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Alfonso arrojó la maquinilla desechable en la papelera y se aclaró la cara. Cuando iba a tomar la toalla hizo una pausa y se miró en el espejo con expresión condenatoria.
Sin embargo, no podía culparse por completo por la situación en que se encontraban, se dijo. No era responsable de la lluvia que los había llevado hasta allí.
Y aunque había estado desesperado por alejarse de Londres y de la presión de su abuelo, no había planeado llevar a Anahí consigo. Al menos, no al principio.
— ¿Qué sucede con la chica? —le había preguntado Matt por teléfono—. ¿Por qué no la estás viendo?
— ¿Acaso me estás vigilando? —preguntó Alfonso con frialdad.
— Eso es asunto mío —ladró Matt—. He invertido en ti, muchacho, y yo protejo mis inversiones. La llevaste a cenar y eso está bien, ¿pero por qué no has seguido?
— Porque quiero que me eche de menos.
— Olvídate de esas tácticas absurdas —dijo Matt con desprecio—. Podrías perder todo el terreno que has ganado.
—Yo hago las cosas a mi manera. Ese fue el acuerdo —replicó Alfonso en tono cortante.
—En ese caso, hazlas deprisa —espetó su abuelo—. Este retraso me está costando dinero. Más vale que logres algún avance esta semana, o tendrás noticias mías.
Alfonso colgó el auricular con un golpe seco. La tentación de mandar a Matt Sansom al diablo era casi insoportable.
Pero no podía permitírselo... todavía.
No pensaba ponerse en contacto con Anahí hasta mediados de la semana. Quería dejarla intrigada y con la guardia baja.
Sacó el odiado informe del armario y le echó un vistazo para tratar de averiguar qué podía estar haciendo aquel fin de semana. Una nota sobre la Galería Nacional llamó su atención. Al parecer, era uno de sus lugares favoritos para visitar los fines de semana, y el instinto le dijo que ese sería el tipo de lugar al que iría si algo le preocupaba.
Cuando la encontró no sintió la euforia que había esperado por haber anticipado sus movimientos, y su estado de ánimo, con tanta precisión. En lugar de ello se sintió como si acabaran de dejarlo sin aliento de un puñetazo en el estómago.
Ni siquiera entonces trató de acercarse. Se dijo que solo estaba haciendo una comprobación. Y ella no tenía idea de que estaba allí, observándola. De manera que habría sido fácil marcharse sin ser visto...
Pero, como impulsado por una fuerza invisible y ajena a su voluntad, se encontró de pronto avanzando hacia ella.
Tampoco tenía intención de mencionar el viaje a Suffolk. Después de todo, solo era una idea que aún estaba elaborando. La estaba reservando para más adelante, como la guinda que se añade al pastel. Lo que demostraba lo meticuloso que era, se burló de sí mismo.
De manera qué. ¿por qué lo había soltado de repente?
Casi había arrastrado a Anahí hasta el coche, como si hubiera temido que pudiera escapar de entre sus dedos y desvanecerse.
Movió la cabeza, exasperado. Había cedido a una serie de impulsos absurdos... y aquel era el resultado.
Y después había agravado todos sus errores previos besándola. Y no había sido un beso como el del restaurante, calculado para hacerla ver lo frágil que era en realidad su actitud distante y reservada.
No, lo cierto era que había querido sentir la suave boca de Anahí temblando de nuevo bajo la suya. Lo había necesitado con repentina desesperación.
Pero no había anticipado la respuesta del cuerpo de Anahí, ni que se hubiera ofrecido a él con tal candor.
Aún no sabía de dónde había sacado las fuerzas para apartarse. Tal vez, algún resto de decencia le había hecho recordar que el sexo no formaba parte de sus planes.
Suspiró, impaciente, enfadado.
Porque, al mismo tiempo, una vocecita en su interior le estaba diciendo que era tonto, que aquella era la oportunidad perfecta para cumplir con su trato con Matt.
Sabía que, si quisiera, podía convencer a Anahí para que se casara con él, o para que hiciera cualquier cosa que le pidiera. Entonces sería libre y podría seguir adelante con su vida.
Que era lo que quería.
Dejó a un lado la toalla y se puso la bata.Todo lo que tenía que hacer para ser libre era volver al cuarto de estar y olvidar sus escrúpulos.
Porque ningún precio sería demasiado alto a cambio de conservar Montedoro... ¿o sí?
Volvió a mirarse en el espejo y lo que vio esa vez en sus ojos fue confusión.
Masculló una maldición, apagó la luz y salió al cuarto de estar.
Anahí estaba sentada en uno de los sillones, leyendo con elaborada atención una revista que sostenía en el regazo.
En la mesa, frente a ella, había una bandeja con té.
Alfonso sonrió.
— Qué escena tan familiar.
Ella lo miró. Aparte de un ligero rubor en sus mejillas, parecía muy serena.
—Excepto que no sé si tomas el té con leche y azúcar. Alfonso ocupó el otro sillón.
— Solo leche, gracias. Pero el café me gusta solo. ¿Crees que lo recordarás?
Anahí sirvió el té.
—Creo que sí... al menos por una tarde —alcanzó la taza a Alfonso y se sirvió otra. Luego retomó su revista.
El único sonido que había en la habitación era el de la lluvia golpeando los cristales. El calor que desprendía la chimenea había ayudado a que se secara su pelo, que flotaba en torno a su rostro como una nube sedosa.
Un mechón de pelo se deslizó por su mejilla y lo apartó, sabiendo a pesar de sí misma que a Alfonso no se le había pasado por alto aquel pequeño gesto, que la estaba mirando con tanta atención como ella a la revista. Y, probablemente, se estaría enterando de más cosas que ella.
— No sabía que jugaras al golf —dijo Alfonso.
— No juego.
—Entonces, ¿por qué estás leyendo una revista de golf?
— Yo... estoy pensando en empezar —replicó Anahí a la defensiva, y se enfadó de inmediato consigo misma por haber dicho una mentira tan ridícula.
—En ese caso, has venido al lugar adecuado —dijo Alfonso —. Cuando volvía de aparcar el coche he visto a un montón de jugadores frustrados y empapados. Debe haber un campo de golf cerca.
Anahí pretendía utilizar la revista como escudo pero, ya que no parecía estar obteniendo muy buen resultado, la dejó a un lado.
— ¿Cuándo crees que nos traerán la ropa?
Alfonso se encogió de hombros.
-¿Qué prisa tienes? —sonrió y detuvo un momento la mirada en el cuello de la bata de Anahí —. Me gustas más así.

Una deliciosa venganzaWhere stories live. Discover now