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Allí se encontraba, sobre el sofá de su pequeño y acogedor apartamento, el reloj le indicó la hora: doce y media de la noche. Estaba concentrada para su examen de Psicología jurídica.
Desde pequeña se había sentido atraída por el comportamiento humano, y, por las cosas que conllevaban a un ser a cometer locuras que, ni ellos mismos se creían dignos de hacer. Le llamaban la atención todo tipo de desordenes mentales y enfermedades que producían cambios drásticos en la personalidad de un individuo y siempre quiso estudiar cómo es que se desarrollan dentro de las distintas mentes.
El gordo y peludo gato de color naranja descansaba cómodamente a su izquierda, sus patas estaban hacia arriba mientras ella lo acariciaba con delicadeza y cariño.
Alguien golpeó la puerta bruscamente, haciéndole volver a la realidad. En sus diecinueve años y con todos los dolorosos episodios que debió vivir, aprendió muchas cosas de la vida, si alguien toca a tu puerta a las doce de la noche no será por algo bueno.
Pero, los golpes se volvían más y más insistentes, por lo que optó en abrirla. Arrastró sus pies fuera del sofá, poniéndose de pie y encaminándose hacia la puerta principal. Tomó una bocanada de aire y la dejó salir, sus ojos brillaron al ver una gruesa figura de pie.
—Hola. —Saludó con miedo, su propia lengua se trabó al pronunciar aquella simple palabra.
Él parecía un roquero que recién regresaba de su gira; tenía el cabello rizado y una bandana cubría su frente, sus ojos color hazel se veían apagados y tristes, debajo de éstos había enormes bolsas indicando que él probablemente no había dormido muy bien los últimos días. Llevaba puesta una camiseta gris oscura, una camisa a cuadros rojos y azules, unos jeans que se ajustaban perfectamente a sus pantorrillas y sobre todo esto una cazadora de cuero que lo hacía verse más hermoso que el mismísimo Satanás.
—Hola. —Él le devolvió el saludo, agitando su mano. —Soy tú nuevo vecino, ¿Te he despertado?
—No, estaba estudiando para un examen de la universidad. Opino qué, ¡Bienvenido al edificio! —Ella le sonrió y, el intentó hacerlo. —Soy Chantal. —La castaña extendió su mano, obsequiándole una sonrisa al rubio pero éste ignoró su gesto observándola con algo de indiferencia.

Aquello causó que las mejillas de la castaña se tornaran de un leve tono rojizo.
—Soy Ashton. —Él le indicó.
—Bien... —Ella rascó su nuca. —Oye, ¿Quieres pasar? Podría ofrecerte un té, un café... una bebida, un refresco. Puedes ponerte cómodo, hace algo de frío aquí.
Sin decir nada, el chico ingresó al apartamento y le dio una ojeada sin formular ninguna expresión, ella se sintió rendida y se encargó de bufar. Le indicó que tomara asiento señalando los cómodos sofás que había colocado hace unos años atrás cuando se mudó.

Else acomodó sobre el sofá del centroaquel que daba justo frente al televisor, el cual se encontraba apagado, acausa de que ella se encontraba asimilando las tantas palabras del resumen quehabía hecho unas cuantas semanas atrás.
— ¿Qué estudias? —Preguntó con interés. Sus ojos color hazel, hicieron contactovisual con los azules de la menor.
La castaña aclaró su garganta.
—Psicología. —Replicó, para sentarse en el sofá que estaba próximo, cruzó suspiernas y trató de evitar la penetrante mirada del muchacho. —Estoy en la carrera de psicología.
— ¿Eso te interesa? —Ella indicó que sí con su cabeza. —Wow. —Musitó, aúnpermaneciendo bastante reservado.
—No entiendo, ¿Por qué te sorprendes? —Preguntó la chica, sintiéndose ofendidapor aquel punzante comentario por parte de Ashton.
—Creí que, solo mi hermana estaba interesada en esas mierdas. —Respondió élpara que ella de manera instantánea rodara los ojos.
— ¿Sabes? Para mí, eso no es una mierda... Ashton. —Gruñó entre dientes,mordiendo su bolígrafo y conteniendo las ganas de golpearlo.
—Para mí, si. Pero eso no importa. — Sonrió de lado. —Dime, ¿De dónde eres? Notienes el acento que nos caracteriza a los australianos... ¿Eres de otro país oestoy equivocándome?
—Soy... soy británica. —Tartamudeó con nerviosismo, empujando su cabello haciaatrás.
—Ah, eso es genial. —Él soltó, obsequiándole una media sonrisa.
Sus ojos volvieron a encontrarse y, ella vio su rostro familiar, muy familiar. Sentíaque lo conocía de otro sitio pero no quería preguntarle porque sonaría como unararita.
—Oye, sonará extraño... pero, creo que te vi en otro lado. —Comentó ella, élmovió su cabeza en señal de asentimiento. —¡Lo sabía! Tú te me hacías muy familiar, ¿De dónde nos hemos conocido?
—El bar de Joe. Siempre voy allí por un café todas las tardes y, en ocasionesme verás en la noche. Tú trabajas allí, ¿No es así? —Preguntó muy seguro de suspalabras. Ella asintió. —De tres de la tarde a, seis. En ocasiones, vas a lanoche, ocho de la noche a once.
Un extraño escalofrío le recorrió el cuerpo, inundándola con una extrañasensación de incomodidad. Que chico más raro, ¿Cómo podía saber cada horario enel que ella asistía al grotesco bar de Joe? Nisiquiera ella misma podía recordar sus horarios, ¿Cómo es posible que él lo hiciera?
—Lamento haber sonado como un chiflado, soy una persona demasiado atenta. —Sedisculpó, tratando de aliviar el incómodo ambiente que se había creado entreambos. —Tiendo a ser así en ocasiones, me refiero a qué... —Por alguna razón,el se calló antes de decir algo que empeorara la situación entre ellos dos.—Oye, ¿Tienes novio?
Ella negó con la cabeza. Y aquello pareció alegrarle al rubio, sintió como unachispa de esperanza se encendía en su interior, Chantal Williams con tan solo 18 años jamás había conocido lo que esrealmente el amor.
—Yo tampoco tengo novia. —Musitó. Ella intentó sonreírle ante aquellainformación, pero le pareció algo poco interesante... ella no iba a fijarse en alguien como él. —Dime Chantal, ¿Tienes hermanos?
Ella indicó que no con su cabeza,aunque aquello era una piadosa mentira para que Ashton no continuara con sus embarazosaspreguntas.
—Oh, hija única. —Ella asintió, él tuvo la necesidad de saber más sobre lachica que acababa de conocer, queríasaberlo todo para quitarse las dudas que había llevado dentro de sí los últimosquince minutos que pasó en el apartamento de la castaña. — ¿Tus padres?
—No tengo... hablo de qué, murieron.
—Lo siento. —Él le ofreció una disculpa, mostrándose apenado por su inadecuada consulta.— Perdón por curiosear sobre este tema tan sensible... no lo sabía.
—No importa, no duele en lo absoluto hablar de su muerte después de tantotiempo. —Dijo ella e intento sonreír, mostrándose poco apenada por su dolorosapérdida. Ella estaba muy acostumbrada aeste tipo de momento incómodo. —Ellos murieron de formas extrañas, era muypequeña y francamente no sé mucho sobre ellos... sólo recuerdo que a mi padrelo asesinaron frente a mi madre y yo; ella murió de forma natural.
Él dejó salir un frustrado suspiro.
—No debí haber preguntado eso... así que regresando a algo que nos interese aambos. Dime, ¿Por qué te importa tanto en el comportamiento humano? —Averiguó él,volviendo al tono con el que la trató desde que ingresó a la propiedad.
—No lo sé, desde pequeña ha sido de ese modo. Ya sabes, estamos rodeados depersonas y mentes distintas, los humanos tienen mentes retorcidas... el mundoes una caja de mierda y, hay tantas cosas sobre las que quiero estudiar—Chantal explicó con entusiasmo, sus ojos adquirieron cierto brillo al hablarsobre la profesión que tanto amaba. —Siempre he querido saber qué sería de unapersona sin un trastorno mental, siempre he querido ser aquel hombro en el quetodos descargan su llanto... ser la consejera de alguien que realmente lonecesite. Quiero estar ahí para los niños con problemas, quiero estar allí paralos adolescentes que tienen problemas consigo mismos... quiero decirles que noestán solos y que podrán salir adelante porque todos tenemos una fuerzainterior algo sobrenatural. Sin contar que hay tantos imbéciles de cara lindaque aparentar ser los más buenos y, acaban siendo todo lo opuesto... algunos soncapaces de cosas atroces y son llamados psicópatas.Son tipos con rostros angelicales que te manipulan para conseguir lo quedesean.
Él sonrió.
— ¿Qué? No todos los psicópatas son así —Él se quejó.
—Vamos, ¿Por qué lo dices? Claro que es así, el nombre dice algo... ellos son psicópatas, están mal de la cabeza...¿Qué clase de persona utiliza a otra para cosas cómo sexo, dinero entre otrasmucho peores? ¡Sólo ellos! Y las inocentes palomitas caen, enamorándoseperdidamente de ellos.
—Oh, claro. —Dijo él, sin interés. Sintió la terrible necesidad de cambiarle detema mientras Chantal sentía rabia de tan solo pensar en ese tipo de personastan peligrosas viviendo en una sociedad como la de estos días. —Dime, ¿Desdehace mucho vives aquí?
—Tres años. —Respondió y, se puso más cómoda en aquel pequeño sofá de cueronegro.
— ¿Es tu último año en la universidad? —Le preguntó, ella asintió con lacabeza. —Dime, luego de terminar, ¿Qué harás?
— ¿Buscar un empleo? —Eso sonó más a una pregunta a que una afirmación. —Es lo único que quiero hacer, conseguir mitítulo y hacer de este un mundo mejor.
—Gran respuesta. —Dijo en un tono burlón. Ella miró su reloj y, frunció elceño. —Creo que me iré. —Le advirtió observando la reacción que tuvo la castañaal ver su reloj de mano. —Es un poco tarde.
Ella indicó que sí con un mohín.
—Ha sido un placer conocerte Ashton. —Habló, no muy convencida de sus propiaspalabras. —Espero que podamos llevarnos bien.
—Digo lo mismo. —Él le sonrió.
Ella se levantó con rapidez del sofá y, caminó hacia la puerta principal, paraabrírsela al rubio en un amable gesto.
—-Adiós. —Dijo con una expresión inexplicable y, cerró la puerta con cuidado deno hacer mucho ruido.
Suspiró aliviada. Aquel feo momento, se acabó. Él era extraño, quizá el tipomás extraño que conoció en su vida. Pero debía regresar su concentración a lo que realmente le importaba... aquel estúpido examen de psicología. Mañanadebía despertarse temprano o, terminaría desaprobada y quizás debería malgastaruno o dos meses para recursar la estúpida materia.    

Psychopath. »ashton irwinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora