seguí el camino serpenteante de la vía transparente y pude observar como la bolsa que antes contenía algún tipo de líquido, seguramente calmante, se encontraba vacía. Volví mi vista al principio del cable de nuevo, justo a la parte de la aguja, en esa zona se encontraba una pequeña cantidad de sangre que fue levemente absorbida debido a la falta de sustancia que debía recorrer el camino de la vía hasta mí.

Poco después me di cuenta de que mis brazos se encontraban vendados, manchas escarlatas oscurecían el blanco de las gasas. El recuerdo de como me había realizado aquellas heridas recorrió mi mente y un leve gruñido se escapó de mi garganta. Había sido completamente patética.

El sonido grutural cruzó la habitación y los pequeños susurros que me rodeaban pararon al instante. Noté como todas las personas que se encontraban dentro del cuarto dirigían su vista hacia mí. Lancé un pequeño suspiro al aire, ojalá no hubiese hecho ningún ruido, no tenía fuerzas para hacer frente a sus palabras.

Giré la cabeza hasta ellos y allí, ante mis ojos, se encontraban Ino, Sai, Kakashi y Naruto.
Sus ojos me escrutaban y yo me removí incómoda en el sitio. La mirada del rubio atravesaba mi cuerpo, tenía profundas ojeras y la preocupación opacaba el azul de sus ojos. Sus hombros estaban decaídos y su cabellos se encontraba más despeinado de lo normal.

Desvié el rostro hacia la derecha evitando sus preguntas silenciosas.
Abrí la boca y la cerré. No sabía exactamente qué decir, tampoco es que pudiese, mi garganta se encontraba totalmente seca y me impedía hablar.

Miré a mi alrededor, no divisé ninguna gota de agua.
Tosí levemente y un vaso cristalino se extendió ante mí de manos de mi pálido compañero Sai, el cual portaba una amplia sonrisa en su rostro. Agarré el recipiente mientras un escalofrío recorría mi espalda, me incorporé y bebí el agua con lentitud.

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