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Habían pasado un par de días en los que mi padre aún no había vuelto a aparecer por casa. Se respiraba tranquilidad en el ambiente pero, como es habitual en la vida de un integrante de la raíz, lo bueno no dura mucho.

Ayer Danzo había entrado con gran enfazo por la puerta principal. Su mano sana se había cerrado en un tenso puño y su ceño fruncido dejaba entrever lo que iba a ocurrir escasos minutos después. Uno a uno fuimos cayendo en su pequeño juego, se fue desahogando, se fue calmando... Sus manos manchadas de sangre habían recorrido mi cuerpo sin pudor alguno y las heridas se habían abierto camino de manera natural por mi cuerpo. La pequeña alegría que se había formado en ese par de días había desaparecido tan rápido como había llegado, dejando a su paso un río de sangre y el sonido de tormentosos alaridos de fondo.

Ahora, escasas horas después de que me tocase mi turno, me encontraba tumbada en cama. Había conseguido ducharme, vendarme y dormir unos escasos minutos.
Todo mi cuerpo dolía pero no era nada comparado con los gritos que llegaban desde la lejanía y retumbaban amenazantemente en mis oídos como un recordatorio de lo que me había ocurrido, como un recordatorio de lo que pasaría próximamente...

Noté mis mejillas húmedas, ¿cuándo había comenzado a llorar? Reprimí un sollozo y sequé las lágrimas con las palmas de mis manos. Respiré con lentitud un par de veces consiguiendo calmarme. Debía mantenerme fuerte.

Resoplé y miré la mesilla, faltaban quince minutos para que tuviese que ir al despacho de la Hokage. Me acomodé con cuidado la ropa y emprendí mi camino, no me detuve a observar el árbol de cerezo que se encontraba allí, al lado del parque. No tenía fuerzas. Seguramente, si me paraba para mirar sus flores caer acabaría sentada a su lado y no iría a la misión.

Cuando me di cuenta mi mano ya estaba rozando la madera de la puerta del despacho de Tsunade, mi mente debería haber viajado a otro mundo mientras llegaba aquí. Abrí sin pedir permiso por lo que me gané unos gritos de la Sanin, los ignoré como si nada y perdí la vista en la ventana esforzándome por mantener mi expresión de indiferencia.

Mi padre... Él acababa de...

Mis pensamientos fueron interrumpidos al notar como mi hombro era agitado con sutileza. Apreté mis labios en una fina línea y dejé escapar un suspiro de mi garganta.

-Naruto, ¿ya empiezas?

-Por una vez que no hago nada...-dijo el rubio que se encontraba alejado de mí.

-Soy Sai, tonta-habló una voz a mi lado y llevé la vista hacia él.

-Ah... Estoy despistada- me encogí de hombros y miré a Tsunade.

Supongo que estaban esperando a que prestase atención para explicar la misión.

-Bueno, tienen que ir hasta el País de los Campos de Arroz y ayudar al príncipe Kotaro. Les acompañarán el equipo de Asuma pero sin él, no puede venir, está en otra misión- soltó la rubia con rapidez mientras ojeaba unos papeles.

-Vale, ¿a qué hora tenemos que ir a la salida de la aldea?-dijo Kakashi ladeando la cabeza.

-Ahora-sonrió irónicamente la Senju- Casi se me olvidó avisaros- rió levemente mientras revolvía los documentos que estaban sobre su escritorio.

Definitivamente no parecía nada ordenada. Se notaba que le gustaba su trabajo pero se podía apreciar que el pesar y el dolor por el pasado cubrían sus iris opacándolos. Ella seguro que se esforzaba por seguir adelante pero no siempre salía victoriosa.

-Mierda-susurró el peligris y los cuatro salimos corriendo por los pasillos de la torre Hokage.

-No vamos a ir corriendo por las calles hasta allá, ya basta- gruñí molesta.

Sola Where stories live. Discover now