Alfonso y su abuelo

525 49 6
                                    

—Alfonso, querido —alargó una mano hacia él—. No sabía que ibas a venir. Papá no lo ha mencionado.
— No lo sabe —Alfonso se sentó en un sillón de mimbre que señaló su tía—. Supongo que sabrás por qué me hizo llamar y lo que quería que hiciera, ¿no?
— Oh, sí —Kit suspiró con pesar—. Está obsesionado, ya lo sabes. Aunque, para ser justos, ambos lo están.
— ¿Cómo empezó todo, tía Kit? —preguntó Alfonso—. ¿Lo sabes?
— Claro que lo sé. Me enteré hace mucho... incluso antes de que Sara se fuera. Mi madrina me puso al tanto de todo.
— ¿Puedes contármelo?
Kit Sansom cruzó las manos en su regazo con expresión reflexiva.
— Al principio solo se trataba de mera rivalidad profesional, aunque tampoco creo que se quisieran demasiado. Pero en aquellos días tu abuelo tenía otras cosas en la cabeza, no solo el afán de ganar dinero. Se había enamorado perdidamente de una joven encantadora y se había comprometido con ella. Estaba preparando su boda... su vida con ella. Tuvo que ausentarse unos días por asuntos de negocios y, entre tanto, su prometida asistió a la fiesta de cumpleaños de un amigo —sonrió con tristeza—. Al parecer, fue la clase de encuentro que solo aparece en los libros... un auténtico flechazo. En cuanto se conocieron, nada más existió para ninguno de ellos. De manera que ella rompió su compromiso con tu abuelo y se casó con Arnold Puente. Mi madrina me contó que Matt se volvió loco. Iba por ahí jurando vengarse de ambos, pero todo él mundo asumió que con el tiempo lo asumiría y se volvería más razonable. Pero eso nunca sucedió —volvió a suspirar—. A partir de aquel momento, Arnold Puente fue su enemigo jurado. Al principio, este no contraatacó a pesar de todo lo que le hizo tu abuelo. Pero llegó un momento en que Matt llegó demasiado lejos y Arnold Puente comenzó a devolverle golpe por golpe.
—Es increíble —dijo Alfonso—. Mantener ese odio durante tantos años... No me extraña que mi madre huyera. ¿Por qué no terminó todo cuando el abuelo conoció a mi abuela?
Kit negó con la cabeza.
—Mi padre se casó con mi madre porque necesitaba una esposa y ella estaba disponible —habló sin rencor—. El problema era que necesitaba alguien que hiciera de anfitriona con sus clientes, y mamá era muy tímida. Creo que yo salí a ella. Además, quería un hijo que heredara su imperio, y mi madre tuvo dos hijas. Creo que lo amaba —añadió con suavidad—. Pero no podía competir con el fantasma de la mujer que había amado y perdido... Elizabeth Anahí. Sarah y yo siempre éramos conscientes de la tensión que había entre ellos. Esta nunca fue una casa feliz.
Alfonso hizo una mueca de desagrado.
— Si quería tanto a Elizabeth, ¿cómo se ha podido plantear destruir a su nieta utilizándola como arma en esta absurda vendetta? —preguntó con aspereza.
—Tal vez para devolver el dolor que él sufrió — contestó Kit, seria—. Es todo tan retorcido que resulta difícil saberlo. Sarah tuvo suerte de escapar... de encontrar algo de felicidad.
— ¿No sentiste nunca la tentación de irte y no volver?
—Oh, sí —Kit sonrió—. Muy a menudo. Pero entonces papá se habría quedado sin nadie, y no me sentí capaz de hacerlo —miró a su sobrino con expresión pensativa y preguntó —: ¿Qué piensas hacer, Alfonso?
— Voy a tratar de detener esto. Ya es hora de que termine. Y no estoy dispuesto a permitir que me perjudique... ni a mí ni a la mujer que amo. Porque voy a casarme con la nieta de Elizabeth, tía Kit.
—Ah, Alfonso —dijo Kit en tono cansado—. ¿Y crees que te lo permitirán?
Alfonso sonrió.
—Me crié con un jugador profesional. Tengo que correr el riesgo.
De pronto, los ojos de Kit se llenaron de lágrimas.
—Ten cuidado, Alfonso. Ten mucho cuidado —hizo una pausa y bajó la mirada—. ¿Fue bueno con ella... el jugador? ¿Hizo feliz a mi hermanita? Dime que sí, por favor.
— Sí, la adoraba. Era un hombre amable, despreocupado y divertido, y los dos lo adorábamos.
—Me alegra tanto oír eso... —dijo Kit—. Me alegra que encontrara alguien que la amara. Hasta entonces no había tenido mucha suerte... tampoco con tu padre.
Alfonso se quedó muy quieto.
— ¿Estás diciendo que sabes quién era mi padre, tía Kit?
— Oh, sí. Tu madre necesitaba confiar en alguien, pero yo lo había adivinado mucho antes.
— ¿Me lo dirás?
— Si es lo que quieres de verdad —Kit vio que Alfonso asentía y suspiró—. Se llamaba James Farrar y era un socio de tu abuelo. Moreno y atractivo, pero bastante mayor que ella. A veces he pensado que eso es lo que atrajo a mi hermana, si lo que buscaba era otra figura paterna, alguien que no estuviera consumido por el afán de venganza. Sabía que estaba casado, pero él le dijo que iba a divorciarse.
— ¿Y ella lo creyó? —preguntó Alfonso con amargura—. Dios santo...
—No debes culparla, cariño. Hasta entonces había llevado una vida muy protegida. Cuando Sara le dijo que estaba embarazada, él se desmoronó. Le rogó que no se lo dijera a Matt, pues eso habría supuesto su ruina. Le dijo que todo el dinero era de su esposa y que esta lo echaría si se enteraba. Le ofreció pagar un aborto.
—Ella lo echó y no volvió a verlo. Pero nunca le dijo a Matt quién era el padre —Kit suspiró—. Él la presionó de todos los modos posibles, pero ella se mantuvo firme como una roca. También trató de convencerla para que abortara, pero no hubo manera. Y Sarah no estaba dispuesta a que su hijo naciera en una casa llena de odio... de manera que escapó.
— ¿Y qué fue de él? —preguntó Alfonso tras un momento de silencio.
— Murió hace diez años en un accidente de coche. Había empezado a beber en exceso —Kit apoyó una mano en el brazo de Alfonso—. Ojalá hubiera podido contarte una historia más agradable.
— Ahora comprendo por qué se negaba mi madre a recordarlo —dijo él en tono sombrío.
— Pero fue feliz al final. He mantenido el secreto mucho tiempo —dijo Kit con suavidad—. Espero que tú continúes haciéndolo.
— Algún día se lo diré a Anahí, pero solo a ella. Y gracias —Alfonso se puso en pie—. Ahora será mejor que vaya a hablar con el abuelo.
— ¿Le has pedido que se case contigo y ha aceptado? —Matt Sansom soltó una risotada de asombro—. Eso sí que es trabajar rápido. Has satisfecho con creces con mis expectativas, muchacho.
Estaba sentado junto a la ventana de su dormitorio con una manta sobre las rodillas y la expresión radiante de malicia.
— Espero que lo que acabas de decir no sea un cumplido, porque eso no es todo —dijo Alfonso con calma—. El matrimonio va a ser real. Cuando vuelva a Italia, Anahí vendrá conmigo como mi esposa.
Matt se quedó paralizado. Alfonso pensó que sería la calma previa a la tormenta. Pero cuando habló lo hizo con gran suavidad.
— ¿Estás diciendo que te has enamorado de ella... de la Doncella de Hielo? ¿Cómo ha sucedido?
—Tengo que agradecértelo a ti —contestó Alfonso—. Después de todo, tú hiciste que nos conociéramos.
—Es cierto —dijo Matt—. Es cierto.
— Y es la nieta de Elizabeth —añadió Alfonso —. Puede que la situación no sea tan desesperada para mí como crees. Tengo intención de luchar por conservar Montedoro.
— Si esperas que Arnold Puente te dé su bendición, estás aún más loco de lo que creía.
—Trataré de convencerlo. Le diré lo que te he dicho a ti. Que la disputa debe acabar. Ya os habéis hecho suficiente daño el uno al otro y a los que os rodean.
— ¿Y crees que te escuchará? —Matt rió roncamente—. Te deseo mucha suerte —tras una pausa añadió —: ¿Has dicho todo lo que tenías que decir?
-Sí.
—En ese caso puedes irte. Necesito pensar.
Alfonso asintió y se levantó.
Antes de salir se volvió y dijo:
—Me gustaría que conocieras a Anahí, abuelo. Creo que eso lo cambiaría todo.
— Sí —dijo Matt, casi distraído—. Sí, tal vez. También pensaré en ello. Sí, pensaré en ello...
Cuando llegaba al pie de las escaleras, Alfonso oyó que lo llamaban con suavidad y vio a su tía haciéndole señas desde el cuarto de estar.
— ¿Cómo ha ido? —preguntó a la vez que cerraba la puerta con cuidado.
Alfonso se encogió de hombros.
— No muy bien. Pero el abuelo ha dicho que lo va a pensar. Puede que sea un primer paso.
— Sí —dijo Kit en tono irónico—, pero no sabemos en qué dirección lo dará. De todos modos, no es de eso de lo que quería hablarte —tomó una cajita de joyería de la mesa y se la entregó —. Me gustaría ofrecerte esto. Mi madre me lo entregó antes de morir, y estoy segura de que habría querido que lo tuvieras.
Alfonso abrió la caja y vio un anillo, una gran amatista rodeada de perlas.
—Es muy bonito, tía Kit, pero no puedo aceptarlo. Te pertenece.
Kit sonrió.
—Nunca lo he llevado, querido. No tiene el tamaño adecuado para mi mano. Y no recuerdo haber visto a mi madre llevándolo —añadió, pensativa—. Siempre decía que las amatistas no eran su piedra favorita. Pero me gustaría que por fin se le diera el uso adecuado. Es demasiado bonito como para pasarse la vida en una caja. Dáselo a tu Anahí... por favor.
Alfonso apoyó ambas manos en los hombros de su tía y la besó en la mejilla.
— Quiero que seas la primera en venir a visitar Montedoro.
Ella le palmeó un brazo.
— Me encantaría. Pero primero tienes que ganar tu batalla —su tono se volvió repentinamente temeroso —. Ten mucho cuidado, Alfonso. Puede que no sepas con qué te enfrentas.

Una deliciosa venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora