41. Adiós, granja.

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Honey llama en un mal momento, en verdad. Estoy empacando la última caja para la mudanza, a diferencia de ella, que ha pasado mucho tiempo con Kerrick y ya se ha mudado.

Me detengo y me siento mal cuando la oigo chillar en la línea telefónica, me está balbuceando y apenas entiendo lo que me dice... o lo que me trata de decir.

—Honey, ¿qué pasa? —pregunto.

Ella se aclara la garganta.

—Pepper, hace unos días me hice unos exámenes de sangre —dice, me imagino lo peor—. Estoy embarazada otra vez.

Mi garganta se seca y me detengo en medio pasillo. Baxter me mira con el ceño fruncido y con preocupación se acerca a mí. Después de este tiempo, con ocho meses de embarazo, cualquier cosa puede pasar.

—Espera, ¡no juegues con esto, Honey Bennett! —exclamo.

Me dice que sin duda es de Kerrick, sé que está preocupada y dice estar fallando otra vez. Me siento mal por ella, porque las cosas entre ella y Kerrick no se tendrían que dar así, no con estos tropezones. Dios me los ampare.

—No juego —solloza—. Channing está en la guardería, ¡esto es un desastre, maldición!

»Si tan solo no hubiera bebido tanto esa noche en la cabaña, nada de esto me estuviera pasando. Sé que el bebé no tiene la culpa de nada, ¿pero alguien me puede decir cómo le diré a Kerrick «Oye, ¿sabes qué? La noche de pasión dió frutos, serás padre»

—Honey, estarás bien —le digo, en mi pobre intento de calmarla—. Me estoy mudando, nos vemos cuando todo esté instalado y tú hayas pensando en cómo se lo dirás a Kerrick.

—¿Es que se lo tengo que decir?

—¡Por las barbas de Neptuno, claro que se lo dirás! —exclamo.

Cuando la llamada se cierra, dejo el teléfono a un lado y sigo empacando las cosas.

Las cajas son acomodadas en la camioneta por Baxter, yo me encargo de que Pulgoso entre en el asiento de atrás con Jill, el cerdito rosa. Baxter enjaula a las gallinas y las acomoda en la camioneta.

Sube al vehículo y nos quedamos en silencio contemplando la granja que ahora está completamente cerrada.

—Promete que vendremos seguido.

—Lo prometo —le digo.

Él mete las llaves para encender el motor, me sonríe y toma mi mano.

—¿A casa?

A casa.

Nos toma dos horas llegar a la ciudad y otros quince minutos llegar a la casa nueva que ahora es nuestra. Es muy bonita y sé que Baxter y yo podríamos ponerle un ambiente familiar.

—No hay lugar como el hogar —dice.

Sonrío y nos ponemos manos a la obra. Hago las cosas que un vientre de ocho meses me permite hacer, como colgar las cosas y fotos, además de acomodar a los animales.

La casa tiene electrodomésticos, juego de comedor, muebles de cuero y unas plantas artificiales en macetas. Esto es obra de mi padre.

Explorando la cocina, noto que la gris refrigeradora tiene una notita. La arranco y leo:

«Vida de mi vida, te deseo toda la felicidad que un padre le podría desear a su hija. Te ama, papá»

La guardo en mi agenda, donde tengo apuntado cosas importantes y los preparativos del baby shower, pero el mayor crédito va para mamá, abuela, Anika, nana y por supuesto, mi amiga querida Honey.

—¿Ya me vas a decir qué sucede con Honey? —me pregunta Baxter.

Las cosas está arregladas, los cuartos tiene camas y armarios. Un escritorio y más cosas. Papá se rifó esto.

—Nada en especial —le digo—. En su noche de pasión Kerrick dejó una semilla en el útero de Honey y ahora la planta está germinando.

Su cara es de confusión al principio, pero cuando lo entiendo, abre sus ojos azul-celeste al instante.

—No... —dice alargando las o.

—Sí —respondo.

—¡Ay, Padre Santísimo! —exclama.

Le digo que Honey lloraba, que no sabía cómo reaccionar. Pero ella no haría nada que pudiera perjudicar al bebé, creo conocerla.

La gente llega a darnos la bienvenida con un pastel piña y unos pastelitos que me llaman a gritos. Baxter les agradece a nuestras familias y los deja pasar, bromeándoles que no deben quedarse mucho tiempo.

—Yo puedo quedarme tanto tiempo que te aburrirás de verme, Peperoni.

Lo miro a Kaleb con una sonrisa más falsas que los tiburones de esas películas horribles que salen en Space, cuando sale una maratón de horror en el mar.

—Llevas sesenta segundos aquí y ya no quiero verte —mascullo.

Él ríe y se acerca a Baxter como su confidente. Kerrick llega unos minutos después con más dulces y yo podría enloquecer, así que lo recibo feliz de la vida. Se une a Baxter y Kal, hasta que se acerca a mí.

—¿Sabes por qué Honey ha estado evitándome estos últimos días?

Su pregunta me hace temblar, pero sé que no debo meterme en esto.

—Tu cara te delata —me dice. Pruebo avergonzada uno de sus pasteles y me deleito—. ¿Te gustan?

Asiento, esto está delicioso.

—Te traigo cien pastelitos si tú me dices qué le pasa a Honey.

Tanta azúcar es mala, lo sé.

—Honey está embarazada.

Su cara se queda en blanco cuando las palabras salen sin permiso alguno. Así que aprovecho para agarrar mi celular nuevo y marcar el número de Honey –según yo– sin ver.

—Honey, lo siento, él me obligó a decirle y luego me ofreció unos pasteles que Crystalie no me perdonaría si los rechazara —hablo tan rápido que me sorprendo.

—¿Pepper? —esa no mi Honey Bonnie Bennett—. Soy Holly.

—Hola, Holly —digo—. Adiós, Holly.

Entonces en verdad marco el número de Honey, cuando contesta le cuento lo que ha pasado. Llora y me dice que de todas maneras ella no habría tenido las fuerzas para decirle. Me da las gracias.

Kerrick reacciona y pestañea varias veces.

—Qué Dios me ampare —me dice y sale a paso de dinosaurio por la puerta, seguro va a buscarla.

Ese día acaba con Baxter y yo durmiendo en una nueva casa a la que nos tendremos que acostumbrar. Pero nunca nos olvidaremos de la granja.

¡Ayúdame, Baxter!Where stories live. Discover now