Capítulo 30: Máscaras.

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Caminaba rodeaba de inofensivos destellos provinientes de magia. Era bonificante sentirla nuevamente cosquilleando las puntas de sus dedos.

Era otro aire, otro calor, algo tan transparente como misterioso. El mundo mágico podía sentirse como su hogar, como un presente refugio de libertad ante sus capacidades mágicas. Y después de aquella nota mental venia a su cabeza una más... El muggle era su cuna, su raíz, aquel que vio el resplandor de su naciente vida.
Exhalo con un merlín entre dientes, al tiempo en que una reprimenda interna y hostil llegaba a ella ante sus problemáticos discernimientos.

Pero la controversia la acompañaría siempre, era demasiado analítica como para quedarse de brazos cruzados ante alguna circunstancia o pregunta calificada como indescifrable. Y aquello era un fundamento más para el rumbo de sus pasos, era algo definitivo que la curiosidad sobre la incierta denominación Horrocrux sería saciada a toda costa. Podia imaginar el bufido de Ron ante su incansable instinto indagatorio y la sonrisa titubeante de Harry ante su testarudez, pero sobretodo podía figurar las griceas orbes de Draco rodando en una exagera exasperación. Ella misma sonrió con calidez, pero su interno deleite fue secamente interrumpido.

– ¡Cuidado!

Una niña de no más de once años evadió su paso al casi estrellarse con ella. Un choque que habría resultado desastroso debido a las  causas, la pila de libros que obstruian la visión de la pequeña y de su parte, la voluble ensoñación que llegaba secuestrar su coherencia.

– Lo siento –. Dijo Hermione apenada mientras veía como la niña seguía su camino.

De acuerdo Hermione, concéntrate. Articulaba en su espesos pensamientos, mientras sus ojos parpadeaban en busca del anhelante ensimismamiento. Y fue ahí que pudo por fin ponerle atención al resplandor en el que se encontraba, el Callejón Diagon en medio de diciembre.

Aquella avenida principal estaba abarrotado de magos y brujas que hacían sus últimas diligencias para tener una aceptable navidad. Las piedras que hacían fricción con sus zapatos estaban completamente mojadas por la derretida nieve, solo en algunas esquinas esta se mantenía aún sólida. Aún así, estaba firme en su prediccion de que ésta pronto volvería a adornar el llamativo Callejón.

La decoración navideña de aquella concurrida avenida mágica era mucho más exuberante que la del pequeño pueblo de Hogsmeade. En las tiendas, los márgenes de las ventanas eran embellecidos con  guirnaldas navideñas, las cuales contenían en su extensión secas piñas de pino, por igual, en las toscas puertas de éstas eran visibles las coronas de acebo con llamativos complementos aludiendo a la celebración. Desde afuera se podían apreciar a través de la transparencia de las ventanas los árboles repletos de colgaturas luminosas, ramilletes de muérdago y unas grandes estrellas en sus cimas, éstos expedian el aroma de pino fresco por las narices de los magos, mientras que las hadas volaban entre sus ramas haciendo de ellos un poco más espléndidos.

Hermione asintió brevemente. En definitiva todo era fenomenal, algo muy contrastante para el angustiante peldaño en que se encontraba la paz del mundo mágico, pero sin negarlo todo era excepcionalmente prodigioso. De no ser por la ausente nieve y la obstrucción de las negras nubes ante de los desesperados rayos del sol, habría dicho que el día era un perfecto prospecto para los fanáticos de las celebraciones decembrinas.

Miro en un acto instintivo el reloj de su muñeca, un solo vistazo sirvió para que su caminar se desplazará rápido esquivando a las personas por el callejón. Tenía poco tiempo, quieria estar cuando sus padres regresaran de su trabajo y si no reafirmaba la velocidad de sus pasos, sin duda tendría lloviendo muchas preguntas por parte de su madre. Hacían falta pasar unos cuantos locales más y estaría frente a la librería Flourish y Blotts.

MercyWhere stories live. Discover now