La cita... 😂

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-No tienes por qué hacerlo —dijo Anahí a su reflejo —, No tienes por qué ir. Eran las siete y cuarto, y estaba sentada frente a su tocador, en bata, maquillándose. Y empezando a sufrir un ataque de pánico.
No podía creer que hubiera capitulado con tanta facilidad y que hubiera roto su estricto código. La regla número uno de este era no salir nunca con nadie cuyos orígenes y familia le fueran desconocidos.
Y Alfonso Herrera podía ser cualquiera.
Pero no había duda de que era alguien. Cada arrogante línea de su cuerpo así lo proclamaba.
«Se había ido y yo no tenía por qué haberlo seguido», se dijo, mortificada. «El asunto no tenía por qué haber ido más allá».
Era posible que Alfonso Herrera conociera su nombre, pero esa era todo. Su teléfono no aparecía en el listín, de manera que no podría averiguar dónde vivía.
Por otro lado, aquellos eran obstáculos superables para alguien que se empeñara en ello.
De manera que necesitaba un plan de emergencia, pensó mientras se ponía sus aros de oro favoritos. Además, siempre podía subarrendar su apartamento y buscar otro lugar en que vivir en Londres hasta que Alfonso Herrera volviera al lugar del que procedía.
Al darse cuenta de lo que estaba pensando se llevó una mano a la boca. ¿Acaso se había vuelto loca?, se preguntó, incrédula. ¿Estaba pensando en huir solo por evitar una cita intrascendente?
Porque Alfonso Herrera no estaba allí para quedarse. Solo estaba de paso. Y era evidente que solo estaba buscando la manera de pasar el rato. Pero, si era realista, debía reconocer que ella no sería la elección número uno de un hombre en busca de diversión, de manera que, ¿por qué la había invitado a cenar Alfonso Herrera?
Era nuevo en la ciudad, desde luego, y no debía conocer todavía a mucha gente, pero eso solo sería temporal. Un hombre soltero de su edad y con un aspecto tan espectacular se vería pronto muy solicitado. No tendría tardes suficientes para aceptar todas las invitaciones que recibiría. Lo más probable era que ella solo fuera una parada provisional.
Hizo una mueca mientras se ponía el colgante que iba a juego con los pendientes. Después se miró detenidamente en el espejo y notó que había un ligero rubor en sus mejillas. Se había cepillado el pelo hasta hacerlo brillar y caía en una suave nube en torno a sus hombros. Como Alfonso le había pedido, se recordó a la vez que su boca se curvaba en un gesto burlón.
Por un momento recordó el roce de su mano cuando le había quitado el pasador y sintió que se estremecía con una especie de placer culpable.
Aquello era algo que no podía permitirse, pensó. No podía dejar que volviera a tocarla.
Se levantó y se quitó la bata. La sencilla falda de lana que se puso de color marfil la completó con un jersey de manga larga a juego.
Tras comprobar el contenido de su bolso, se echó un chai de color avellana a los hombros y salió.
Solo había cinco minutos hasta el Alessandro's, de manera que caminó despacio y se entretuvo mirando los escaparates de algunas tiendas. Lo último que quería era llegar primero y que Alfonso la encontrara esperando.
Por si acaso, cuando llegó al restaurante miró con disimulo por uno de sus ventanales. A pesar de que estaba abarrotado, vio a Alfonso de inmediato.
Estaba apoyado contra la barra del bar y no se encontraba solo. Sonreía a una bonita pelirroja que estaba tan cerca de él como era posible sin llegar a quedar soldada, y una mano rapaz con las uñas pintadas de rojo descansaba sobre su brazo.
Mientras Anahí contemplaba la escena con el cuerpo rígido, la pelirroja sacó una tarjeta de su bolso y la introdujo en el bolsillo de la camisa de Alfonso.
Anahí se sintió como si acabaran de darle un puñetazo en el estómago. No estaba preparada para el dolor que sintió. Un dolor que procedía de la rabia... y de algo más difícil de definir y comprender.
Por un momento sintió la tentación de marcharse. Pero entonces llegó un grupo de personas y uno de los hombres que lo formaba sostuvo la puerta abierta para ella.
Alfonso volvió la mirada hacia la entrada y, al ver a Anahí, dijo algo a su compañera, se irguió y avanzó hacia ella.
Vestía unos pantalones grises que enfatizaban sus largas piernas y una camisa gris marengo abierta en el cuello. De uno de sus hombros colgaba una elegante chaqueta de tweed. Mientras avanzaba, varias cabezas se volvieron a mirarlo.
Anahí permaneció quieta, mirándolo, mientras la fuerza de su atractivo hacía que se le formara un nudo en la garganta.
— Ya creía que no ibas a venir, cara mía —dijo Alfonso, y Anahí se encontró entre sus brazos antes de poder reaccionar.
Y cuando la besó en los labios, con firmeza y sin ninguna prisa, se quedó demasiado anonadada como, para protestar. Además, si lo hubiera hecho no le habría servido de nada. Los brazos que la sostenían eran demasiado fuertes, los labios demasiado insistentes... Todo lo que pudo hacer fue permanecer quieta y soportar la situación.
Cuando, por fin, Alfonso se apartó, el rostro de Anahí ardía. Fue consciente de las divertidas miradas que les dirigieron algunos de los comensales y oyó un murmullo a su alrededor.
— ¿Cómo te atreves? —murmuró en un ahogado suspiro.
Él sonrió, divertido.
— Admito que he necesitado armarme de valor pero, como habrás visto, era una emergencia.
— Supongo que sabes cuidar de ti mismo —replicó ella con frialdad —. No tenías por qué meterme en tus asuntos.
—Tal vez. Pero la tentación era irresistible.
—En ese caso, espero que encuentres igual de irresistible cenar solo —dijo Anahí en tono cortante a la vez que se volvía a medias.
—No —Alfonso hizo un breve e imperativo gesto con la mano y Anahí se vio rodeada al instante. Una camarera apareció a su lado para tomar su chai, un camarero le preguntó que quería beber y Alessandro en persona, todo sonrisas, esperaba para conducirlos a su mesa.
De algún modo, irse se había vuelto una empresa imposible. A menos que hiciera una escena.
Con los labios apretados, tomó asiento y aceptó el menú que se le ofreció.
— Gracias por quedarte —dijo Alfonso.
—Hablas como si hubiera tenido alguna opción en el asunto.
— ¿Vamos a seguir con eso toda la tarde? —Alfonso alzó las cejas y habló en serio —: He hecho que te enfades, y lo siento, pero era una situación que requería tomar medidas drásticas. La dama se estaba volviendo demasiado insistente.
— ¿Y no podías tú sólito con la situación? —Anahí lo miró con escepticismo —. Me sorprendes. Y la mayoría de los hombres se habrían sentido halagados.
—Yo no soy como la mayoría de los hombres.
— Ya me he fijado —dijo Anahí con aspereza—. Sin embargo has aceptado su tarjeta —añadió, y estuvo a punto de abofetearse por haber vuelto a traicionarse de aquel modo.
«Debería haberme mostrado fría e indiferente», se reprendió. «Esta estúpida lengua...»
— Me educaron para ser cortes —dijo Alfonso. A continuación sacó la tarjeta de su bolsillo y la rompió en pequeños trozos que depositó en el cenicero—. Pero yo prefiero buscar mi propia caza —añadió, y sus ojos se tornaron un verde brillosos.
—También me he fijado en eso —replicó Anahí—. Y eres muy persistente.
Él la miró con gesto interrogante,
— ¿Eso te supone algún problema?
Ella se encogió de hombros.
—No es asunto mío cómo lleves tu vida privada. Eres un hombre sin compromiso, puedes elegir a quien quieras.
—No siempre. No cuando la dama se muestra demasiado evasiva. O incluso hostil —tras un silencio, Alfonso dijo—: No hemos empezado con buen pie, Anahí, de manera que, si lo he estropeado todo y de verdad quieres irte, no te lo impediré.
Anahí lo creyó. Pero el camarero se acercaba ya con sus bebidas y unos platillos de aceitunas, y de pronto todo le pareció demasiado complicado. Además, ya habían llamado suficientemente la atención, se recordó con ironía.
— Pero espero que no lo hagas —añadió él.
Su mirada capturó la de Anahí, hipnotizándola, y luego la trasladó con deliberada calma hasta su boca. Ella sintió que la piel le ardía bajo su escrutinio.
— Supongo que tengo demasiada hambre como para irme —logró decir sin que le temblara la voz.
Alfonso sonrió.
— En ese caso, supongo que merece la pena que soportes mi compañía un par de horas para que puedas disfrutar de la comida de Alessandro.
—No sé. Puede que hayan cambiado de chef —replicó Anahí, y tomó el menú y empezó a leerlo.
Después de encargar la comida, Alfonso dijo:
—De manera que, ¿cuales son las reglas del compromiso?
— ¿A qué te refieres?
—Los besos están claramente prohibidos —Alfonso se encogió de hombros —. Me preguntaba si pensabas imponer más tabús.
— Ya he roto mi norma principal presentándome a cenar. Creo que eso es suficiente por una tarde.
—Ah —dijo Alfonso con suavidad—. Pero la noche es joven.
Anahí dio un sorbo a su Campari con soda.
—Creo que estaría bien pasar por alto comentarios como ese.
Alfonso encogió un hombro.
—De acuerdo. ¿Prefieres que comente lo agradable que es el tiempo en esta época del año? ¿O que calcule cuántos días de compras quedan hasta navidad?
Anahí se mordió el labio.
—No seas absurdo.
—Y tú no seas tan seria —Alfonso la observó un momento—. ¿Te comportas así con todas tus citas?
—Normalmente conozco mejor a las personas con las que salgo.
— Nunca das un paso sin poner la red abajo —se burló Alfonso.
Anahí alzó la barbilla.
—Tal vez. ¿Qué tiene eso de malo?
— ¿No te cansas nunca de tanta seguridad, de medir cada paso que das? ¿Nunca sientes la tentación de correr algún riesgo?
— Creía que eso era lo que estaba haciendo —Anahí se inclinó de pronto hacia delante con los puños cerrados sobre la mesa—. Estoy aquí esta noche, cenando con un misterioso desconocido.
— ¿Es así como me ves? —preguntó Alfonso, divertido.
— Por supuesto. Apareces de la nada y de pronto no dejo de toparme contigo. No entiendo lo que está pasando.
—Te ví y quise conocerte mejor. ¿Es eso tan sorprendente?

Una deliciosa venganzaWhere stories live. Discover now