Cena, plática y coqueteo 😏

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«Sí», pensó Anahí.
— ¿Por qué? —preguntó —. ¿Porque sentiste lástima de mí, la campeona del concurso de la Mujer Peor Vestida?
—Te aseguro que en ningún momento sentí pena — dijo Alfonso. Tras un incómodo silencio, añadió —: ¿Y qué puedo hacer para dejar de ser tan misterioso?
— Podrías responder algunas preguntas.
— Pregunta lo que quieras.
Anahí dudó, sin saber muy bien por dónde empezar.
— ¿Por qué te llamas Alfonso?
— Porque nací en la ciudad de Roma. Supongo que mi madre no estaba muy inspirada.
— ¿Y tu padre?
La boca de Alfonso se contrajo.
—No estaba por allí. Ni siquiera he llegado a saber cómo se llamaba.
—Oh. Lo siento.
—No es necesario —dijo él en tono desapasionado—. Mi madre cometió un error, pero tuvo la suficiente sabiduría como para saber que no tenía por qué convertirse en una sentencia de por vida, que podía sobrevivir sola.
—Pero no debió ser fácil para ella.
—La vida no es fácil. Al menos para la mayoría de nosotros.
— ¿Es esa una indirecta dirigida a mí? —preguntó Anahí, indignada.
— ¿Vas a decirme que has pasado muchas privaciones? —hubo una extraña aspereza en el tono de Alfonso.
—No he pasado privaciones materiales —replicó Anahí en tono cortante—. Pero eso no lo es todo. Y tú tampoco debes haber pasado muchos apuros si puedes permitirte un piso en Farrar Street, comprar caras entradas para bailes de caridad y apuntarte al club de salud.
Alfonso se encogió de hombros.
—Me gano la vida.
— ¿Y cómo te la ganas? ¿O eso forma parte de tu misterio? —preguntó Anahí con ironía.
—En absoluto —Alfonso sonrió — Vendo vino.
— ¿Eres un comerciante de vinos? —Anahí estaba desconcertada. Había algo en aquel hombre que hablaba de una saludable y vigorosa vida al aire libre, no de sótanos llenos de botellas polvorientas.
—No exactamente, porque el único vino en oferta es el mío.
— ¿Eres dueño de tu propio viñedo?
—Soy dueño de él, lo trabajo... y lo adoro.
La voz de Alfonso adquirió de pronto un matiz casi acariciador. Anahí comprendió que se hallaba ante un hombre con una pasión. Era la primera grieta que mostraba en su armadura.
¿Se volvería su voz tan suave cuando le decía a una mujer que la quería? ¿Y habría dicho alguna vez esas palabras de verdad?
Anahí apartó de inmediato aquellas preguntas de su mente. Eran caminos en los que no debía aventurarse.
— ¿Y ese es el motivo por el que estás en Londres? — preguntó —. ¿Para vender tú vino?
Un viaje de ventas no tenía por qué durar mucho, pensó, de manera que Alfonso se iría pronto de Inglaterra y ella podría retomar su apacible vida de nuevo.
—En parte. Siempre estoy buscando nuevos mercados para mi vino, por supuesto, pero esta vez tengo otros asuntos entre manos, de manera que mi estancia será indefinida —en tono sedoso, añadió—: Si es eso lo que te estás preguntando.
Productor de vino y lector de mentes, pensó Anahí a la vez que se mordía el labio.
Fue un alivio que llegara el camarero a tomar su pedido. Una vez encargado todo, incluyendo el vino, Alfonso dijo:
— Y ahora, ¿puedo hacerte yo una pregunta personal? —No sé —Anahí sintió que se ruborizaba un poco al evitar su mirada —. Tal vez deberíamos mantener la conversación en un tono más general.
— Eso será difícil, a menos que nos sentemos en mesas distintas y nos demos la espalda. No sé si lo sabes, pero tú también eres todo un misterio para mí.
Anahí negó con la cabeza y rió.
— Mi vida es un libro abierto.
— Si es así, encuentro muy intrigantes los primeros capítulos. No dejo de preguntarme cuál es la verdadera Anahí Puente.
El rubor de Anahí se intensifico.
—No... no comprendo.
— Cada vez que nos encontramos veo una mujer distinta —dijo Alfonso —. Una nueva imagen. El vestido plateado era demasiado severo para ti, pero esta noche pareces una esbelta flor de color marfil con un toque de rosa. El efecto es... devastador.
Anahí sintió que se quedaba sin aliento. Trató de reír de nuevo.
—Muy halagador... pero una completa exageración, me temo.
—Pero tú no te ves con mis ojos, cara mía —Alfonso hizo una pausa para que Anahí asimilara sus palabras—. Así que te lo pregunto de nuevo; ¿cuál es la verdadera mujer?
Anahí bajó la mirada hacia su vaso.
—No puedo responder a eso. Tal vez deberías elegir tú la imagen que más te gusta.
—De momento, esa imagen solo existe en mi fantasía, aunque espero que una noche se haga realidad — Alfonso buscó los ojos de Anahí en un reto claramente erótico y las mejillas de esta volvieron a teñirse de rubor, pues el significado de sus palabras había sido bastante evidente. Quería verla desnuda.
—No digas esas cosas... por favor —murmuró. «Y no me mires así», añadió en silencio, «como si ya me estuvieras desnudando».
Alfonso alzó las cejas.
— ¿No quieres que te consideren atractiva y deseable?
— Sí, algún día... por el hombre al que ame.
« ¡Oh, Dios mío!», pensó Anahí de inmediato. Qué petulante había sonado aquello, qué remilgado, como si se hubiera convertido en la heroína de una novela victoriana. Esperó a que Alfonso riera.
En lugar de ello, permaneció en silencio, observándola con expresión impenetrable.
Por fin dijo:
— ¿Por qué te asusta tanto ser una mujer, cara? —No me asusta —negó Anahí de inmediato—. Eso son... tonterías. Y no me gusta nada esta conversación. Alfonso la miró con ironía.
— Nada de besos ni de preguntas —Alfonso movió la cabeza—. No me pones las cosas fáciles.
Anahí forzó una sonrisa.
—Pero la vida no es fácil. Estoy segura de que alguien dijo eso alguna vez. Y aquí viene nuestro primer plato —añadió en tono animado.
No esperaba ser capaz de tragar nada, pero el cremoso risotto a las hierbas resultó irresistible, y el vino blanco que había pedido Alfonso lo complementaba a la perfección.
— Deberíamos estar bebiendo tu vino.
—Tal vez la próxima vez. Alessandro y yo estamos a punto de alcanzar un acuerdo. He venido antes para hablar con él.
— Hasta que te han distraído, por supuesto.
— Ah, sí —dijo Alfonso con expresión pensativa.
— Me pregunto si ella tendrá también un libro de reglas. Si es así, será el volumen con menos páginas del mundo —dijo Anahí en tono mordaz, y se arrepintió de inmediato —. Dios santo, sueno como una auténtica bruja.
— No. Solo suenas humana, mia cara. Por fin — Alfonso alzó su copa en un brindis burlón.
Según avanzaba la comida, Anahí notó con sorpresa que empezaba a relajarse, y que incluso estaba disfrutando.
La conversación estaba centrada en el tema de la comida. Era un tópico seguro, pero incluso ella se encontró especulando sobre el hombre que tenía sentado enfrente, hablando como un experto sobre la cocina Cajún.
Era posible que la vida de Alfonso estuviera centrada en un viñedo italiano, pero también era evidente que era un cosmopolita que había viajado mucho. Había tantas cosas que desconocía de él, pensó, inquieta.
También se preguntó por sus padres. Su madre debía ser italiana, de manera que aquellos ojos verde avellana los debía haber heredado de su desconocido padre. Probablemente este habría sido un turista inglés disfrutando de una aventura de vacaciones que se fue sin saber que iba a ser padre. Por fuerte que hubiera sido la madre de Alfonso, en aquella época no le debió ser fácil sobrellevar aquella situación.
¿Y cómo había acabado un chico ilegítimo de ciudad cultivando uvas en la Toscana?
No, pensó. Aún desconocía demasiadas cosas sobre Alfonso como para sentirse a gusto en su compañía. De manera que hacía bien no queriendo volver a verlo... ¿o no?
El pollo al vino rodeado de verduras estaba tan tierno que casi se deshacía en la boca, y Anahí suspiró con aprecio cuando saboreó el primer bocado.
—Es un placer alimentarte —Alfonso le pasó una tajada de ternera para que la saboreara—. Disfrutas comiendo.
— Parece que te sorprende.
— Estás tan delgada que suponía que estarías siguiendo alguna dieta, como tantas mujeres.
Anahí negó con la cabeza.
— No estoy delgada. Es mi constitución. Por mucho que coma, nunca engordo.
—Puede que todo lo que necesites para arreglar eso sea ser feliz, mia cara —dijo Alfonso con suavidad.
Sus palabras parecieron quedar suspendidas en el aire entre ellos.
Anahí quiso protestar, golpear la mesa con la mano y decirle que ya era feliz, que se sentía muy satisfecha con su vida.
Pero las palabras no querían surgir. En lugar de ello se encontró recordando el aroma de la piel de Alfonso, la sensación de la fuerte musculatura de su pecho mientras la abrazaba, la seductora presión de sus labios...
Y sintió la soledad y el temor que a veces la despertaban en medio de la noche como un enemigo. Temerosa de que él pudiera ver en sus ojos lo que estaba pensando, inclinó la cabeza.
— Ahórrate tu preocupación, por favor —susurró —. Estoy perfectamente. Y este es el mejor pollo que he comido nunca.
Resistió la tentación de rechazar el café y el postre y alegar una fuerte jaqueca para poder irse a casa. Porque algo le dijo que Alfonso reconocería la mentira y comprendería que le había tocado un punto débil, y eso era lo último que quería que sucediera.
En lugar de ello se embarcó en un pormenorizado relato de su único viaje a Italia en un intercambio cultural con su colegio.
—El colegio en que nos alojamos en Florencia era de monjas. Todas las noches oíamos cómo hacían girar sus enormes llaves en las cerraduras de las puertas para que no escapáramos —dijo en tono sepulcral, y Alfonso rió.
— ¿Te habrías escapado?
—Llegó un momento en que sentí que si volvía a ver una estatua más estallaría —confesó Anahí —. No sabía que podía haber tantas iglesias, museos y galerías juntos. No nos daban un respiro. Y la verdad es que me habría pasado el día en la galería Uffizi.
— ¿Pero no te dejaban hacerlo?
—Los profesores nos llevaban por la ciudad a la velocidad de la luz. Parecían temer que fueran a abducirnos, o algo peor, si parábamos un momento.
— Tal vez tenían razón —murmuró Alfonso —. ¿Piensas volver?
—Tal vez un día. Para dar un paseo por la galería Ufizzi por mí cuenta.
—Florencia es una gran ciudad, pero no es lo único que hay en la Toscana. Hay tanto más que ver, que guardar en el corazón... Y sería un lugar maravilloso para pasar una luna de miel.
Anahí respiró profundamente.
—Estoy segura de ello —dijo con calma—. Lo tendré en cuenta si algún día llego a casarme.
— ¿No tienes planes inmediatos de boda? —Alfonso estaba deslizando distraídamente un dedo por el borde de su copa.
—Ni inmediatos ni lejanos —replicó Anahí—. Y no siento ningún deseo de tenerlos.
— Qué segura pareces —dijo Alfonso, divertido—. Sin embargo, puede que mañana conozcas al hombre de tus sueños y cambies de idea.
«La última vez que soñé con un hombre fue contigo», pensó Anahí con una punzada de remordimiento.
— No creo —dijo en alto, a la vez que simulaba concentrarse en el menú de los postres —. Tomaré helado de melocotón y un café solo.
El propio Alessandro les llevó el café. Dijo algo en italiano a Alfonso, que respondió riendo.
Anahí estaba convencida de que hablaban de ella. Ya estaba planeando en su mente cómo expresar su negativa cuando Alfonso le pidiera que volvieran a salir, cosa que sin duda iba a hacer.
Alessandro se volvió hacia ella.
— ¿Ha disfrutado de su comida, signorina?
—Todo estaba delicioso. Mucho mejor que el filete con ensalada que pensaba pedir.
—Una dama tan encantadora nunca debería comer sola —dijo Alessandro y se fue sonriendo.
Anahí miró a Alfonso.
—Gracias por una tarde tan agradable.
— ¿Agradable? —repitió él —. Yo habría utilizado el calificativo de... interesante.
— Como quieras —un poco desconcertada, Anahí tomó su bolso —. Y ahora debo irme, se está haciendo tarde.
Alfonso miró su reloj.
— Algunas personas dirían que la tarde está empezando.
—Está claro que no soy una de ellas —replicó Anahí con sequedad—. Mañana tengo trabajo. Alfonso sonrió.
— Y además no puedes esperar para salir corriendo, ¿verdad, cara mía?
Rodeó la mesa y ayudó a Anahí a ponerse el chai. Ella se apartó con rapidez de él y luego se volvió con una sonrisa demasiado brillante en los labios.
—Bueno... buenas noches y gracias de nuevo.
Alfonso alzó las cejas en un gesto burlón.
— ¿No es eso un poco prematuro? Aún tengo que acompañarte a casa.
— Oh, no es necesario que te molestes —dijo ella con rapidez—. Está muy cerca.
— Sé con exactitud dónde está —interrumpió Alfonso—. Y no voy a permitir que vuelvas sin compañía, así que será mejor que no discutas.
Anahí se quedó mirándolo un momento. Luego, con voz un poco temblorosa, dijo:
— ¿Hay algo que no sepas sobre mí? Él rió con suavidad.
—Te aseguro que solo acabo de empezar, querida. Y ahora, ¿nos vamos?
Y unos momentos después, Anahí es encontraba caminando junto a él en plena noche.

Una deliciosa venganzaWhere stories live. Discover now