Capítulo 37: Sombras.

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Enero había parecido ser resistente, sin embargo derrotado había dado su brazo a torcer junto al cielo gris. Mientras que el dócil febrero se había desvanecido sin mucha solidez con la nevada y el susurro del viento helado diciendo adiós. La naturaleza fría se había ido y los inicios de marzo se dejaban ver entre los jardines de verde pasto, pese a ello sobre las hojas aún sobrevivía un tenue rocío. Ella sólo podía decir que era el recordatorio del espléndido invierno que los había deleitado en los meses anteriores.

Los días en donde la chimenea pronto consumía los leños se habían quedado en la mente como recuerdos agradables. Algunos gruesos abrigos, guantes y gorros yacían en el perchero de su sala común, como una gran montaña de tela, tambaleante y algo monstruosa. Muchos de los alumnos de primer y segundo curso evitaban a toda costa observar la sombra de éste durante las noches de ajedrez mágico.

El chocolate caliente que se servía en el gran comedor ya no era exageradamente solicitado, ahora venía bien el zumo de calabaza y algo de té mieloso. Y que decir del aliento transparente que salía de todos al momento de proferir las palabras, el vapor blanco había regresado a su estado invisible. Si, el invierno se había ido tan pronto como había llegado,  y aquello en verdad la costernaba más de lo que podría admitir.

Eran cambios, que debido a la costumbre podrían pasar sin mucha mención o importancia. Sin embargo, sus percepciones se transformaban a cada instante y la visión que su cerebro la obligaba a tener en cuanto a la vida, a los días y a cada miniscula circunstancia, era sumamente ácida. Porque  los meses de capas blancas sobre Hogwarts ya no estaban y eso tenía muchos significados. El tiempo no se detenía y corría tan rápido cuando el futuro estaba bañado de incertidumbre. La guerra avanzaba fuera de los muros del colegio mágico y merlín... No podía negarlo, dentro de él también. Suspiro al tiempo en que sus ojos salieron de su anonamiento.

El polvo de las hojas se desplazo por la corteza de la mesa. El aislamiento del que ésta intentaba ser parte, ayudó para que su bufido de cansancio fuera un sonido vago entre los demás pasillos viejos de la biblioteca.

La piel bajo su túnica podía aspirar el aroma a tinta regada y extrañamente el de una asfixiante humedad, no como la de la madera añeja de las sillas y mucho menos como la de los más antiguos volúmenes, sino con un peculiar toque a barro. El desagrado quiso ser un detonante para que sus piernas dejaran su indispuesto refugio. Sin embargo, su mente era exigente y los pocos datos recabados eran insuficientes para su afilada curiosidad.

Era un martes con un aire perezoso que caía más allá de las ventanas.  La mañana había sido monótona, al igual que el almuerzo y las clases por la tarde. Ella teniendo en mente pocas alternativas de distracción, había decidido inmiscuirse a la gran habitación de los libros en busca de un momento con nulo bullicio y de total tranquilidad para investigar algunas incógnitas.

Abrió el ejemplar de hojas amarillentas que tenía en manos, su mirar absorbió letras rápidamente, el área de la biblioteca en el que se encontraba alentaba a dicho acto. Era un rincón con dispersas mesas y altos anaqueles que tocaban el techo, una pequeña sección renombrada por ella misma para el más selectivo mutismo. Ésta se mantenía en un impresionante sigilo, al punto de poder sentír el silencio rozar su nariz.
Circunstancia que agradecía, la concentración en la que había estado dispuesta sumirse, había sido muy acorde a dicha área dentro del castillo. Removió la mirada del libro a su muñeca, las manecillas de su reloj parecían transportarse de segundo en segundo mediante unos raquíticos movimientos.

Su visita a la biblioteca aún no sobrepasaba de los sesenta minutos y ella sentía que había estado ahí desde hace una eternidad. Y le preocupaba por que era un sensación absolutamente diferente a la que siempre mantenía cuando leía.

MercyWhere stories live. Discover now