Cap. 4

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Alfonso miró la foto con gesto inexpresivo. Vio un hombre alto y delgado con el pelo gris, flanqueado por dos políticos prominentes.
-¿Y qué?
— Yo te diré precisamente qué —Matt golpeó la cama con su puño —. Hace poco ha vuelto a atacarme. Estaba a punto de cerrar el trato para la compra de unos terrenos cuando hizo un trato secreto y me los arrebató. La broma me ha costado miles de libras, pues había hecho toda clase de investigaciones y prospecciones para decidirme a comprarlo, y no es la primera vez que ese viejo truhán me hace algo así. Pero juro que esta será la última, porque pienso ir a por él, y esta vez sí es personal.
Alfonso se alarmó ante la pasión que vibraba en la voz del anciano.
— Alguien dijo una vez que la mejor venganza es vivir bien. ¿Has pensado en eso?
—Tengo intención de vivir bien —los ojos de Matt brillaron—. Después de asestar a Arnold Puente un golpe del que nunca se recuperará —hizo una pausa—. Tiene dos puntos débiles, y uno de ellos está en esa foto. ¿Ves la niña que está en un extremo?
Alfonso volvió a mirar el recorte.
-Sí.
—Esa es su única nieta. No es especialmente guapa, pero él la adora, y es a través de ella como pienso hacerle caer. Con tu ayuda.
Alfonso dejó el recorte en la cama y se levantó de la silla.
— No sé en qué estás pensando, pero seguro que no me interesa.
— Eso suponiendo que tuvieras opción —Matt se apoyó contra las almohadas —. Ahora, quédate donde estás y escucha. Vas a conocer a esa chica y vas a convencerla de que se case contigo. No me importa cómo.
Alfonso miró un momento a su abuelo y dijo con frialdad.
— No sé si esa es una proposición seria o solo una broma. Si es lo primero, la respuesta es no, y si es lo segundo, no me hace ninguna gracia.
— Claro que es una proposición seria —dijo Matt—. Y, si sabes lo que te conviene, lo harás. Ahora, siéntate.
La amenaza fue inequívoca y Alfonso sintió que todos sus nervios se ponían en tensión. Debía razonar con su abuelo. Volvió a sentarse y lo miró a los ojos.
—Hago vino. No tomo parte en disputas de otros. Y no estoy interesado en implicarme en una relación amorosa con una desconocida. Hay suficientes sementales en el mercado para ocuparse de llevar adelante tus planes. Puede que incluso disfruten con ello. Yo sería incapaz.
— Harás vino mientras tengas tus viñedos —dijo Matt Sansom con suavidad—. Si te retirara el crédito tendrías que vender. Y te aseguro que haré exactamente lo que tenga que hacer.
—Pero no podrías. He cumplido con todos mis pagos... —Alfonso lo miró, horrorizado.
—Resulta que tengo un problema de liquidez; acabo de perder un trato importante y debo recuperarme de las pérdidas —Matt se permitió una breve sonrisa de satisfacción—. Y piensa en las consecuencias. Tus empleados se quedarían sin trabajo, tu casa acabaría en ruinas y tú tendrías que empezar a buscarte de nuevo la vida en los casinos. ¿Es eso lo que quieres?
—No —dijo Alfonso entre dientes.
—En ese caso, sé razonable. No tendrás problema con la chica Puente. No hay ningún hombre en su vida. Caerá en tus brazos como una manzana madura de un árbol —Matt rió —. Hace un tiempo estuvo comprometida, pero despidió a su desafortunado prometido dos semanas antes de la boda. Supongo que lo destrozó.
—Veo que has hecho tus deberes —dijo Alfonso en tono helado.
—El conocimiento es poder. Y Arnold Puente no sabe que tengo un nieto. Ese es su segundo punto débil.
Alfonso movió la cabeza, incrédulo.
— ¿De verdad esperas que me case con esa chica?
— Se llama Anahí —dijo Matt, y algo destelló en su mirada—, pero es conocida como la Doncella de Hielo, porque hiela a los hombres. Y no te casarás con ella — añadió con una desagradable risa—. Porque cuando Arnold Puente descubra que eres mi nieto removerá cielo y tierra para impedirlo. Por eso no serviría de nada contratar a otro hombre. Tienes que ser tú. Porque Arnold Puente querrá que desaparezcas antes de que la verdad salga a la luz y haga que tanto él como su nieta queden en completo ridículo. Y estará dispuesto a pagar bien para conseguirlo. Pero sabrá que yo lo sé — añadió con evidente deleite —, que se la he jugado, y tendrá que vivir durante el resto de su vida con esa humillación. Eso acabará con él —asintió —. Tú podrás poner tu precio y, te ofrezca lo que te ofrezca, yo lo igualaré. Y podrás considerar cancelado el préstamo que te hice.
— Podría pagártelo de todas formas —dijo Alfonso de inmediato —. He venido en busca de financiación. Puedo pagarte con el nuevo préstamo. No necesito tus sucios trucos.
— Ah —dijo Matt con suavidad —. Puede que descubras que el dinero no está tan disponible para ti como creías, que no se te considera una inversión rentable. De hecho, apostaría cualquier cosa a que te has quedado sin suerte... y sin crédito.
Alfonso se acercó a la ventana. Estaba atardeciendo y una suave brisa agitaba los arbustos del jardín.
Pensó en la dorada luz del otoño cayendo sobre Montedoro, el rico brillo de la tierra, los intensos aromas de la cantina... y sintió que su alma se encogía.
El viñedo se había convertido en su vida. Sus trabajadores eran su gente. No estaba dispuesto a dejarlos en la estacada.
— De manera que has envenenado los pozos para mí —dijo sin volverse—. ¿Hiciste lo mismo en Italia?
— No me hizo falta. Un hombre llamado Paolo Cresti lo hizo por mí. Cree que tienes una aventura con su esposa.
Alfonso se volvió.
—Eso es mentira. No he vuelto a verla desde que se casó.
Matt sonrió.
— No es eso lo que ha dejado creer a su marido. Deberías haber recordado el viejo dicho: «No hay peor furia que la de una mujer despechada».
Alfonso miró a su abuelo con amargura.
—Debería haber recordado mucho más que eso — volvió a la cama para tomar el recorte—. ¿Se te ha ocurrido pensar que es posible que la chica no me encuentre atractivo?
—Según tengo entendido la mayoría de las mujeres te encuentran atractivo. ¿Por qué iba a ser ella una excepción?
—Puede que ella no me guste a mí.
—Pero sí te gustará el dinero que obtendrás de su abuelo. Limítate a pensar en ello y si es necesario cierra los ojos.
La boca de Alfonso se curvó en una mueca asqueada. Miró la foto.
—Esto no me dice nada. Tendría que conocerla personalmente antes de decidirme.
—Eso no puedo discutirlo —Matt sacó una tarjeta de la carpeta y se la entregó —. Es una entrada a tu nombre para el baile de caridad que va a celebrarse mañana en el hotel Park Lane. Ella estará allí. Él no. Podrás observarla a tu gusto.
Se oyó una suave llamada a la puerta y Kit Sansom entro con una bandeja con café.
-No vamos a necesitarlo —dijo su padre—. Alfonso se va ya. Tiene que pensar seriamente en algunas cosas —su sonrisa fue casi maliciosa—. ¿Verdad, muchacho?
Pero Alfonso no había pasado todo el tiempo pensando. Intentó ponerse en contacto con alguno de los bancos de su lista, pero sin ningún éxito. Comprendió con amargura que nadie quería saber nada de él. Matt Sansom había hecho muy bien su trabajo.
Y, por el bien de Montedoro, el se veía comprometido a llevar adelante la siguiente fase de aquella guerra de desgaste entre dos ancianos megalomaníacos.
Gruñó y terminó el whisky de un trago. Si alguna vez había necesitado emborracharse era aquella noche.
Mientras volvía al interior para rellenarse el vaso, alguien llamó a su puerta. Al abrir se encontró ante un botones.
—Un mensajero ha traído este paquete para usted —dijo, y se fue tras aceptar la propina de Alfonso.
Cuando abrió el paquete, Alfonso se encontró con un dossier completo sobre Anahí Puente; dónde vivía, cómo pasaba su tiempo libre, cuáles eran sus restaurantes favoritos... Incluso estaba anotado el perfume que usaba.
Ningún detalle era demasiado trivial como para ser excluido, pensó con ironía.
Pero era un informe espeluznantemente detallado. Matt debía llevar mucho tiempo planeando aquello. El frustrado intento de compra de los terrenos que había mencionado solo debía ser una excusa.
Tras servirse otro whisky se tumbó en la cama y empezó a leer.
—Me hiciste quedar como un completo idiota — dijo Philip—. Mira que irte de ese modo...
—No esperaba que te dieras cuenta de que me hubiera ido —dijo Anahí en tono desapasionado.
—Oh, vamos, Anahí. Ya te lo he explicado; me encontré con unos amigos y me despisté —Philip hizo una pausa—. Pero prometo compensarte —el tono de su voz se volvió casi íntimo —. ¿Por qué no salimos a cenar? Prometo prestarte toda mi atención.
Anahí miró su teléfono inalámbrico con expresión incrédula.
—No me parece buena idea, gracias —dijo en tono amable —. Apenas tenemos nada en común —«excepto que tu padre es uno de los principales subcontratistas del abuelo y te has dado cuenta de que has metido la pata».
—Escucha, Anahí —el tono de Philip volvió a ser autoritario —. Ya me he disculpado. No sé qué más quieres que te diga.
— Podías decirme «adiós».
— Muy divertido. ¿Sabes algo, Anahí? Creo que ya va siendo hora de que bajes de tu pedestal a tierra, o vas a acabar como una triste soltera. No sé qué pretendes de un hombre, y sospecho que tú tampoco.
—Es muy sencillo, Philip —dijo Anahí—. Quiero atenciones, delicadeza y amabilidad, y tú no das la talla.
A continuación colgó sin molestarse en escuchar la réplica.
Debería haber dejado que saltara el contestador.
Con un suspiro, fue a su diminuta cocina, se sirvió un zumo de naranja, encendió la cafetera y metió unas rebanadas de pan en el tostador.
El siguiente sería el abuelo, pensó, que estaría deseando saber cómo había ido el baile, y ella inventaría alguna mentirilla para que se quedara contento.
Pero la siguiente llamada no fue de su abuelo, sino de Shelley.
—Anahí... ¿estás ahí? Responde al teléfono. Tengo noticias.
Anahí dudó y frunció el ceño.
Su «hola» fue cauteloso, pero Shelley no lo notó.
— He encontrado a tu misterioso desconocido — dijo en tono alegre—. Compró una de las últimas entradas. Se llama Alfonso Herrera. Ahora la pelota está en tu campo.
—No veo por qué.
Shelley hizo un ruidito de impaciencia.
— Vamos, nena. No encontrarás muchos hombres con ese nombre por ahí. Yo empezaría buscando en el listín telefónico.
—Tal vez... si quisiera encontrarlo —dijo Anahí, y sus labios se curvaron en una sonrisa a pesar de sí misma.
— Creía que te había causado una gran impresión.
— Eso no tiene por qué significar que quiera repetir, Shelley. Gracias por intentarlo, pero he tomado una decisión importante. Si vuelvo a tener una relación con un hombre, quiero alguien amable y cariñoso; no solo sexo y piernas.

Una deliciosa venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora