Capítulo XXVII

104 22 6
                                    


Cuando se hablaba del ser humano como organismo racional, se reconocía que era afortunado al tener la posibilidad de tomar decisiones a diferencia de sus demás compañeros del reino animal. El problema estribaba en que no era fácil tomar decisiones, mucho menos cuando una situación como la que estaba viviendo yo exigía que lo hiciera de manera urgente.

Y las decisiones hechas a la carrera no solían terminar bien.

—¿Una decisión? —repetí, ella asintió—. ¿Ya? —Su cabeza se movió de nuevo—. No creo poder —confesé.

—Pero se lo prometiste, Tommy —recordó, y resoplé con ansiedad.

Era cierto, se lo había prometido a Sam, pero antes de cumplir con aquel compromiso, tenía que saber pensar lo que iba a hacer. Necesitaba tomar una decisión que no le afectara, no podía permitir que sufriera mas por mi culpa.

Pasaron varios minutos antes de que reaccionara. —Llamaré a la doctora —resolví.

—¿No es algo tarde? —cuestionó Julia mirando su reloj de pulsera. Imité su acción y chasqueé la lengua con desazón, pero recordé que la doctora había comentado en algún momento que solía quedarse hasta tarde en su consultorio.

—No, quizás aún la encuentre. Acompáñame —pedí mientras me encaminaba de nuevo a la casa.

Los empleados ya se preparaban para irse, charlando entre ellos de manera cordial y empacando sus bolsas, así que me despedí de ellos y fui hasta la biblioteca. Julia me alcanzó minutos después de asegurarse que todos se habían ido del Team, quedando solos los dos.

—¿Ya llamaste? —preguntó sentándose frente al escritorio.

—No, te estaba esperando.

—Bueno, hazlo antes de que la doctora se marche —apremió.

Asentí y levanté el auricular. Marqué el número de su oficina, pero después de intentar por varias veces me di por vencido. Ya no estaba en el consultorio.

—¿Y ahora? —preguntó Julia con visible preocupación. La misma preocupación que en esos momentos me afectaba.

—No sé —respondí frustrado—. Puedes... ¿puedes venir? —pedí no muy convencido. Ella enarcó las cejas, confundida, pero segundos después pareció entender.

Sonrió y llegó hasta mi lado del escritorio, me giré hacia ella y acomodé la pierna invitándola a sentarse en ella. Dudó un poco, pero después aceptó la invitación, pasó sus brazos por mi cuello y enredó sus dedos en mi cabello produciendo una sensación cálida de familiaridad.

Si le preguntaran a cualquier persona que nos conoció veinticinco años atrás, dirían que aquella era nuestra posición favorita, ya que casi siempre ella se acurrucaba en mis piernas. En todo lugar y en todo momento, menos en casa de mis padres o en casa de su madre, por obvias razones de respeto.

Me sonrió con ternura y no pude evitar sonreír de vuelta. La felicidad que me provocaba estar de nuevo junto a ella no era completa, y se veía opacada por aquella sensación de culpa que no podía quitarme de encima.

Aún tenía la tarjeta del consultorio de la doctora en mi mano y jugueteé con ella dándole la vuelta, fue entonces cuando descubrí, o más bien recordé, que me había dado su teléfono personal.

—¿Y ese número?

—¡Es su teléfono personal! Lo había olvidado —exclamé criticándome por no haberlo recordado antes.

Después de tiWhere stories live. Discover now