IV

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Estábamos rodeados de árboles. Sus frondosas copas llenas de hojas verdes nos ofrecían sombra, algo que se agradecía ya que durante estos últimos días hacía un calor insoportable.
Me gustaba más el frío, hacía que las heridas no doliesen tanto. El invierno te abrazaba de una manera desagradablemente inoptizante, como si te quisiese hacer bien y mal al mismo tiempo y, eso, me encantaba.

Después de pararnos a comer y charlar un rato emprendimos de nuevo nuestro camino. Al rato encontramos una barca que flotaba tranquilamente sobre el mar. Tras hablar con el barquero nos subimos en ella.

Me quedé observando a mi alrededor mientras comenzábamos a navegar. El movimiento de la barca provocaba que la calma del mar se viese perturbada por débiles ondas. El agua se revolvía a nuestro alrededor y mis ojos seguían su camino hasta que desaparecían lentamente, tranquilas...

El silencio sustituyó a las triviales conversaciones que eran compartidas anteriormente por mis compañeros. Puede que fuese por miedo a perturbar la tranquilidad del momento o por no ser lo suficientemente descuidados de alertar a quien quiera que esté al otro lado en tierra firme.

Después de unos largos minutos una densa niebla se extendió ante nosotros y el silencio se vio roto por la voz insegura del barquero.

-Ya estamos llegando- susurró- No hagan ruido por favor.

Todos nos mantuvimos callados sin preguntar absolutamente nada, excepto, como no, mi rubio compañero. Siempre tenía que dar la nota. Rodé los ojos mientras comenzaba a hablar.

-¿Por qué?- dijo con intranquilidad mirando a su alrededor.

Si me concentrarse podría saborear sus nervios. ¿No debe un ninja estar acostumbrado a momentos de tensión y mantener la calma?

-Porque sino nos descubrirán- el poseedor del Kyubi no dijo nada más, solo se dedicó a asentir tensándose ante la respuesta.

Al llegar al puerto fui la primera en bajar y comencé a caminar sin esperar a mis compañeros. Me gustaría revisar el terreno antes de que lleguen ellos y la fastidien.

Escuché sus pasos a mi espalda y, de repente, un escalofrío recorrió mi columna obligándome a parar de golpe y observar a mi alrededor. Algo o, mejor dicho, alguien estaba cerca.
Una niebla demasiado densa me cegó y me dejó alejada de mis compañeros. 'Que pena' pensé con ironía y una pequeña sonrisa se extendió en mi rostro, no tendría que aguantarles.

Sentí como algo se acercaba a mí con gran velocidad. En un abrir y cerrar de ojos creé mis armas, una
especie de dagas creadas con chakra que se sujetaban a mi antebrazo y muñeca y se extendían un poco más allá de mis manos. Eran muy afiladas y, obviamente, no se desgastaban. Podía cambiar su forma y manipularlas con facilidad. Claro que para conseguir hacer unas como estas hay que tener un excepcional control de chakra.

Crucé mis armas y detuve la gigante espada segundos antes de que me tocase. Había sido un movimiento certero por parte de mi contrincario pero no lo suficiente para dañarme.

-Jutsu de dispersión- susurré con lentitud provocando que la niebla se esfumase.

Llevé mi mirada hasta mi enemigo. Era una persona pelinegra, boca tapada y gran espada. Mi viejo amigo Zabuza, como no, me encontraba en sus tierras. Suspiré y los dos nos alejamos hacia atrás manteniendo las distancias.

Miré de reojo a mis compañeros que rodeaban firmemente a Tazuna.

Por cosas como la de tener que quedarse atrás protegiendo a alguien odiaba ir en grupo o a misiones de escolta. Preocuparse por una persona que no eres tú mientras luchas es una carga demasiado grande.

Sola Donde viven las historias. Descúbrelo ahora