Capítulo IX

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El camino de regreso a casa me pareció mas largo de lo que alguna vez había sido.

Recordar las palabras con las que Jane me había dejado antes de desaparecer por su puerta no hacía mas que perturbar una y otra vez mi mente, robándome la poca tranquilidad que poseía.

Llegué a casa y, afortunadamente, Samantha ya dormía. No sabía si hubiera sido capaz de mirarla a los ojos después de que estuve a punto de besar a otra mujer que no era ella, y que de alguna u otra forma acababa de aparecer en nuestras vidas. Sabía que no tenía excusa valida para aquello.

Me metí con cuidado en la cama y durante toda la noche no pude cerrar los ojos mientras en mi mente daba vueltas todo lo que había pasado, así que decidí que tenía que ver al doctor Cherrot al día siguiente.

Me urgía aclarar el desorden en el que se estaba convirtiendo mi cabeza.

—Eso es suficiente —repuso el psicólogo con un brillo de satisfacción en sus ojos que nunca había visto.

—¿Qué? —escupí confundido—. ¿Qué es suficiente?

—Ella dijo que era como si lo conociera de siempre —explicó, dejando por primera vez la agenda a un lado, abrí los ojos con sorpresa—. Eso es lo suficiente.

—¿En serio? ¿Eso? —cuestioné incrédulo, asintió—. O sea, de todo lo que le he venido diciendo en las sesiones, ¿solo reaccionó por eso? ¿Para usted bastó con eso? —inquirí con evidente estupor.

—Señor Hackley, no crea que lo demás no me alertó —dijo—. Lo que sucede es que solo esperaba que ella le dijera algo así. Eso fue lo que me hizo terminar de convencer de lo que sucedía, eso fue la gota que derramó el vaso.

Lo miré con extrañeza. «Ese hombre si que estaba demente», pensé.

—¿Y entonces? —pregunté a la expectativa.

—Entonces, ya tengo una respuesta —respondió con serenidad.

Me alerté inmediatamente y lo miré exigiendo que me diera esa respuesta, sin embargo, no dijo nada.

—¿Y? ¿Cuál es la respuesta? ¿De que trata todo esto? —quise saber con impaciencia.

El doctor se acercó a su escritorio, de un tarjetero extrajo un pequeño trozo de papel blanco y me lo extendió. Prácticamente se lo arrebaté de las manos, pero lo que había escrito solamente me hizo alzar las cejas con confusión.

Mis ojos lo encontraron con rapidez, intentando entender lo que quería decir aquello, o esperando a que por lo menos se dignara a explicarme. Permaneció en silencio.

—¿Qué es esto? —pregunté moviendo el papelito frente a mi rostro y buscando por el reverso alguna lo que fuera que hubiera allí.

—Es la respuesta.

Solté una carcajada de incredulidad. —No, doctor, en serio.

—Es en serio, señor Hackley —respondió con la calma que lo caracterizaba.

Enarqué una ceja y volví a dirigir mi mirada a la tarjeta.

Sarah, J. Wills. Condado de Orange, Orange. 714-0328 —repuse leyendo la información—. ¿La respuesta a mi problema es el número de una mujer en Orange? —cuestioné confundido.

Asintió. —Señor Hackley, lamentablemente su caso en particular no concierne a mi campo en la psicología —explicó, fruncí el ceño y le pedí que siguiera hablando—. Estoy muy seguro de que tengo la respuesta a su situación, pero no puedo decírselo porque no me corresponde a mí, sino a ella —agregó señalando el papel que había en mi mano.

Después de tiWhere stories live. Discover now