Los primeros rayos del sol iluminaron mi cara y, justo en ese momento, me levanté como un resorte, saliendo casi corriendo por la ventana. Así podría escapar de mi padre un tiempo más.

No quería soportar una de sus torturas, no cuando aún estaba afrontando que le iba a hacer daño al rubio. No quería hacerlo...

Me dejé vagar por la aldea sin dar importancia alguna hacia donde se dirigían mis pasos, solo quería perderme. Me encantaría poder desaparecer del mundo sin dejar rasto alguno, que todo el mundo se olvidase de que había existido...

La gente se separaba a mi paso.
Con mi llegada al equipo 7 había corrido rápidamente la noticia de que mi padre era el gran y aterrador Danzo. Toda la aldea sabía a la perfección que sus manos se encontraban manchadas de la sangre más inocente.
Ya no podía ni caminar por las calles como una persona normal, absolutamente todo me diferenciaba de los demás y sabía completamente que se apartaban por razones deplorables. Ellos pensaban que era como mi padre y, tal vez, no se alejaban tanto.

Las miradas indiscretas provocaron que mi piel se erizase en desagrado. ¿No iba a volver a caminar por la aldea sin que esta situación ocurriese? No iba a hacer daño a nadie, la gente no tenía que ocultar a sus hijos de mi mirada...

Solté todo el aire que contenían mis pulmones y detuve mi camino apoyándome en una de las barandillas que se encontraban en el parque. Observé a mi alrededor y, por milésima vez, podía admirar el frondoso y hermoso árbol de cerezo que se encontraba a unos metros de mí. No importaba si me acercaba a él enfadada, llorando o indiferente, aquel árbol siempre estaba igual y eso hacía que le admirase. Me gustaría poder mantenerme tan fuerte ante las adversidades como este simple cerezo.

Los padres del lugar comenzaron a llevarse a los niños de los juegos en los que estaban entretenidos y yo no pude evitar fruncir el ceño. Acababa de fastidiar la mañana de diversión de unos inocentes infantes.
Era impresionante de cómo podía llegar a estropear todo a mi alrededor. ¿Ya no podría acercarme hasta mi amigo sin que los padres evacuasen rapidamente el lugar?

Tras unos minutos me dirigí hasta poder rozar con las yemas de mis dedos el rugoso tronco. Apoyé mi espalda en él y me dejé caer con lentitud, quedándome sentada.
Llevé las rodillas hasta mi rostro y las abracé, dejando la vista perdida en el frente. Hoy necesitaba pensar en cómo iba a hacer con Naruto, no quería hacerle demasiado daño. Ya sabía que iba a ignorarle pero... ¿Caería ante sus palabras?

Seguro que lo hacía.

Y tampoco quería herir al resto de mi equipo.

...

Mis pupilas se expandieron y mis labios temblaron.

¿Qué estaba pensando? ¿Por qué estaba haciendo un maldito plan para proteger los sentimientos del Uzumaki?

¿En qué momento me involucré emocionalmente con ellos?

Esto no debería estar pasando...

¡Danzo se enterará!

Él les matará...

Él me matará...

La situación comenzaba a superarme. Las cosas que había dado por supuestas durante años se desvanecía y no tenía suficiente energía ni fuerza para evitar todo.

Yo solo quería seguir sin apegarme con nadie. No podía hacerlo.

Mi situación... Mi mente... Todo era demasiado inestable a mi alrededor como para hacerlo.

¡Les estaba exponiendo a Danzo!

Desentrelacé mis manos de las rodillas y las llevé hasta mi pelo mientras apoyaba el mentón en mis piernas y comencé a tirar levemente de mis mechones. Gruñí a lo bajo, frustrada, y cerré los ojos intentando aclarar las ideas que comenzaban a cruzar sin sentido alguno mi mente.

No quiero que me importe nadie, no quiero preocuparme por nadie.

Me da miedo.

Tengo miedo.

No quiero llegar a un mundo desconocido cuando no me gusta el que ya se extiende ante mis ojos.

Soy una cobarde y lo admito sin problema alguno.

Moví de nuevo mis manos y oculté mi rostro en ellas lanzando un pequeño quejido al aire.

La cabeza comenzó a dolerme y palpitar, debía detener esto o acabaría mal, debía parar de pensar.

Mi cabeza estaba destrozada por culpa de todas las diferentes torturas a las que me habían expuesto y provocaban que ante cualquier cambio mi cordura se tambaleara. No quería perderme, no quería caer ante los brazos de la locura...

Gruñí de nuevo mientras mi respiración se entrecortaba. El aire no llegaba a mis pulmones y la angustia comenzaba a rodearme. Entrelacé mis brazos y clavé con fuerza las uñas en ellos, dejando que mi cabeza reposase en el tronco.

Odiaba esta sensación... Cuando muchas ideas se colapsaban en mi mente siempre pasaba lo mismo, las malas sensaciones empezaban a cubrir mi cuerpo y la angustia, junto al miedo, me llevaban con ellos hasta tocar fondo provocando un creciente ataque de ansiedad.

A veces odiaba saber tanto de medicina. Sabía perfectamente lo que me ocurría en cada momento y eso llegaba a ser incluso más desesperante.

Las lágrimas se juntaron en mis ojos y batallé para que no escaparan o no sería capaz de que parasen de caer en mucho tiempo. Apreté con más fuerza mis manos y noté como el líquido escarlata comenzaba a deslizarse con lentitud por mis brazos formando un pequeño reguero que caía con parsimonia hasta el suelo.

Los recuerdos golpearon secamente mi cabeza y la mayoría se encontraban protagonizados por mi padre. Un grito ahogado se escapó de mis labios, mi vista se nubló y ya fue tarde para dar marcha atrás. Ya no podía controlarme, estaba completamente perdida.

La cordura se vio arrastrada al fondo de mi ser y mis demonios se hicieron cargo de mi cuerpo y mente.

Golpeé levemente la cabeza contra el tronco del árbol y empecé a llegar a mi límite. La sangre seguía saliendo pero el dolor físico que sentía no podía calmar el que se encontraba en mi interior desgarrándome con tortuosa lentitud.

No sé cuánto tiempo transcurrió, pero para mí fue una eternidad. Podrían haber pasado escasos segundos o interminables horas, a mi vista serían completamente iguales.

Algo comenzó a balancearme con fuerza y gritos amortiguados resonaban en mis taponados oídos. Unos brazos me rodearon y una mano comenzó a acariciarme el pelo con lentitud intentando sacarme de mi trance, pero no podía.

Ya nada podía.

Ya nadie podía.

Empecé a notar más gente a mi alrededor, quería responder que estaba bien, quería parar de clavar las uñas en mis brazos para parar de darles aquella horrible imagen. Una lágrima de impotencia, dolor y desesperación calló por mi mejilla.

No podía.

No podía desconectar.

Y eso me atemorizaba.

¿Había tocado fondo para siempre?

El cálido tacto de una mano limpió la lágrima que surcaba mi rostro y, tras un largo tiempo, pude divisar unos ojos azules observándome, en ellos se encontraba temor, dolor y un intenso sentimiento de culpa.

Sé que intentaba tranquilizarme, sé que trataba de ayudarme, pero lo que su mirada me transmitió solo consiguió hundirme más. Todo su sufrimiento era provocado por mi culpa... Había dañado a otra persona.

Había herido a una persona que me importaba.

Un pequeño quejido se escapó por mi garganta y más lágrimas salieron de mis ojos, rindiéndome en el intento de evitar llorar.

Un sollozo fue acompañado con el sentimiento de alguien golpeándome con sutileza y eficacia en la nuca.

La tranquila inconsciencia me envolvió, sumiéndome en una profunda oscuridad.

Sola Donde viven las historias. Descúbrelo ahora