su mamá! !!

513 46 7
                                    


Anahí entró en su apartamento, colgó la gabardina, puso agua a hervir y se quitó los zapatos. Todo listo para pasar otra tarde tranquila en casa, pensó con ironía. Pero no se sentía tranquila. De hecho, estaba muy inquieta, y no logró concentrarse ni viendo la televisión, ni leyendo, ni escuchando música.
Estaba a punto de descolgar para encargar comida en el restaurante chino más cercano cuando el teléfono sonó.
Descolgó el auricular.
-Hola.
—Abre la puerta —dijo Alfonso desde el otro lado de la línea.
Anahí dio un grito, dejó caer el teléfono, abrió la puerta y se arrojó en sus brazos.
— ¡Has vuelto! ¡Estás aquí!
—También me he quedado sordo —Alfonso la besó, hambriento —. Cuánto te he echado de menos —dijo cuando alzó la cabeza.
—No tanto como yo a ti — Anahí se colgó de él sin ningún recato, con los brazos en torno a su cuello y las piernas en torno a su cintura.
Alfonso se inclinó con dificultad para tomar un ramo de rosas rojas que había dejado junto a la pared y entró en el apartamento con Anahí y con las flores.
Tras cerrar con el pie, dejó a Anahí en el sofá y le ofreció las flores.
—Para ti, mia cara.
— Son preciosas —Anahí inhaló su aroma con fruición—. Voy a ponerlas en agua.
Alfonso se las quitó de las manos.
— Creo que podrán sobrevivir un rato sin que les prestes atención... pero yo no —añadió con voz ronca.
Anahí lo rodeó con los brazos por el cuello.
—No dejaba de pensar que tal vez no regresarías... que nunca volvería a verte —fue incapaz de simular una prudente indiferencia—. Pero eso ya ha terminado.
—Tengo algo para ti.
Alfonso sacó del bolsillo la cajita que le había dado
Kit y se la entregó.
Anahí se quedo boquiabierta al ver el anillo con la amatista rodeada de perlas.
— Es... maravilloso. Es mi piedra de nacimiento. ¿Cómo lo has sabido?
—No lo sabía —admitió Alfonso—. Es un anillo de la familia, así que eso te convierte en familia mía — tomó el anillo, lo besó y se lo puso a Anahí en el dedo. Encajó a la perfección.
— ¿Significa esto que estamos oficialmente comprometidos? —preguntó ella con voz temblorosa.
— Aún tengo que conseguir la bendición de tu abuelo, así que más vale que esperemos. Hasta entonces siempre puedes ponértelo en la otra mano, al menos en público.
— Con tal de no tener que guardarlo de nuevo en su caja me lo pondría incluso en la nariz —la sonrisa de Anahí iluminó el mundo.
Pasaron la tarde haciendo pequeñas cosas, satisfechos con estar juntos. Anahí puso las rosas en agua y cocinó algo de pasta mientras Alfonso preparaba una salsa de tomate con especias.
Después se acostaron... y, debido a las obvias circunstancias, Anahí olvidó ponerse el despertador por primera vez en su vida.
Cuando abrió los ojos por la mañana y vio la hora que era, dio un bote en la cama. Iba a llegar tarde al trabajo y, nieta o no, Arnold Puente era muy exigente con la puntualidad.
Alfonso pasó un brazo por su cintura.
—Vuelves a huir —murmuró, adormecido.
—Tengo que ir a trabajar.
—Llama y di que estás enferma.
—No puedo —Anahí le dio un rápido beso y salió de la cama—. Quieres caerle bien al abuelo, ¿no?
— Quiero caerte bien a ti.
— Juro pasarme el día pensando maravillas de ti, pero ahora tengo que darme prisa.
A pesar de todo, no le sorprendió que Alfonso se reuniera con ella en la ducha.
— No deberías estar aquí —dijo, y se quedó sin aliento cuando él empezó a enjabonarle los pechos, los muslos... —. Oh, Dios mío... no... no tengo tiempo para... para esto...
Alfonso la besó en un hombro.
— ¿Lo dices en serio?
Anahí hizo una cruz sobre su corazón.
—Lo juro —su pulso había enloquecido, y las rodillas apenas la sostenían, pero habló con determinación y él rió.
—En ese caso, me portaré bien e iré a prepararte un café.
Anahí estaba en albornoz, secándose el pelo, cuando sonó el timbre de la puerta.
— ¿Voy a abrir? —dijo Alfonso desde la cocina.
— Será mejor que vaya yo. Puede que sea el cartero y tenga que firmar algo. Ya voy, ya voy —añadió cuando el timbre volvió a sonar.
Cuando abrió se quedó boquiabierta.
— Ya era hora —dijo Sonia—. Pero no te quedes ahí parada. Invítame a entrar. Aquí fuera hace mucho frío.
— Mamá —dijo Anahí, aturdida, fijándose en el montón de equipaje apilado en la entrada—. ¿Qué haces aquí?
—Estaba en Nueva York visitando a unos amigos y he decidido prolongar el viaje para venir a visitar a mi única hija —dijo Sonia en tono animado mientras se inclinaba para besar a su hija en ambas mejillas —. Así que, aquí estoy.
De eso no había duda, pensó Anahí mientras asimilaba el pelo rubio, perfectamente peinado, el maquillaje impecable, los ceñidos pantalones que realzaban la figura aún magnífica de su madre y la cazadora de piel en torno a sus hombros.
Sonia pasó al interior y miró a su alrededor.
—Dios santo, qué apartamento tan pequeño. ¿Cuántos dormitorios tienes?
— Solo uno. Sonia alzó las cejas.
—En ese caso, y por doloroso que sea para ambas, tendré que quedarme con tu abuelo. ¿Huelo a café?
Anahí aún no había salido de su aturdimiento.
-Sí.
Sonia se encaminó hacia la cocina y se detuvo en seco al entrar.
— ¿Quién eres tú? —preguntó con aspereza. Alfonso estaba sirviendo café en dos tazas y siguió
haciéndolo.
— Me llamo Alfonso Herrera, signara, y estoy saliendo con su hija.
— Y ella está saliendo contigo, claro —el tono de Sonia fue incisivo cuando añadió—: Con el noventa por ciento de ti, al menos, o incluso con el cien por cien... si esa toalla llegara a caerse.
—Me aseguraré de que no sea así... al menos en su presencia —imperturbable, Alfonso le alcanzó una taza.
— Gracias —Sonia dio un sorbo y asintió—. Preparas un buen café. Supongo que solo es uno de tus muchos talentos — añadió en tono mordaz.
—El menor de ellos —confirmó Alfonso—. Otro es saber cuando estoy en medio. Estoy seguro de que tendréis mucho de qué hablar, así que será mejor que me esfume.
Anahí lo siguió al dormitorio.
— ¿Te veré esta noche? —preguntó con tristeza.
Alfonso dudó.
—Puede que tengas otros compromisos. Te llamaré —dejó caer la toalla al suelo y empezó a vestirse—. Deduzco que la visita de tu madre ha sido inesperada, ¿no?
— Totalmente —dijo Anahí con amargura—. Siempre ha sido muy impulsiva.
Alfonso la miró con expresión divertida. —Puede que eso sea algo que tengáis en común. Anahí no podía ocultar su preocupación.
— Comprenderás que ahora va a ser muy difícil mantener nuestro secreto, ¿no? Sonia no tiene nada de discreta.
—Sí —dijo Alfonso, serio—. Supongo que tendré que asumirlo —rodeó a Anahí con los brazos y la besó en los labios—. No dejes que te avasalle —susurró—. Nos vemos luego.
Mientras tomaba el anillo de la mesilla y se lo ponía, Anahí oyó que Alfonso se despedía de Sonia cortésmente.
Irguió los hombros y se reunió con su madre en el cuarto de estar.
— Vaya, vaya —sentada en el sofá, con las piernas cruzadas, Sonia dedicó a su hija una penetrante mirada—. Y yo que pensaba que ibas a conformarte con ser una vieja solterona.
Anahí se encogió de hombros.
—He descubierto que no tenía por qué conformarme con nada —replicó.
—Hmm —Sonia la observó con el ceño fruncido—. ¿Se llama Alfonso? ¿Qué clase de nombre es ese?
Anahí alzó la barbilla.
—El suyo.
— Comprendo —Sonia parecía divertida—. Pero no hace falta que te muestres tan protectora, cariño. Estoy segura de que Alfonso Herrera sabe cuidar de sí mismo y lleva haciéndolo varios años. Herera... —repitió —. Ese nombre me suena. Alguien que conocí en Miami...
Anahí negó con la cabeza.
—Alfonso vive en Italia. Tiene un viñedo.
— Qué romántico —dijo Sonia—. Y no fue a él a quien conocí. Creo que habría recordado a un joven tan... espectacular —bebió un poco de café —. ¿Dónde lo conociste?
— En un baile de caridad. Descubrimos que éramos casi vecinos y todo surgió a partir de ahí.
— Qué coincidencia. ¿Y qué piensa Arnold de él? Anahí dudó.
—Aún no se han conocido.
— ¿Y eso ha sido decisión tuya... o de tu novio? —Mía —contestó Anahí en tono cortante—. ¿No te parece un poco tarde para empezar a mostrarte protectora conmigo?
Sonia miró a su hija con gesto pensativo y es encogió de hombros.
— Puede que tengas razón —miró las manos de Anahí—. Qué anillo tan bonito... ¿De dónde lo has sacado?
—Es un regalo de Alfonso.
—Una prenda de amor —dijo Sonia alegremente—. Qué detalle tan dulce... ¿Te importaría pedirme un taxi, cariño? Voy a ver a Arnold antes de que estas diminutas habitaciones empiecen a darme claustrofobia.
—Dame cinco minutos para vestirme y te acompaño.
Sonia se estremeció.
—Me gustaría que no hablaras de vestirte en cinco minutos —dijo, irritada —. Sugiero que empieces a prestar más atención a tu aspecto, sobre todo si quieres conservar una obra de arte como Alfonso Herrera. Yo nunca permití que tu padre me viera por las mañanas sin haberme peinado y maquillado.
— Me temo que yo no voy a tener tiempo para esos detalles —dijo Anahí en tono desenfadado—. No en un viñedo en la Toscana.
—Aún no estás allí —replicó Sonia—. Pero no hace falta que me acompañes a ver a Arnold. Va a ser todo un encuentro después de tanto tiempo, y tendremos mucho de qué hablar. Así que, ¿por qué no te lo tomas con calma?
— Supongo que uno de los tópicos preferidos de conversación seré yo, ¿no?
Sonia suspiró.
—Puede que no lo haya hecho muy bien, pero sigo siendo tu madre y, lo creas o no, me preocupo por ti. Lo mismo que tu abuelo. Por supuesto que vas a ser el tópico principal de nuestra conversación. Así que, ¿por qué no dejas que hablemos y te reúnes con nosotros a las doce y media para almorzar? —miró su reloj y dio un respingo —. Dios santo, estos cambios de horario son terribles.
Cuando por fin se fue en una bruma de perfume, Anahí se sentó en el sofá y cruzó las piernas en una postura inconscientemente defensiva. La llegada de Sonia era una complicación imprevista y, dadas las circunstancias, habría preferido pasarse sin ella.
Siempre había sabido que no sería fácil convencer a su abuelo de que por fin había conocido al hombre con el que quería pasar el resto de su vida... sobre todo si acababa de conocerlo. Aunque él debería entenderlo mejor que nadie, pensó con un suspiro.
A pesar de todo, estaba convencida de que acabaría por convencerlo. Pero si se aliaba con su madre...
Movió la cabeza, preocupada. Los dos juntos formaban una combinación terrible.

Una deliciosa venganzaWhere stories live. Discover now