Capítulo VIII

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"Tu amor fue hecho a mano para alguien como yo"*

Pasaron varios minutos antes de que pudiera dejar de mirar como idiota a Jane mientras hablaba por su celular. Mis ojos no se desviaban de sus gestos, su rostro, sus labios que se movían como en una conversación animada y a veces esbozaban sonrisas muy particulares, o eso creía yo.

Suponía que si no se hubiera girado un poco y me hubiera visto de reojo no hubiera caído en cuenta de que yo aún la esperaba, así que fueron cuestión de segundos para tenerla de nuevo frente a mí.

—De verdad lo siento mucho, Thomas —repitió una vez más mientras caminábamos a la salida del Oasis—. Me distraje hablando con él.

—¿Él? —pregunté con curiosidad y algo de... ¿de qué?

Era como una especie de molestia en la boca del estomago. ¿Qué era eso?

—Sí —respondió sonriendo de la misma forma como minutos atrás lo había hecho, cuando había visto el celular antes de responder la llamada, y como había estado haciéndolo varias veces mientras conversaba con el hombre del que ya se me empezaba a formar una imagen—. Era el chico con el que estoy saliendo —agregó y percibí algo de emoción en su voz, mientras que a mí... bueno, a mí un extraño y desubicado sentimiento de posesión me invadía.

La cuestión con tener un psicólogo era que se convertía en esa molesta voz de conciencia que podía hacer que las personas crearan un sentimiento de dependencia nada bueno.

Esa era una de las razones por las que no me gustaba tener psicólogo, pero con la situación que me estaba pasando en esos momentos, y el aparente avance que el doctor Cherrot me prometía, me era imposible no contarle cada detalle de mi día en las citas.

—¿Más pruebas? —pregunté irritado en la siguiente sesión—. Doctor Cherrot, ¿cómo quiere más pruebas? ¡Con lo que le he contado es suficiente! —alterqué mientras él seguía impasible escribiendo en su agenda después de haberle contado todo lo que había pasado con Jane el día anterior en el Oasis.

—Pueden ser coincidencias —respondió en un susurro que alcancé a escuchar, solté una carcajada de incredulidad y me desacomodé sentándome en el diván.

—¿Coincidencias? ¡Por el amor de Dios! —repliqué—. ¿Acaso lo que quería era que ella me reconociera y dijera: Sí, sueño contigo desde que tengo trece? ¡Por favor, doctor! ¡Si acaso logré que me confiara esa parte de su vida!

Sus ojos detrás de los lentes por fin me miraron. —Señor Hackley, hizo un buen trabajo, pero créame que si ella lo hubiera reconocido, las cosas estarían mucho más claras y concretas.

—¿Claras y concretas? —repetí—. ¡Pero si usted ni siquiera me ha dicho cuáles son sus sospechas acerca de esto! —recordé.

—No, no le he dicho —aceptó—. Pero estoy seguro de que ya casi lo descubro —respondió con indiferencia, y después de asentir con su cabeza, se volvió a enfrascar en su inseparable agenda dejándome parcialmente estupefacto.

Una semana pasó desde la visita con Jane al Oasis.

Una semana en la que habíamos trabajado juntos y en la que para mí desgracia y mi fortuna había recordado mis años de adolescencia junto a Julia. Muchas memorias y momentos de mi vida los había visto reflejados en Jane.

Independiente de eso, también había reconocido la utilidad que Samantha me expresó cuando trabajaba con ella. Su competencia demostraba que haberla contratado había sido una buena idea.

Después de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora