Capítulo 22: Invisible.

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Respiro profundo, respiro, más por irritante costumbre que por entusiasta objetivo, cansadamente respiro contusionando sus pulmones con una exclamación muda de desesperación.

Todo estaba fuera de lugar, él era irreal, él era un tiempo perdido, él simplemente era nada en medio de la más exigente demencia.
Había golpeado paredes, sus blancos nudillos ahora estaban marcados por la furia, el rastro de sangre roja con algunas pequeñas tonalidades moradas recorría las cumbres de aquella nívea extensión de piel. Pensó nuevamente, se obligo a creer que ese tenue aroma a vanilla aun no se desvanecia.

Entonces la molestia regreso de nuevo, regreso de la misma forma, con dóciles cuchillas clavando en su pecho un asfixiante fuego de necesidad. Tres noches, tres malditas noches y ella simplemente no había aparecido por el maldito lumbral de la sala de menesteres.

Salazar. Su penuria había llegado lejos, oh si que lo había hecho, se dio cuenta de ello cuando durante todas las amargas noches de aquella semana había decido simplemente no regresar a su dormitorio en las mazmorras y quedarse ahí en la pequeña pieza que la sala de menesteres le mostraba cuando estaba con ella, pero ahora la bruja solo era ausencia lastimosa.

La antipatía llegaba hacia él al solo recordar como sus ambiciones de desprenderse de ella se habían retirado rápidamente. El aléjate que había salido desde lo más profundo de su garganta, ahora sonaba tan ajeno a sus propios sentidos. Y se odio por ello, por que la tenía impregnada, por que todo aquello que significaba Hermione Granger se escurría por entre sus racionamientos, por que ella dejo de ser solamente una maldita necesidad ¡Demonios que si! Los límites se habían desbordado y la tóxica adicción hacía ella habían delineado una gran cantidad de orgullo perdido, ahora la exigencia hacían que por obligación de su cuerpo se escapará un llamado ante su presencia, por supuesto, un llamado silencioso.

Lo inusual sucedida y el no podía hacer más que aferrarse al edredón de mala combinación, en el cual aún persistía la esencia y calidez. Joder, sus piernas ahogaron un impulso de salir corriendo de esa sala directo a la torre de Gryffindor.

Era muy de mañana, no podía ver los rayos del amanecer pero las horas le confirmaban que desde hace un rato ya había comenzado un nuevo día. Era jueves, las clases aún persistían en el ambiente de un Hogwarts rutinario y la nieve todavía predominaba en cada rincón del paisaje.

Sin tener pensado seguir derrumbado en aquella cama, se levantó, dejó atrás el aire de absoluta exasperación y poso su expresión más fría. Su mano apuño a su varita en un acto de total instinto y salió por la gran puerta de aquella mágica habitación. Y como lo había previsto, la mañana ya estaba presente, sutil, con tonalidades rojas y azules, pero ahí, recordandole una vez más que el tiempo era arena entre las manos del ser humano.

Regresaría a las mazmorras, se daria un baño para después bajar a clases. Le resultaba algo inusual su desesperación por asistir a éstas, no obstante, le bastaba remontar la posibilidad de verla, por lo menos observarla y revivir su recuerdo, para ansiar la llegada de éstas.

Camino, siempre con silogismo y estratégicamente hábil. Aún era muy temprano para que alumnos andarán por ahí, sin embargo, lo hizo como una constante activación de sus sentidos. Cruzo, una pasillo, dos, tres, perdió la cuenta. De un momento a otro ya se encontraba en las mazmorras.

Humedad y frialdad en su total esplendor, atravesó el gran muro de piedra después de decir la contraseña. Silencio total, luz verde de las lámparas y el típico ambiente gélido. Si esa era la sala común de Slytherin, algo que en lo más mínimo le asombraba. Sin necesidad de quedarse en medio de la sala, siguió su andar hasta su dormitorio.

Cuando estuvo frente a su habitación, abrió de inmediato la puerta y entró, la oscuridad invadió su campo visual. Sus piernas se dirigieron directamente al baño, no obstante, al momento en que se introducía a éste la luz del pequeño candelabro que yacía en la mesa de noche de Blaise se encendió. Mierda, maldijo Draco al ver como éste se frotaba los ojos con sus manos al tiempo en que se enderezaba sobre su cama.

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