👰👰👰👰👰

502 50 9
                                    


— ¿Por qué has huido?
— Tal vez porque odio decir adiós.
—En ese caso, no lo digas. Invítame a pasar a tu apartamento y escucha lo que tengo que decirte.
—No hace falta que digas nada —Anahí alzó la barbilla con valentía, rogando por dentro que Alfonso no se disculpara, que no le dijera que lo sentía. Eso no habría podido soportarlo —. Ha sucedido y ha sido maravilloso, pero ya ha terminado. Ahora, cada uno debe seguir adelante con su vida.
—No es tan sencillo, Anahí.
— Si sigue preocupándote que me haya quedado embarazada, ese es mi problema y yo me enfrentaré a él —Anahí trató de sonreír —. Ni te llevaré a juicio para que reconozcas tu paternidad ni te pediré nada.
—No estaba pensando en eso. Durante el solitario camino de vuelta, la perspectiva de convertirme en padre ni siquiera se me ha pasado por la cabeza. No es que tenga nada en contra de ello por principio —añadió Alfonso—, pero creo que sería mejor que pasáramos una temporada juntos antes de pensar en iniciar una familia.
Anahí lo miró con los ojos abiertos de par en par. — Creo que uno de los dos debe haberse vuelto loco. ¿De qué estás hablando?. Alfonso suspiró.
—No planeaba hacer esto en plena calle —dijo—, pero te estoy pidiendo que te cases conmigo. ¿Querrás ser mi esposa, Anahí?

Aún no puedo creer que esté sucediendo esto — dijo Anahí —. Acabamos de conocernos... Alfonso la estrechó entre sus brazos.
— Si ahora somos desconocidos —murmuró—, me temo que cuando seamos amigos cercanos no podré sobrevivir.
Habían entrado en el apartamento riendo, felices, y las risas habían dado paso en pocos segundos a una pasión desbordante que los había llevado enseguida a la cama.
En aquellos momentos yacían saciados, uno en brazos del otro.
—De todos modos —añadió Alfonso con suavidad—, creo que, de algún modo, siempre nos hemos conocido. Lo único que nos faltaba era encontrarnos.
Anahí suspiró.
—En ese caso, me alegro de haber ido al baile de caridad. Lo cierto es que no quería ir.
—Ni yo.
— Y luego no dejamos de encontrarnos —Anahí rió—. Debería haber comprendido que era el destino.
Alfonso permaneció un momento en silencio. Luego dijo:
— Quiero pedirte que hagas algo por mí. Algo un poco extraño que no puedo explicarte ahora mismo.
— Suena muy misterioso —Anahí lo besó en el cuello—. ¿De qué se trata?
Alfonso dudó un momento antes de contestar.
— No quiero que le hables a nadie de lo nuestro... al menos de momento.
Anahí lo miró, confundida.
— ¿Ni siquiera al abuelo? Pero se alegraría tanto... Lo que más desea en el mundo es que conozca a alguien y me enamore. Y quiero que los dos hombres de mi vida se lleven bien. Es importante para mí.
— También lo es para mí. Pero tengo mis motivos para pedírtelo, aunque ahora no pueda explicártelos — Alfonso hizo una mueca —. Y puede que tu abuelo no esté tan encantado como crees. No soy ningún pez gordo para su única nieta.
—El abuelo es bastante anticuado. Creo que le gustaría que le pidieras formalmente mi mano.
— Pienso hacerlo. Pero tendremos que esperar un poco. ¿Harás eso por mí?
— Sí. Sabes que lo haré —Anahí rió, alborozada—. Amor a primera vista, y ahora un compromiso de boda secreto. Esto tiene que ser un sueño y voy a despertar en cualquier momento...
— No digas eso, Anahí —Alfonso habló con repentina aspereza—. Ni siquiera lo pienses.
Ella se sorprendió. — ¿Te encuentras bien, Alfonso? —Sí —Alfonso la besó con ternura—. Creo que me encuentro bien por primera vez en mi vida.
— ¿Y no puedes compartir ese secreto conmigo?
— Pronto. Lo prometo. Pero antes tengo que resolver algunas cosas.
— Tal vez yo podría ayudarte.
—Me temo que no, mia cara. Esta vez no. Anahí apenas pudo ocultar su preocupación tras una sonrisa.
— Comprendo —dijo, pero no estaba segura de que fuera así.
Solo hacía unas horas estaba de pie en la acera, entre los brazos de Alfonso, ajena a todo excepto a la alegría que sentía abrirse en su interior como una flor, a la certeza de que allí era donde debía estar.
Quería gritar su alegría desde los tejados... pero no podía. De hecho, no se lo podía decir a nadie. Y no sabía por qué.
Sabía que Shelley le diría de inmediato que aquello era demasiado misterioso y que debía exigir una completa explicación a Alfonso antes de comprometerse. Que aquello sería lo razonable.
«Pero lo amo», pensó. Y, de algún modo, lo razonable había dejado de tener importancia.
Quería preguntarle tantas cosas, saber tanto de Alfonso, que suponía que debía ser paciente y confiar en él.
Unas horas después salieron a cenar a un restaurante cercano y luego vieron una película antigua en la televisión.
Anahí había dado por sentado que Alfonso pasaría la noche con ella, pero se llevó una decepción cuando él le dijo que iba a volver a su piso.
— Voy a estar un par de días fuera por asuntos de negocios —explicó —. Debo recoger algunas cosas y me marcho muy temprano.
— ¿Es imprescindible que te vayas? —Anahí no pudo ocultar la desolación que sentía.
El la abrazó.
— Cuanto antes me vaya, antes estaré de vuelta. Anahí asintió.
— Supongo que sí —tras una pausa, preguntó —: ¿Cómo es tu piso? —con la esperanza de que Alfonso la invitara a acompañarlo.
Pero él se encogió de hombros y dijo:
— Aburrido... impersonal. Casi como la habitación de un hotel. No te gustaría nada.
— No tengo nada contra las habitaciones de hotel — Anahí le lanzó una mirada traviesa—. Al contrario. Pero si te gusta tan poco, no tienes por qué quedarte allí. Siempre puedes venir aquí.

Una deliciosa venganzaWhere stories live. Discover now