Capítulo 13: 50% Conciencia, el resto son sueños

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¿Alex?

Miraba atentamente las paredes acolchadas de color blanco de la habitación

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Miraba atentamente las paredes acolchadas de color blanco de la habitación. Las partículas de polvo volaban libremente por la estancia, brillando en ocasiones cuando las veía a contraluz. La puerta de hierro se alzaba delante de mí con una impotente presencia. Ésta tenía una ranura larga y lo suficientemente ancha para que pasara una bandeja, con la comida poco apacible que me hacían llegar. Hacía pocos días que me encontraba en éste lugar. No había tenido contacto con el mundo exterior, sólo con un hombre con barba que decía que me iba ayudar a sobrellevar mi enfermedad. Qué sabrá él, yo solo quiero volver a casa.

Cerré los ojos para intentar recordar. No sabía qué estaba haciendo aquí ¿Qué había hecho? Últimamente perdía la conciencia. A veces cuando volvía en sí, estaba en un lugar desconocido. Vestido de una manera inusual a como lo hacía normalmente. Pero odiaba principalmente cuando despertaba y sospechaba que había hecho algo horrible. Ésta era la sensación que tenía ahora mismo.

Antes me ocurría muy de vez en cuando, pero ahora... sencillamente ya no sé cuándo soy yo o cuando son ellos. No sé cuándo estoy soñando o cuando estoy viviendo. Al principio le culpaba al estrés y al insomnio que tenía. No poder dormir hacía que estuviera absorto en mi mundo, irritable y tremendamente cansado. El estrés me devoraba día a día y justo en esas épocas mi conciencia se apagaba.

Suspiré aún con los ojos cerrados y volví a intentar recordar los días anteriores. Pero sólo lograba recordar a una niña pequeña, con el pelo corto y rubio. Su cara estaba horrorizada y con gran temor. Pero a la vez se le veía valiente al levantar su cabecita y demostrarme su coraje. En sus brazos se encontraba un osito de peluche. Sus ojos de juguete, eran fríos y llenos de ira. Ése oso me hacía sentir incómodo y culpable.

Entonces en mi mente ese oso cobró vida y se lanzó hacia mí para devorarme el cuello.

Abrí los ojos con urgencia saltando de la cama. Me senté en el filo intentando respirar despacio. No sabía si me había quedado dormido o era mi conciencia la que me estaba haciendo una mala pasada. Sólo tenía clara una cosa: Los osos de peluche me odian.

Sentí una risa a mi lado derecho. Giré la cabeza para localizar el motivo de ese sonido. En frente de la puerta, de espaldas a mí se encontraba Álex. No paraba de examinar la puerta. De pronto comenzó a dar puñetazos con el fin de abrirla.

—Dudo mucho que consigas algo, es de hierro—dije mirándole con desgana.

—No te he preguntado tu opinión, imbécil. Al menos estoy haciendo algo para sacarnos de aquí—contestó groseramente. En él era normal.

Cuando se cansó de dar puñetazos, comenzó a dar patadas. Al ver que no conseguía nada, pasó por delante de mí para coger carrerilla y lanzarse contra la puerta. Sólo consiguió que le saliese un buen chichón*. Esa puerta era demasiado robusta.

—Te dije que era inútil, pero tú nunca escuchas.

—Sí, es mejor estar en la cama compadeciéndome de mí mismo y pasando de todo ¡Despierta de una vez, imbécil! ¡Estás en un maldito psiquiátrico! —Chilló con todas sus fuerzas.

Eddie (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora