Pensando ...

552 44 2
                                    

Su boca se tensó. De manera que le gustaba jugar. Pero ella no tenía ninguna intención de unirse a sus juegos... ni de volver a morder su cebo.
Sin embargo, no pudo evitar preguntarse cómo habría averiguado su nombre y qué más sabría de ella.
Y no le quedó más remedio que reconocer que el escalofrío que la recorrió fue una mezcla de miedo... y excitación.
— ¿La has conocido? ¿Has hablado con ella? —la desagradable risa de Matt Sansom resonó a través de la línea de teléfono—. Veo que no pierdes el tiempo, muchacho.
—No tengo tiempo que perder —le recordó Alfonso—. Debo volver a mi vida y a mi trabajo —tras una pausa añadió—: Pero te aseguro que la tarea no va a ser fácil.
—Ese es tu problema —espetó su abuelo —. El fracaso no es una posibilidad. ¿Qué mujer puede resistir que la tomen en brazos?
A pesar de sí mismo, Alfonso sintió que su boca se curvaba en una reacia sonrisa al recordar los ojos color mar de Anahí brillando desafiantes mientras lo miraba desde el suelo. También recordó lo ligera que le pareció al tomarla en brazos. Sintió una punzada de deseo al recordar su pálida piel, tan clara y traslúcida que casi creyó ver el latido de su pulso en su garganta mientras la sostenía.
— Esta podría ser una excepción —dijo —. Pero siempre me han gustado los retos.
— ¿Cuándo volverás a verla? Alfonso sonrió.
— Le daré un par de días. Necesito encontrar un apartamento.
— He pedido a la agencia Capital que prepare una lista de propiedades adecuadas —dijo Matt —. Están esperando tu llamada. Y no te pongas en plan ahorrador. Necesitas unos antecedentes que hablen de dinero — añadió, y a continuación colgó.
Alfonso desconectó su móvil y lo arrojó sobre la cama a la vez que fruncía el ceño.
Ya estaba comprometido y no había vuelta atrás, pensó con desagrado. Pero lo único que importaba era Montedoro. No podía permitirse que le importara nada más.
Y debía superar de algún modo el desagrado que le producían los medios que se estaba viendo obligado a emplear para salvar su viñedo.
Aunque, para su sorpresa, no todos los aspectos del trato estaban resultando tan desagradables como esperaba.
En su vida normal, Anahí Puente habría sido la última chica a la que habría perseguido, pero no podía negar que le intrigaba. O tal vez no estaba acostumbrado a que lo rechazaran con tan abierta hostilidad, pensó, con una mueca de autodesprecio.
En cualquier caso, había disfrutado con su preliminar cruce de espadas.
El círculo invisible aún rodeaba a Anahí, pero en su interior no era tan remilgada y convencional como había pensado. No llevaba sujetador bajo la gastada camiseta blanca que llevaba puesta, y en determinado momento se había encontrado fantaseando sobre la posibilidad de quitarle la fea prenda para comprobar con sus propias manos si eran tan redondos, suaves y cálidos como parecían.
Pero eso no formaba parte de la ecuación, se recordó. Porque pensaba mantener al mínimo el contacto físico entre ellos. Ya tendría bastante que reprocharse como para añadir una seducción total.
De manera que planeaba un cortejo a la antigua, con flores, citas románticas, velas... y algunos besos.
No sería tan efectivo como llevársela a la cama, pensó con cinismo, pero sería mucho más seguro.
Porque el sexo era el gran impostor. Y el buen sexo podía hacer de uno un esclavo, volverlo ciego, sordo, y en último extremo estúpido.
Como le había sucedido a él con Graziella.
Suspiró con aspereza. ¿Cómo era posible que no hubiera visto a tiempo la bruja que se escondía tras su precioso rostro y su magnífico cuerpo? Pero él sabía muy bien que un hombre en celo piensa con su entrepierna, no con su cerebro.
Al menos ya no seguía engañándose pensando que estaba enamorado de ella.
En la cama era asombrosa, imaginativa, insaciable, y él había satisfecho con sumo placer todas las exigencias que le hacía con sus dientes, sus uñas, su ronroneo, sus salvajes gritos.
Pero cuando le pidió que se casara con él y puso su futuro y Montedoro a sus pies... ella se echó a reír.
— ¿Estás loco, caro? No tienes dinero, y hace años que el viñedo Herrera está acabado. Además, voy a casarme con Paolo Cresti. Pensaba que todo el mundo lo sabía.
— ¿Con un hombre que te dobla la edad? No puedes hacerlo.
—No digas tonterías. Paolo es un banquero con éxito y tiene mucho dinero. Mi matrimonio con él no supondría ninguna diferencia para nosotros. De hecho, te necesitaré aún más para no morir de aburrimiento.
Alfonso la miró un largo momento.
—No soy un juguete que puedas utilizar a tu antojo — dijo con suavidad, y a continuación se levantó.
A pesar de que vio cómo se encaminaba hacia la puerta con paso decidido, Graziella no pudo creer que estuviera dispuesto a dejarla. No comprendía la repulsión que le producía a Alfonso el papel que le había asignado en su vida.
— ¡No puedes dejarme! —exclamó, histérica—. Te deseo. No dejaré que te vayas.
Hasta su matrimonio, y durante varias semanas después, no dejó de bombardearlo con llamadas y notas en las que le exigía que volviera.
Después llegaron las amenazas. La promesa final de que le haría arrepentirse.
Algo que había conseguido más allá de lo que ella misma hubiera imaginado, reconoció Alfonso con amargura.
Al principio, empujado por el desengaño y la rabia, se entregó a la vida disoluta con una especie de fiera determinación.
Pero poco a poco, el trabajo entre los viñedos le fue aportando paz y un sentimiento de total implicación con aquella tierra y su entorno.
Y eso era algo que no estaba dispuesto a perder a causa de las maquinaciones de una esposa mentirosa y un marido celoso.
Desde que había roto con Graziella había decidido que cualquier encuentro sexual del que fuera a disfrutar debía ser civilizado y estrictamente pasajero, sin que después pudiera haber recriminaciones por ninguna de las dos partes.
Pero Anahí Puente no encajaba en absoluto en aquella categoría, de manera que era mejor no especular sobre su piel, sus pechos, o el rubor que con tanta facilidad cubría sus mejillas. De hecho, debía apartar de inmediato aquellos pensamientos de su mente.
A pesar de que no le apetecía hacerlo, reconoció con inquietud.
Por un momento creyó percibir su aroma y su cuerpo reaccionó al instante.
« ¿Doncella de hielo?», pensó. «No, no creo».
Y rió con suavidad.
— Hoy estás muy callada — Arnold Puente miró a Anahí con los ojos entrecerrados —. De hecho, llevas callada todo el fin de semana. No estaremos enamorados, ¿no?
Anahí sonrió.
— No sé tú, abuelo, pero yo no, desde luego. Arnold suspiró.
— Temía que fuera demasiado bueno para ser cierto. Me gustaría que te dieras prisa, cariño. Tienes que ayudarme a satisfacer las dos únicas ambiciones que me quedan.
Anahí alzó las cejas. — ¿Y cuáles son esas ambiciones hoy? —En primer lugar quiero entregarte en el altar a un hombre que cuide de ti cuando yo no esté aquí.
— ¿Estás planeando otro crucero? —preguntó Anahí con interés.
Arnold frunció el ceño.
— Sabes muy bien a que me refiero. Anahí suspiró.

Una deliciosa venganzaWhere stories live. Discover now