Capítulo 26: Terciopelo.

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Se ahogaria.

Lo haría sin siquiera ser capaz de impedirlo.

No habría consciencias lastimosas por ello y el saberlo lo hundía un poco más.

Si, era duro, pero era lo que la jodida existencia tenía para él, nada más, nada menos solo aquella nube de miedo y impotencia que lo perseguía a dónde fuera. Las paredes otra vez intentaron sofocarlo y el sonido de la fuerte turbulencia del viento de afuera le pareció familiar. Maldición, demasiado turbio para pasar desapercibido por sus pensamientos.

¿Preparado Draco?

La misma voz, la misma pregunta, ella en forma de nebulosidad rondando en su mente, ayudada por las negras sombras de la madrugada que ya se desintegraban entre las paredes de su habitación. Frente a él estaba su baúl, sus dedos tocarían la finísima madera y aquello acabaría para dar inicio a algo más. La mañana aún no lo quebraba y el azul añil pintaba en el cielo como acuarelas. No podía verlo, no podía sentirlo pero sabía que estaba ahí, un azul tan lúgubre para llegar a ser significativo para él.

La noche en absoluto había sido beneficiosa, después de unos cuantos latidos desenfrenados por las vivientes emociones, había salido de la sala de menesteres junto a Granger, la despedida había sido confusa a través de un beso. Sus pasos temblorosos habían ido directamente hasta su habitación con el objetivo fantasmal de empezar a andar sus más oscuras estrategias.

Joder, habría querido quedarse entre los brazos de la chica y más sin embargo, aquella decisión de acabar con aquello lo perseguía hasta el momento desde el instante en que Snape le había dicho la verdad. Contra todas sus incoherentes aspiraciones en cuanto a la Gryffindor, él no había podido quedarse y ella lo había comprendido sin decir una palabra, tal vez sus inteligentes cavilaciones le habían obligado a callar y lamentar en otro tiempo. Él solamente había dado un asentimiento cuando Granger había pronunciado un "Hasta mañana".

Abrió el baúl sintiendo aún los recuerdos de esa misma noche, nunca antes había sentido el golpe de insano nerviosismo al solo abrir aquella simple caja de madera negra, pero esta vez recompenso a las demás.
Echo un vistazo nuevamente, Blaise y Theo aún dormían, regreso su visión y apretó a un más su varita que le daba frágil luz mediante un Lumos.

Sus descalzos pies y la desnudez de su pecho hacían que el frío fuera depredador de su blanquecina piel expuesta, su postura incada ocasionaba que sus rodillas fueran molidas por el sólido piso, mientras unos cuantos crudos escalofríos lo acompañaban en la búsqueda. Removia prenda a prenda, el negro de las telas solo hizo que sus ojos exigierán contraste, un anhelo que también persistía en su pecho sin siquiera percatarse de ello. Pero al fin y al cabo, eso era un deseo absolutamente intrascendente para el objetivo.

Mierda, concéntrate.

Anillos, cadenas, oro reluciente haciendo del negro un poco más selectivo, las pertenecías valían pero en ese momento solo hubiera querido hacer de ellas algo más que simple opulencia. La indagación seguía, una maldición rozó por entre sus gélidos labios y el baúl dio por sentado que era infinito.

Sin quererlo un ridículo sentimiento de susto lo invadió ante la ausencia del oscuro objeto, la imaginativa de perderlo lo arrastro al desespero y sus manos sin duda fueron receptoras de la desagradable sensación. Un minúsculo sonido fue percibido por su oído, de manera inmediata detuvo su impaciente exploración, volteo una vez más su mirar hacia los chicos, ellos seguían siendo ignorantes debido a su letargo.

Afortunados.

Regreso al baúl.
La lúgubre habitación de las serpientes pareció de un momento a otro relucir por un brillo lamentoso en los ojos de Draco Malfoy. Al fin pudo divisar su designio, el terciopelo pareció brillar, no obstante, el pergamino que yacía sobre él opaco su extraño deslumbramiento. Las ásperas paredes del baúl fueron pequeñas para la exposición de su pertenencia más celosamente guardada. De la esquina inferior del baúl, Draco tomó entre sus manos el estuche de tela suave y por igual la carta rugosa. La suavidad del joyero pareció ser un poco más tersa que la última vez y su tamaño le resultó extrañamente más vasto. La carta se deslizó a su otra mano, sin tener una mínima intención sus calculadores dedos lo manipularon, basto de un movimiento para abrirla.

MercyWhere stories live. Discover now