Capítulo 32: Lluvia Y Fuego.

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Miraba a través de la ventana con la lobreguez haciéndole compañía. La poca luz era diferente a la de los pasillos, esta podía si bien hacer que el sigilo lo mantuviera en un estado de constante defensa, al punto de hacer que de un apretón su varita explotara en miles de astillas.

Y después venía la lluvia, cantándole en el oído con sonidos que se intercalaban con el chasqueo de su lengua. Gota por gota, todas gritando que el lugar de libre descenso era la guarida de Voldermort, todas cayendo golpeando las ventanas en un fastidioso ruido, todas mezclando la tierra y la sangre que había en el umbral de la gran mansión.

Pero finalmente admiraba desagradablemente el factor más decadente, las sombras que bajaban del turbio cielo portaban máscaras y entre manos su remordimiento, magos impuros. Él quería pensar que era un agobio inservible, pero veía el calvario en rostros desconocidos y daba por hecho que ya no quería la biblioteca con vista a los jardines. Mucho menos que el reflejo del fuego lo hiciera sentirse afortunado en comparación a ellos.

Compasión.

Grito la tormenta después de un relámpago. Podía decir que era inmutable ante el desazón de la lluvia decembrina, o creer que la rabia se había ido ante el célebre día navideño. Pero la tensión de sus ojos frente a la ventana estaba a punto de soltar la fuerza extraña y quebrar el vidrio mágico que protegía a la biblioteca de diluvios como aquellos.

Sus manos se mantenían sueltas a sus costados, su quijada estaba en lo alto demostrando la blanquecina piel de su cuello al paisaje lluvioso tras la ventana. Todo se acomodaba con su recta espalda y sus estiradas piernas, el negro atuendo invernal se pegaba elegantemente a su estilizado y moderado cuerpo atlético. Su mirada estaba fija y tenía un aire de perdición en pensamiento.

El objetivo de su impuesta tortura iba más allá del simple hecho de castigarse al ver la llegada de los nuevos "juguetes" de Voldermort. No, él simplemente había deseado ver de inmediato el regreso de su lechuza. Aún recordaba la madrugadora hora en la que había buscado pergamino, pluma y tinta dentro de su habitación. Y se había acusado por un momento de inoportuno y profanador ante los tiempos de Granger, sin embargo rápidamente había mandado al carajo aquel discernimiento aguafiestas. El sudor que había empañando su frente había sido suficiente para saber que necesitaba verla.

Por qué la noche había sido arrebatadora de un sueño inexistente y los recuerdos algo que habían intentado ahogarlo en combinación con este insomnio.
La noche en que Voldermort lo había obligado torturar a una de los cautivos, había sentido el desaliento expedido desde vista nublada y sus aturdidos oídos. Después de haber mirado con lejanía como la chica parecía caer en la inconsciencia, él se había apartado con un insaciable temblor en su quijada y una gota de agua luchando por recorrer su mejilla. No había buscado explicación ante ella, por lo que luego de sentir como las felicitaciones de Voldermort se inmiscuian entre una de sus malévolas sonrisas, había salido del gran salón al tiempo en que  éste buscaba nuevamente entre sus jóvenes seguidores el predilecto para propiciar tortura a otro rehén.

Joder, desde entonces todo se había hundido un poco más. Le había resultado algo utópico el acto de poder caer en un ligero sueño, en un simple cerrar de ojos. Todo parecía incrementar cuando la lúgubre luna aparecía para burlarse de sus sentidos, los gritos fantasmales se colgaban bajo sus finas mantas, mientras que los susurros de voz sombría incitaban que sus puños se cerraran fuertemente. El viento frío se entrometida por un una abertura de la ventana y este solo traía entre sus espirales más escenas vividas.

MercyWhere stories live. Discover now