En su antigua casa!

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—En eso estás equivocada. Yo sabía que volvería a verte, Anahí mia. Y tú también. Sino hoy, en algún otro momento. Y sé esperar.
«Sí», pensó Anahí. Seguro que sabía hacerlo. ¿Sería ese el motivo por el que se había mantenido alejado toda la semana? ¿Para hacerle esperar, para hacerle preguntarse por él?
— Creo que ya no sé nada de nada —dijo con amargura.
— ¿Lamentas haber venido? Tal vez preferirías seguir en la Galería Nacional, fantaseando sobre una imagen en un lienzo —el tono de Alfonso era irónico—. ¿Prefieres el óleo a la carne y hueso?
Anahí se ruborizó.
—Es muy desagradable que digas eso, además de que no es cierto.
—Me alegra oír eso.
Anahí se mordió el labio y miró hacia el cielo.
— Parece que ha dejado de llover —dijo con aspereza—. Supongo que eso también lo has organizado tú.
—Por supuesto. Quiero que este sea un día perfecto para ti.
Anahí se sumió en un meditabundo silencio que apenas duró unos minutos, pues enseguida empezó a reconocer algunos lugares por los que pasaban.
A pesar de sí misma comenzó a emocionarse.
— Pronto llegaremos a Sudbury —dijo Alfonso —. ¿Quieres que paremos a echar un vistazo?
—Gainsborough nació allí y su casa es actualmente una galería. Pero puede que ya hayamos visto suficiente pintura por un día.
— ¿Dónde sugieres que vayamos? —Lavenham está cerca, y es un lugar precioso. La mayoría de las casas son antiguas de madera. — ¿Es ahí donde vivías?
—No, nuestra casa estaba más cerca de la costa, en un pueblo llamado Blundham.
—Me encantaría verlo. ¿Te importaría? —No. ¿Por qué iba a importarme? Pero no entiendo muy bien por qué quieres ir.
—Para conseguir otra pieza del rompecabezas. Para conocerte mejor, mia bella.
— ¿Y no es eso una pérdida de tiempo? A fin de cuentas, muy pronto te habrás ido.
—De momento, mis planes están muy abiertos a la improvisación —tras una pausa, añadió—: ¿Hay algún lugar en Levenham en el que podamos comer?
—Varios —dijo Anahí con voz ronca, y miró por la ventanilla mientras se preguntaba qué podía haber querido decir con aquello.
Comieron en el Swan Hotel y se pusieron de nuevo en marcha tras tomar un café.
Llegaron a Blundham al cabo de media hora. En apariencia, el pueblo y sus casitas rosadas no habían cambiado mucho desde la última vez que Anahí había estado allí. Reconoció la mayoría de los nombres que había sobre las tiendas, y el pub, que había sido restaurado. Todo tenía el mismo ambiente plácido y próspero que recordaba.
— ¿Por qué hay tantas casas rosas? —preguntó Alfonso.
— Es solo algo tradicional. Verás casas rosas por todo Suffolk. Mi abuelo me dijo que al principio mezclaban yeso con sangre de cerdo para obtener ese color, pero no sé si es cierto o si solo me estaba tomando el pelo —Anahí se inclinó hacia adelante con entusiasmo—. Si giras a la izquierda en esa calle llegaremos hasta la casa.
— ¿A quién pertenece ahora?
—A un pareja de Londres. Ni a mi abuelo ni a mí nos cayeron muy bien. El abuelo dijo que la iban a encontrar demasiado grande y aislada. De hecho, se lo dijo a ellos en persona, y el agente inmobiliario se puso hecho una furia. Pero pagaron el precio que se pedía por la casa, y se la quedaron.
—Pero parece que no la conservaron —dijo Alfonso, despacio.
Detuvo el coche junto a un cartel sujeto al muro delantero en el que podía leerse en letras grandes, VENDIDA, y en letras más pequeñas, Adquirida por el grupo de hoteles Countryside.
— ¡Oh, no! Un hotel. No puedo creerlo —la decepción de Anahí se evidenció en su expresión mientras salía del coche. Empujó una de las verjas, que se abrió con un chirrido a causa del desuso—. Los de los hoteles Countryside ya vinieron a husmear cuando la casa se puso en venta, pero mi abuelo no quiso saber nada de ellos. Quería que siguiera siendo un hogar privado. Por eso se lo vendió a los Jessons —Anahí movió la cabeza—. No puedo decírselo. Se disgustaría demasiado.
—Puede que no —dijo Alfonso mientras la seguía por el sendero de entrada—. Después de todo, él mismo lo dijo. Es demasiado grande y está demasiado aislada —apoyó una mano en el hombro de Anahí para que se detuviera—. ¿Estás segura de querer seguir adelante con esto? ¿Si quieres podemos volver al coche y visitar la costa?
— Ya que hemos hecho el trayecto hasta aquí, prefiero aprovechar para despedirme. Además la cosa podría haber sido peor. La casa podría haber sido comprada y destruida por Industrias Sansom.
Anahí esperaba que Alfonso hiciera una pregunta o algún comentario al respecto, pero permaneció en silencio, de manera que siguió caminando hacia la casa.
Estaba hecha de ladrillo rojo y tenía tres plantas, varias chimeneas altas y ventanales vidriados.
—Es una buena casa —dijo Alfonso mientras avanzaban hacia la parte trasera—, Sencilla y elegante.
—Mi dormitorio estaba allí arriba. La ventana del final — señaló Anahí —. Lo elegí porque de noche podía escuchar el sonido del mar. Normalmente era un sonido suave y agradable, pero cuando había tormenta rugía y el abuelo decía que era un monstruo que se comía la tierra.
— ¿Y eso no te daba pesadillas?
— No, porque sabía que estaba a salvo y que me querían, y que el monstruo nunca me alcanzaría.
Al menos, no entonces, pensó Anahí con una punzada de pesar. Su verdadera pesadilla empezó con Rob...
— ¿Qué sucede?
Anahí se sobresaltó casi con culpabilidad. Alfonso la estaba mirando con el ceño fruncido. Se obligó a sonreír.
—Nada... ¿por qué?
—Tu expresión ha cambiado. En un momento estabas recordando y al siguiente parecías triste, casi asustada.
Anahí se encogió de hombros.
— Puede que la Avenida de los Recuerdos sea un lugar peligroso.
— ¿Acaso crees que el futuro es más seguro? —preguntó Alfonso, y Anahí creyó percibir en su tono un matiz de enfado.
«No», pensó con repentina desolación. «No si te incluye a ti»
—Trato de vivir día a día y de no mirar mucho más allá —dijo con suavidad, y luego avanzó con decisión por la terraza de piedra—. Ahora voy a enseñarte el jardín de mi abuela. Solía cultivar rosas y las hierbas más maravillosas.
Al llegar a lo alto de las escaleras de piedra se detuvo en seco y contuvo el aliento. Porque el sitio en que antes había un jardín había desaparecido. En su lugar había una piscina rodeada por una superficie de baldosas de colores. Incluso el antiguo pabellón de verano había sido sustituido por unos elegantes vestuarios.
Anahí sintió que se le hacía un nudo en la garganta y se volvió hacia Alfonso.
— Gracias por haberme traído hasta aquí —dijo, como una niña educada—, pero ya he visto suficiente y me gustaría irme a casa.
Entonces su rostro se contrajo y empezó a llorar suave e incontrolablemente.
Alfonso murmuró algo entre dientes. Luego la rodeó con los brazos y la atrajo hacia sí. Apoyó una mano tras su cabeza e hizo que descansara el rostro contra el musculoso consuelo de su pecho.
Dominada por los sollozos, Anahí no opuso resistencia. Olía a aire fresco, a lana limpia y a su distintivo aroma masculino, un aroma que parecía atraerla.
Mientras lloraba, él murmuraba palabras, a veces en inglés, pero sobre todo en italiano. A pesar de que no las entendía todas, el instinto le dijo a Anahí que eran palabras cariñosas, de consuelo.
Y sintió que sus labios le rozaban el pelo.
Alzó la cabeza y lo miró, perpleja, preguntándose...
Alfonso elevó una mano y le acarició la mejilla a la vez que apartaba unos mechones de pelo de esta. Ella siguió mirándolo en silencio. De pronto sintió que se erguía como si fuera a apartarse.
—Por favor... — susurró.
Por un momento, Alfonso permaneció muy quieto, tenso, con los ojos entrecerrados.
Y cuando se movió fue para volver a estrecharla entre sus brazos. Pero, en aquella ocasión, no fue para consolarla.
La besó en la frente y luego, con gran delicadeza, en los párpados, como si estuviera secando las lágrimas con sus labios.
Anahí suspiró y su cuerpo se inclinó como un sauce entre los brazos de Alfonso en una especie de mudo ofrecimiento. Entonces sus bocas se encontraron.
Ella estaba más que dispuesta. Estaba sedienta, hambrienta de él. Entreabrió los labios y dio la bienvenida al empuje de su lengua. Olvidó pensar, razonar, tener miedo. Lo único que existía en aquellos momentos era aquel beso. Había nacido para recibir aquel beso, y moriría por él si fuera necesario, se dijo.
Cuando, finalmente, Alfonso alzó la cabeza, Anahí estaba temblando tanto que se habría caído si él no la hubiera sostenido.
Alfonso murmuró su nombre casi con aspereza y volvió a inclinar la cabeza. En aquella ocasión fue más meticuloso, más controlado. Exploró con sus labios las mejillas húmedas de Anahí, su cuello, y luego volvió a besarla en los labios, encajando los suyos con los de ella con sensual precisión. A la vez, introdujo una mano bajo su jersey en busca de la suave protuberancia de sus pechos. La acarició con delicadeza y sintió cómo se endurecían sus pezones bajo la tela de la camiseta de tirantes que llevaba puesta.

Una deliciosa venganzaWhere stories live. Discover now