Capítulo XXVIII

125 19 10
                                    


La cama se hundió, como cuando recibía el peso de otro cuerpo apoyándose sobre el colchón, y aunque sabía quien acababa de entrar a la habitación, no abrí los ojos.

No quería tener que enfrentarme Sam, porque sabía que se trataba de ella, y decirle la decisión que había tomado. La realidad en aquellos momentos me resultaba aplastante.

La noche anterior no había podido decírselo. Llegué a casa y al parecer se había quedado dormida en el sofá esperando mi llegada, lo que por obvias razones me afligió aún más. Había tomado una manta cubriéndola con ella para que no pasara frío, y aunque hubiera podido dormir en nuestra habitación, no me sentí justo haciéndolo, así que dormí en la que era dispuesta para huéspedes.

Sabía que justo en esos momentos ella estaría mirándome desde una esquina de la cama, dudando entre despertarme o no. Podía sentir la insistencia en sus ojos justo en mi rostro. Era insoportable, pero aun así no quería enfrentarla. No me sentía capaz de hacerlo.

—¿Tomaste la decisión? —preguntó de repente obligándome a abrir los ojos.

Por como lucía, acababa de tomar una ducha y traía un par de tazas de café. Me enderecé, sentándome en el lugar, y recibí mi taza para tomar un poco del humeante líquido que me revitalizó enseguida. Samantha esperaba una respuesta.

—Sí —respondí—, pero antes, ¿te puedo pedir algo? —quise saber.

Su cabeza se ladeó, mirándome con interés. —Claro, lo que quieras.

—Quiero que lo tomemos con calma —repuse.

—¿Con calma? —repitió. Asentí—. No te entiendo. ¿Por qué no me dices tú decisión?

Mis ojos la encontraron un segundo con detenimiento, tratando de apropiarme del valor que echaba en falta.

—Porque creo que ya la sabes —susurré. Su expresión confusa cambió con rapidez a una de mal disimulada tristeza.

—Tienes razón. No sé porque de alguna manera llegué a creer que tu decisión sería otra —dijo poniéndose de pie y decidida a salir de allí.

—Espera. —La detuve. Se giró y el corazón se me estrujó al verla llorar—. Samantha, ven —pedí invitándola de nuevo a mi lado. Dudó unos segundos, pero luego aceptó—. Sam, sabes que no se trata de ti...

Negó con fuerza, interrumpiéndome. —Thomas, no tienes por qué explicarme nada, créeme que trato de entenderte.

—¡Sí! ¡Lo sé! Es solo que me siento muy mal haciéndote esto, y Julia también se siente terrible —confesé.

—Pues dile que no tiene por qué sentirse así —replicó—. Esto no es culpa de nadie. Nadie sabía que esto iba a pasar, aunque yo sí sabía que algún día te perdería —repuso con aflicción.

—No, espera un momento, Samantha. Tú no me has perdido —aseguré—. Siempre me vas a tener cuando me necesites. Antes que esposos somos cómplices, eso lo sabes —recordé.

—Sí, pero no creo que pueda soportar verte solo como eso —declaró—. Sin embargo, te amo tanto que no haré nada que te afecte así que no te preocupes, no me interpondré entre Julia y tú —avisó limpiando sus mejillas, aunque la expresión de tristeza continuaba allí—. Si no lo hizo la muerte, yo no tengo potestad para hacerlo.

—¿Eso que quiere decir? —pregunté con temor—. ¿Quieres... que nos separemos?

Inhaló hondo. —Supongo que es lo correcto —asintió.

Después de tiOù les histoires vivent. Découvrez maintenant