1. Dejando una vida de lujos.

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Sigo sentada en el retrete mientras mi pánico sube y sube como una fea y aterradora montaña rusa.

Primero las dos rayas en la prueba de embarazo y luego los exámenes de sangre. Todo positivo. Eso hace que quiera llorar, pero tengo la suerte de no llorar fácilmente. Eso es bueno.

—¿Qué tanto haces en el baño? —me pregunta Kaleb, mi hermano, afuera del baño—. Llevas toda la semana entrando al baño y te quedas allí por unas tres horas.

—Déjame, Kal —le respondo.

Vuelvo a mirar los análisis y llego a la conclusión de que es hora de decirle a Cole que va a ser padre. Él sabrá que hacer.

Desecho la prueba de embarazo y me guardo los análisis en el brasier, salgo del baño y Kaleb me da una miradita de reproche.

—¿En qué andas, Pepper? —pregunta.

Si supieras, Kal...

—En nada —respondo—. Si papá y mamá me buscan, fui a ver Cole.

—Papá odia a tu novio, el que se cree motociclista de los noventa.

Ruedo los ojos, agarro mi bolso y me giro hacia él.

—Cole es un buen novio, no te burles de él, Kaleb —le digo.

—Oh, cariño —él ríe—. Palabras de papá, no mías.

“Cole es un buen novio.” –Virginia Rowe, antes de ver a su novio en paños menores con su mejor amiga.

—¡Déjame explicarte! —grita saliendo de la casa de Willa.

—¡Estoy embarazada! —grito, él me mira con la boca abierta.

Me trago las lágrimas porque no voy a llorar y mucho menos frente a él. Ese no es mi estilo.

Mis problemas empiezan cuando él me empieza a decir que no puede hacerse cargo del bebé, que se iba fuera del país por orden de su madre.

—Qué conveniente, ¿no? —río.

—Escucha, Pepper —dice—. Yo me iré, no voy a criar un bebé. Ni siquiera tengo edad para eso, el futuro que me trae mi apellido es brillante, no voy a mal gastarlo.

Grito de la frustración.

—¿Quieres decir que yo sí tengo que dañar mi futuro? —le grito.

—¡Cariño, reacciona! —grita mientras chasquea los dedos—. No soy yo el que va a cargar con un vientre, yo no tengo evidencia.

—Tú no vas a apoyarme en esto.

—He dicho que no.

Subo a mi auto y me voy a casa, subo todo el volumen de la canción que suena, es de Arjona. Me desespero porque voy a arruinar la imagen de mi familia. La agencia estaba en mis manos, según papá, iba a ser la modelo de la próxima campaña. Mi familia era reconocida, mi padre es un buen hombre, mi madre hace reuniones sociales y mis hermanos son un ejemplo.

Bien decía la abuela Rowe que yo era la jodida oveja negra de la familia.

Ay, abuela. Al rato vengo a entender.

Llego a casa y bajo a duras penas, mi hermana Anika estaba en la entrada hablando con los de seguridad. Me mira con una ceja arqueada y yo hago un intento de sonrisa.

—Tú, pequeña rara —me llama—. Kal ha estado quejándose todo el día de tus comportamientos raros.

La miro y luego cruzo a zancadas el patio delantero, paso por la fuente y me dan ganas de agarrar todas las monedas que ha lanzado mi soñadora hermana Felicity, de quince años.

—Tú estás pálida —me dice Kaleb cuando entro a la casa.

Lo agarro de la mano y nos encierro en mi habitación, él me mira con el ceño fruncido.

—Tienes que ayudarme —le digo.

—¿En qué? —pregunta—. ¿Qué has hecho ahora, Pepper?

Tomo un respiro.

—Kal, estoy embarazada.

Lo veo pestañear varias veces, sé que intenta asimilar mis palabras.

—¡Mierda! —grita.

—¡Kaleb Rowe! —grita nuestra nana a las afueras de la habitación.

—¡Lo siento, nana!

Él me mira escandalizado y con sus ojos azules muy abiertos.

—Dios mío, ¿qué dirá mamá? ¡Y papá estará escandalizado! —exclama.

—Basta, les diré hoy en el almuerzo porque tengo que quitarme este peso de encima.

Salimos de la habitación para ir al comedor a la hora del almuerzo, papá me miraba sospechoso. Mamá sólo sonreía dulcemente, pero no me dejo engañar. Ella no es nada dulce.

Estoy al lado de Kaleb, frente a mí están Anika y Felicity. Y frente a frente están mis padres.

—Te ves pálida, cariño —me dice papá—. ¿Qué sucede?

Niego con la cabeza, agarro el tenedor y como un poco de carne y ensalada, Kaleb no deja de mirarme así que lanzo el tenedor en el plato causando ruido.

—Estoy embarazada —suelto.

Es la tercera vez en el día que digo esa frase pero es mi realidad. Mi madre grita, Anika y Felicity no dicen nada, mi padre se masajea las sienes y Kal sólo ve el drama. Tengo diecinueve años y una carrera frustrada. Genial, ¿no?

—¿Tu novio motociclista lo sabe? —pregunta papá.

Lo miro con ojos arrepentidos, él me entiende y hace callar a mi madre.

—Se dió a la fuga, ¿verdad?

—Sí, papá.

Mi madre grita nuevamente.

—¿Cómo es posible que quieras tú arruinar a nuestra familia así? ¡Es inaceptable! —me dice—. Tú quieres arruinar la imagen perfecta que tenemos.

—Lo lamento.

Un bebé en camino, un padre a la fuga, una mejor amiga traicionera y por si fuera poco... sin hogar.

Mi madre me echa, realmente lo hace y ahora siento el nudo en la garganta nuevamente. Kaleb intenta detenerla pero hace caso omiso. Mi nana me alista todas mis prendas, mi vida de lujos ha acabado cuando me dicen que me enviarán a la granja rústica de la nana y su hijo a las afueras de la ciudad. Ni siquiera conozco a su hijo y la nana pasa todos los días aquí, lo que significa que pasaré a solas con el desconocido.

Papá entra a mi habitación sin hacer caso a los gritos de mi madre, está loca. Ella ha enloquecido.

—Te enviaré dinero todas las semanas con Bernardette —dice, la nana asiente a sus palabras—. Estarás bien, cariño.

—Te casaste con una loca —digo.

Él ríe como si fuera el mejor chiste.

—Cariño, esa loca me enamoró en la juventud y ahora sólo quiero ver el divorcio en mi cédula de identidad —me responde y río.

Mientras suben mis cosas al auto, yo me despido de mis hermanos. Kaleb se aguanta las ganas de llorar.

Todo pasa tan rápido que casi no lo veo venir. Mi suerte a cambiado, mis lujos y mi hogar, mi relación. Todo.

Lloro un poco en el auto, por fin, hasta que llegamos a la granja de los Lawler.

¡Ayúdame, Baxter!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora